EL ÁRBOL DE LIMA

EL ÁRBOL DE LIMA

por - Críticas
05 Dic, 2009 02:34 | comentarios

**** Obra maestra  ***hay que verla  ** Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Alan Koza

EL HUECO EN EL MURO

El árbol de lima / Shajarat limon/Etz Limon, Israel, 2008.

Dirigida por Eran Riklis. Escrita Suha Arraf y Riklis.

** Válida de ver  

El valor de la última película de Riklis pasa más por su corrección política que por sus méritos cinematográficos.  

Después de 60 años de la creación del Estado de Israel, el cine israelí no puede hacer otra cosa que filmar las consecuencias de un proyecto político no exento de contradicciones. El devenir victimario de un pueblo que fue víctima del Holocausto es una paradoja incómoda de pensar. Vals con Bashir, de Ari Folman, y Z32, de Avi Mograbi, dos recientes películas israelíes, intentan problematizar la representación judía del palestino y las políticas de un estado respecto de una minoría. Son películas valientes y exponen una tesis pertinente alguna vez expuesta por Arthur Koestler: “Si el poder corrompe, el reverso es también cierto; la persecución corrompe a las víctimas, aunque tal vez de un modo más sutil y trágico”.

El árbol de lima carece del poder cinematográfico y político de los dos filmes citados, pero no deja de ser una película didáctica a la hora de visualizar cómo la persecución corrompe. Más alegórico que verosímil, el nudo narrativo del filme pasa por una plantación de limoneros, paisaje proclive a alentar un posible ataque terrorista, ya que el ministro de defensa de Israel se acaba de mudar con su familia enfrente de esos árboles.

Por allí, pronto, pasará el muro, esa aberración edilicia que separa a judíos de palestinos en un mismo territorio, que se puede ver tanto en West Bank, en donde transcurre gran parte del filme, como en Jerusalén, lugar en el que se dirime el dilema judicial que involucra a Salma (la gran actriz Hiam Abbass), una mujer palestina y viuda, que vive en esa tierra hace décadas, y que decide hacer frente al Estado de Israel y su ministro de defensa. ¿David y Goliat? La referencia bíblica quizás sea pertinente, pero la victoria del más débil es aquí ambigua.

 Salma vive sola, uno de sus hijos se ha mudado a los Estados Unidos. El retrato de su marido, que cuelga en el living, parece un fantasma en vigilancia. La vida de Salma se limita a cuidar los limoneros. No hay otro deseo. El único hombre en su vida es un viejo ayudante que la acompaña en la quinta. La disputa con sus vecinos le permitirá conocer a un abogado palestino y divorciado, Ziad (Ali Suliman), que tiene una hija en Rusia, y que más allá de representarla en su causa revivirá fugazmente su condición de mujer.

Si bien El árbol de lima despolitiza su relato en función de humanizar el conflicto, Eran Riklis (La novia siria) y su guionista Suha Arraf intuyen que la única esperanza descansa en la feminización de la política, o cómo debilitar el orden patriarcal que funciona tanto para los palestinos como para los israelíes (como también sucede en Zona libre, de Amos Gitai, también protagonizada por Abbass, otro filme en el que las mujeres son figuras centrales).

En ese sentido, Riklis elige contrastar no solamente las conductas paranoicas de los agentes de seguridad y el cinismo del primer ministro con la sensibilidad de Salma y la esposa del mandatario, que desde un principio sabe que “su país no tiene límites”, sino que también señala cómo muchas otras mujeres (en la corte, en la administración pública) han masculinizado sus roles. Puede ser ingenuo e insuficiente, pero El árbol de lima se sostiene en esa utopía ligera. El breve pasaje en el que la mujer del primer ministro y Salma se encuentran en las inmediaciones de la corte suprema condensa un anhelo colectivo: el reconocimiento, el reverso exacto de un muro cuyo significado preciso es otorgarle invisibilidad al Otro.

Narrativamente esquemática y formalmente trivial, El árbol de lima es una típica película de entretenimiento con fines pedagógicos y humanistas, en la que todos los planos se subordinan a transmitir un mensaje. Son pocos los momentos en los que Riklis consigue expresar una idea en términos cinematográficos. A pesar de su obviedad, el travelling final sobre el muro que divide la casa del ministro de los limoneros es quizás el más satisfactorio de toda la película. Dadas las circunstancias, los flashbacks espantosos, los forzosos momentos románticos, la construcción chata de los personajes y el maniqueísmo ridículo de las escenas jurídicas de El árbol de lima terminan siendo elementos secundarios.

Copyleft 2009 / Roger Alan Koza

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de diciembre de 2009