DIARIO DISCRETO EN UN VIAJE POR TRES FESTIVALES: SAN SEBASTIAN, FILMFEST HAMBURG Y FICVALDIVIA (05)

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por - Críticas, Festivales
10 Oct, 2013 11:07 | comentarios

LOS PENDEJOS SIN PERRONE

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It Felt Like Love

Por Roger Koza

No, no volveré a hablar sobre Perrone y sus P3ND3JO5, al menos por ahora.

Una evidencia progresiva. Asisto a tres festivales consecutivos y no dejo de percibir que todas las películas se parecen. A veces son buenas, otras malas, pero siempre resultan parecidas. La sorpresa llega a cuentagotas. Sí, siempre hay excepciones, pero lo que no va a contramano de sostener una tesis sin temor a equivocarse: el cine indie y el cine industrial ya no son categorías esencialmente antitéticas; más bien se trata de categorías opuestas y complementarias. Es que el pretérito antagonismo entre cine independiente y cine mainstream culmina siendo hoy (y tal vez siempre lo fue) un falso problema. Parafraseando a un vienés admirable dedicado a la filosofía: “¿Cuál es el objetivo de la crítica? Enseñarle a la mosca la salida de la botella”. En otros términos: no importa si viene de Hollywood, Sundance, Locarno o si lleva el sello del Atelier de Cannes; lo que importa es saber si todavía se puede aprender a reconocer un cine auténtico de ciertos productos que lo falsifica. Detectar estas diferencias resulta cada vez más difícil.

It Felt Like Love, de Eliza Hittman, es una película tan noble como prescindible. Pasado los 30 minutos de su exhibición la película fácilmente se diluye en un cúmulo sinfín de recuerdos de títulos similares sobre dramas adolescentes estadounidenses. Para conjurar la injusticia desde un principio, no obstante, hay que decir que la ópera prima de Hittman tiene sus méritos: el desamparo de la protagonista se transmite sin rodeos; la economía de recursos es llamativa: nada de música, pocas palabras, los gestos alcanzan para sostener una premisa: la adolescencia es una edad de padecimiento y el descubrimiento del sexo puede funcionar como un modo de alivianar el malestar propio de esa edad mudamente miserable.

El porvenir es sombrío, más todavía si la pertenencia de clase indica un futuro lugar a ocupar dentro de un orden social específico. Brooklyn no es visto aquí como un paraíso del capotal. En ese lugar y en el contexto social elegido, Lila, quien vive sola con su padre (y en un momento preciso se explicará el fuera de campo radical de su madre), pasa los días de verano paseando con su amiga Chiara, que está de novia y no para de saciar la calentura propia de la edad, incluso si su novio todavía no aprendió del todo las artes del sexo oral. Ir a la playa, pasear y tener sexo definen la vida Chiara, pero no del todo la de Eliza, aún virgen y en ese sentido dispuesta a todo para cambiar su condición físicamente inmaculada. Justamente la consecución de ese deseo pondrá en marcha el mínimo relato de este film que trabaja más sobre sus atmósferas. A Eliza le gustará un chico un poco más grande, cuya belleza podrá ser cautivante aunque neutralizada por su falta de sensibilidad y sutilezas. En cierto pasaje clave del relato, tal vez Eliza consiga su objetivo, pero la elipsis elegida por Hittman dejará abierto los pormenores de una escena que finaliza con 3 penes al descubierto, entre ellos el del joven elegido. Inquietante, como mínimo.

Hay en It Felt Like Love, una dialéctica entre ocultar y mostrar no siempre regulada con eficiencia. Los primerísimos planos proliferan, de tal modo que el gesto opera en varias ocasiones como un curioso subrayado: el padre de Eliza, por ejemplo, pondrá en la agenda de la película la nalgada como un ícono de la violencia masculina en el intercambio sexual. En una escena familiar, el padre le dará un golpecito, anunciando un par de chirlos que están por venir a cargo de un amigo del chico que tanto le gusta, escena un poco forzada en donde ella visita al chico en su casa mientras él y dos amigos miran televisión y toman drogas. La perversión se anuncia con un primer plano de la mano paterna sobre el cuerpo de Eliza. Es una modalidad formal estratégica.

