EL ARTISTA SIN HAMBRE

EL ARTISTA SIN HAMBRE

por - Ensayos
02 Dic, 2008 01:06 | comentarios

La quimera de oro

por Nicolás Prividera

Así reaccioné a la entrevista y película de Serra, publicada en La lectora provisoria: «Sus dos películas me parecen notables. Su corto Rusia es aceptable. Fiasco me parece una huevada. Sus declaraciones me importan poco y nada. Esta entrevista me parece afectada y conscientemente irónica, a la Pergolini. Lo de Chaplin contra Keaton y otros, es como pensar a Zidane contra Riquelme y otros. El libro de Bazin sobre Chaplin es ejemplar en cualquier sentido que se lo interprete. Las declaraciones sistemáticas y positivas de Pedro Costa sobre Chaplin son más que una sorpresa, constituyen una tesis. Prefiero las provocaciones cinematográficas y políticas de tipos como Makavejev y Svankmajer. Pero defiendo las dos películas de este director que empieza a ser más importante que sus trabajos, algo que no suele ser un buen augurio. Sus pelícuas tienen un tipo peculiar de ternura entre hombres que jamás se trasluce de sus declaraciones. Lo sabemos: la obra no es necesariamente una continuación del sujeto que las realiza. Sobran los ejemplos, incluso en otras disciplinas. Y ya que estamos con Chaplin: M. Verdoux dista de ser una película humanista, y creo que en ese film se condesa la totalidad de su obra». Me pareció suficiente. Pero luego Nicolás me envía esta nota, y me pareció pertinente publicarla aquí. Sigo pensando que Honor de caballería y El canto de los pájaros son dos películas muy buenas con momentos geniales, aunque su responsable declare sandeces variopintas, algunas de ellas, que merecen una respuesta. Y la de Nicolás es precisa. (Roger Koza)

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Vivió así muchos años, cortados por periódicos descansos, respetado por todo el mundo, en una situación de aparente esplendor; mas no obstante, casi siempre estaba de un humor melancólico, que se acentuaba cada vez más, ya que no había nadie que supiera tomarle en serio.

Kafka, Un artista del hambre

Fiasco, la última obra de Albert Serra ( http://www.youtube.com/watch?v=dJ9Vwf4f3A0 ), es un fiasco. Y no hay ninguna autoconsciente parodia en ello. En su blog, Quintín dice que es una pavada que no merece una discusión. Yo creo que es una pavada que permite, lateralmente, hablar de cosas más importantes (incluso de cosas mucho más importantes que el cine). Veamos lo que tiene para decir al respecto el propio Albert Serra:

«No me interesa Chaplin y mi trabajo es una burla de su cine.» Hablando del centro ético de su estética, Chaplin decía: sólo hay que burlarse de los poderosos. Y tal vez acordaría con Serra en que el tiempo lo volvió poderoso, y por tanto objeto de burla. Pero no de una burla tan tonta (tan poco chapliniana), ni tanto como para olvidar sus humildes orígenes: Tal vez por eso (porque conocía la humildad en todas sus formas) Chaplin siempre fue un caballero.

«Era una forma de mostrar mi protesta contra el sentimentalismo barato de este gran mistificador que sólo supo abrazar las causas más lamentables, entre ellas las de hacer mucho dinero y guardarlo muy bien.» Hay algo peor que ser un gran mistificador, y es ser un gran simulador… No sé cuáles fueron las causas lamentables que abrazó Chaplin (salvo su excesivo gusto por las mujeres jóvenes y los beneficios de una vida burguesa y una cuenta suiza). Pero sí recuerdo la causa de El gran dictador (de la que hablaré en un momento, ya que Serra le dedica especial atención) y, sobre todo, que Chaplin (como Pasolini, ese otro gran mistificador) tuvo hambre. Serra es un niño mimado con ínfulas de niño terrible (pero que sólo es terrible por ser mimado en exceso). Un artista sin hambre. En un doble sentido, literal y simbólico: el primero no se le puede reprochar, porque nadie elige su origen (y porque aun así puede volverse contra su clase, como Marx o Buñuel); pero el segundo es una falta imperdonable, porque es la que diferencia a un auténtico artista de un charlatán.

«Sigo la vieja divisa surrealista de considerar a Chaplin un putrefacto sentimental. Como un viejo boxeador yo siempre estaré con Keaton contra Chaplin. Además, hay algo de sospechoso en provenir del slapstick puro y adaptarse tan bien al cine sonoro.» Extraña iconoclastía esta, que cita a los surrealistas como autoridad. Es fácil, estar con el estoico y derrotado Keaton antes que con el sentimentalismo de Chaplin. Pero Serra debería ver Monsieur Vedoux o Un rey en Nueva York, obras de madurez donde Chaplin exhibe un cinismo dolorosamente verdadero, y de cuya intensidad debería aprender su impostado afán provocador.

 «Lo peor de su cine [es] su narrativa y sus moralejas populistas.» Serra cree ser no narrativo y elitista, pero cuenta viejas fábulas y no renuncia a la sabiduría popular. Nos muestra hombres del pueblo paseando por bellos paisajes, y demuestra con ello que se puede hacer un film «bello» sin agregar nada a la estética del cine (como lo demostró desde los inicios el cine de qualité) Una película es algo más que una colección de postales. Hasta Chaplin sabía eso…

«Es un filme pesimista que habla del fiasco de la especie humana contra el humanismo ridículo de Chaplin. Y, al mismo tiempo, es un homenaje a los grandes dictadores y contra El gran dictador, de Chaplin.» La obra importa más que las declaraciones (como lo deja claro el caso de Borges, cuya obra contradice sus declaraciones), hasta que uno le da la mano a un dictador (literal o simbólicamente). Esa incorrección política (sobre todo cuando es demasiado consciente) linda con la abyección. No es cool ni extravagante homenajear a viejos dictadores (y olvidarse nada casualmente del propio Franco). Pero es valiente hablar contra ellos cuando están en la cima de su poder. Y es que lo importante al valorar El gran dictador no es tanto la ingenuidad de su discurso humanista (condensado en la famosa escena final), sino la grandeza original de su gesto: Chaplin filmó la película cuando Estados Unidos aún no había entrado en la guerra (en ese entonces aún favorable a Hitler), y transformó su icónico bigote en una forma de degradación simbólica (retratando a Hitler como un histérico payaso). La repetición sin gracia de ese gesto, ya inocuo y vacuo (convertido menos en parodia que en autosatisfacción complaciente), marca la propia disolución de lo que alguna vez quiso ser una vanguardia. Así (en esa tradición degradada) se inscribe la incomprensible y desmañada mueca de Serra.

¿Qué sería ser verdaderamente vanguardista hoy (si la vanguardia aún es posible…)?  Asumir al menos un riesgo verdadero (como Chaplin poniéndose en la piel de Hitler): ser contemporáneo es asumir un lugar en la Historia. Aunque sea la del cine… Y al menos presentar una «pavada» como esta en Cannes, y demostrar (como último gesto duchampniano) que los mecanismos de consagración del cine son una farsa. Pero, lamentablemente, es difícil que Serra se anime a asumir ese verdadero fiasco…

COPYLEFT 2008 / NICOLÁS PRIVIDERA