DOCBUENOS AIRES 2017 (01): SOBRE LA TRILOGÍA DEL LAGO HELADO

DOCBUENOS AIRES 2017 (01): SOBRE LA TRILOGÍA DEL LAGO HELADO

por - Festivales
06 Oct, 2017 11:43 | Sin comentarios
Después de El limonero real y antes de abordar un nuevo film que profundizará la naturaleza narrativa de su cine, Gustavo Fontán vuelve con una nueva trilogía signada por el sonambulismo.

Sol en un patío vacío es un título equívoco frente a lo que Gustavo Fontán (se) propone: atestiguar el movimiento de la materia antes de que el lenguaje fije sus límites y establezca diferencias entre los entes animados y los objetos. Excepto un texto de bienvenida, el resto del filme es solo imagen y sonido en un sistema de enlace erigido en la disyunción: lo que se ve rara vez coincide con lo que oye; aquí el sonido espiritualiza todas las apariencias, a veces borrosas o desacomodadas respecto de una posible referencia, con lo que se insiste en hallar fenómenos materiales todavía sin terminación. Un viaje en subte o en auto durante un día de lluvia adopta figuras que a veces sugieren tímidamente la distorsión material de las pinturas de un Bacon. La expedición en un jardín puede devenir en una acuarela viviente; el patio aludido en el título, en un teatro fantasmal donde la luz del sol determina el brillo de los objetos, como si estos fueran emanaciones estéticas de la Tierra. A esta grandiosa elección de registro se suma un laborioso y complejo universo sonoro que simula formar un acorde musical no identificado y renuente a cristalizarse en una expresión melódica reconocible, decisión estética coherente en tanto que todo lo que se representa tiende a una expresión indeterminada de la materia.

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“Si las palabras son continuas –dice Gloria–, existe entonces una posibilidad”. Un poco después, el propio Fontán dice: “Hay una frontera difícil de describir en los sonámbulos, viven en la rasgadura del hielo y desde allí hablan. Y lo que quieren es hablar, continuamente; que las palabras no cesen jamás”. En el cine de Fontán, siempre está presente una poética que organiza el todo; he aquí una declaración indirecta: hacer un filme cuyo punto de vista esté situado en la rasgadura. Todo lo que sucede en El estanque es la combinación de breves meditaciones sobre el sonambulismo, escenificadas en algunos tramos como si fueran esbozos de los sueños de Gloria Peirano, escritora y compañera del director, que además es sonámbula. El relato habla de un estanque, de un niño que lleva un hacha, de una mujer con cicatrices; algún plano ilustra algún recuerdo, alguno otro es una respuesta a una frase dicha en pleno trance. Pero todo es enigmático, porque el sonambulismo lo es. ¿Qué es un sonámbulo? Un hombre o una mujer que habla, se desplaza, abre los ojos, pero sigue durmiendo. El lenguaje suena, pero no hay exactamente un enunciador; se habla, sin que alguien hable. Bajo tales coordenadas simbólicas, Fontán se aventura en ese misterio. Que haya elegido filmar felinos, reptiles y cuadrúpedos no es una casualidad. El lenguaje separado de Gloria lo empuja a considerarla, intermitentemente, animal, pues cada vez que el lenguaje la abandona y una entidad ajena la ocupa, ella es pura animalidad. Es el filme más amoroso del director, y acaso también un filme de terror.

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Ninguna cosa, ningún suceso están desprovistos de la potencialidad de suscitar la emoción estética. La lluvia, la muerte de un vecino, una demolición, una mudanza, la memoria almacenada en un video casero en el que un niño juega con un gato y baila, una caminata en el bosque, la conducta de un transeúnte, el reflejo de un ramo de flores en un televisor apagado, los operarios de una obra que se ven desde la ventana pueden adquirir un matiz estético. Eso es lo que resplandece sin prepotencia alguna en Lluvias, película muy cercana a la tradición del diario personal de Jonas Mekas, aunque alejada del cosmopolitismo de este y teñida por la característica impronta poética de Fontán. La clave de la mirada asumida por el director de El limonero real consiste en acopiar signos y eventos cotidianos y estetizarlos para que se desmarquen de la insignificancia habitual que se les atribuye bajo otro código de significación. Dividida en capítulos y acompañada por dataciones no del todo completas, forma elemental de separación que apenas sugiere el paso del tiempo y un cambio en el estado de ánimo, la película ostenta un trabajo minucioso en su materia sonora que enrarece la apariencia de las cosas; así es como Lluvias prodiga varios momentos de una hermosura contundente: las secuencias que tienen lugar en un bosque de pinos son inolvidables, intensidad estética reconocible en toda la obra del director.

Este texto fue publicado por Revista Ñ en el mes de octubre 2017

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