De la buena decisión de suprimir música extradiegética para acompañar las acciones, los primerísimos planos son aquí el medio por el cual todo se explicita. Se debe aplastar la indeterminación de lo que se ve, incluso cuando las decisiones sonoras son precisas y ambiguas. Nótese el pasaje en donde Eliza y el chico que le gusta van a una laguna y caminan entre pastizales. El trabajo sonoro refuerza una indeterminación a contramano de la lógica visual apoyada en planos detalles. Lo que visualmente obliga a una lectura, el sonido a veces lo desdice, una disyunción interesante que se puede constatar en esa escena aludida en donde suena por momentos una sirena y luego las chicharras y el viento, dislocando la percepción. Es una secuencia liberada del subrayado en una película cuya presunta sensibilidad femenina y su mirada concomitante está finamente calculada. La circularidad la delata: ver la espalda de Eliza mientras mira el mar en un inicio y luego en el final es ver por otros medios el inconsciente del film.

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The Dirties

El inconsciente (social) en The Dirities, como en la mayoría de las películas (estadounidenses), está expuesto: representar la violencia y ejercerla resultan aquí acciones yuxtapuestas. El cine como escuela de entrenamiento, el cine como modulación eficiente de la subjetividad, la circularidad entre lo real y la representación es el tema indirecto de este mockumentary sobre el patoterismo colegial (o bullying, como suele decirse ahora en todas partes) que finaliza como si se tratara de una especie de “remake” sintética de Elephant. Los débiles, es decir las víctimas, le darán su merecido a los fuertes, a los patoteros que pueblan el universo colegial de Estados Unidos. No es extraño que un film en donde Tarantino y sus películas se citan una y otra vez concluya con un acto explosivo de venganza. “Estamos planeando un tiroteo en la escuela”, dice en un momento el pelirrojo verborrágico a una compañera de curso y agrega: “Quieres que matemos a alguien?”.

La poética elegida consiste en detener sistemáticamente la clausura de la representación, a partir de una exposición inteligente sobre cómo se filma y se edita el film, el que responde a una supuesta asignación de una de las clases que toman los dos protagonistas, Matt y Owen, interpretándose más o menos a ellos mismos. ¿Qué es verdad? ¿Qué es sólo ficción? El orden de inteligibilidad se problematiza desde un inicio: al arrancar se da aviso acerca de la total verosimilitud de las escenas de violencia que, por respeto a las víctimas, no han sido modificadas. En realidad, todo es puesta en escena, y lo más interesante que Williams propone a lo largo de su película (en donde la cámara de mano y el zoom frenético transmiten tanto una urgencia y un estilo) es la destitución de un criterio de demarcación entre registro y puesta en escena. En una sociedad del espectáculo naturalizada lo real es ficción y viceversa. En ese sentido, en ciertas oportunidades hay una decisión sobresaliente en el registro: cuando la película propone una distancia para mostrar cómo lo que vemos es siempre una instancia en la que los directores dentro del film están concibiendo el montaje, la forma elegida reproduce una estética paradigmática del cine de terror teen: la cámara materializa una mirada exterior, como si el punto de vista para espiar a los protagonistas en su trabajo fuera el de un posible asesino examinando a sus víctimas potenciales. El ojo del espectáculo es omnisciente, una mirada que ni los propios directores dominan.

Perfecta complementariedad involuntaria, acaso racionalidad secreta de programación: It Felt Like Love revela la brutalidad masculina a través de una mirada femenina, The Dirties dialectiza esa mirada convirtiéndola en su opuesto, pero sin dejar de profundizar la misma violencia estructural de una sociedad fascinada por los revólveres y los abusos en todos sus órdenes de intercambios. Tanto el punto de vista saturado de testosterona de The Dirties como el que proviene de la perspectiva más delicada de It Felt Like Love  insisten en un estilo de vida general en el que la violencia se reproduce y se apoya en cierta ignorancia generalizada. La exposición es convincente en ambos casos, a pesar de que las formas de representación fagocitan parcialmente aquello que se representa. Que en el último plano de The Dirties se pueda leer en un pizarrón en donde transcurre la escena dos columnas que diferencian el pensamiento crítico de su opuesto no es precisamente una mera coincidencia. El inconsciente está expuesto.

Roger Koza / Copyleft 2013