DE TWITTERS Y BORDERS II: EL REGRESO

DE TWITTERS Y BORDERS II: EL REGRESO

por - Ensayos, Varios
30 Ene, 2014 10:09 | comentarios

twitter-moviePor Nicolás Prividera

Dice Christopher Hitchens en su libro de memorias: “con mucha frecuencia, el test de lealtad que uno tiene hacia una causa es precisamente la disposición de quedarse cuando las cosas se tornan aburridas, correr el riesgo de repetir un viejo argumento, o enfrentarse otra vez a un público hostil o –mucho peor– indiferente”. Ese párrafo podría encabezar cada uno de mis intentos (de notas, libros y películas), así que sabrán disculpar la insistencia. Creo que la cita es lo suficientemente clara al respecto: los dos primeros puntos del “test” hablan de la inevitable repetición (ajena y propia), y el último de la necesidad de enfrentar la incomprensión o –mucho peor– la prescindencia.

Hay gente que escribe o filma desganadamente, o –mucho peor– lo hace por mera voluntad de poder, sin mayor amor por la escritura o el cine. Si alguna vez lo tuvieron, parecen haberlo olvidado: sólo les interesa acumular seguidores (se midan en entradas, “me gusta” o literales “followers”). Del mismo modo, rápidamente pierden la paciencia o el interés por argumentar: el mundo es como es (es decir, como a ellos les parece que está bien), y no hacen más que comprobarlo… Sus películas, sus textos y –finalmente– sus míseros140 caracteres lo reafirman. Y todo lo que vaya en contra de esa apacible certeza es desacreditado o directamente ninguneado. O ambas cosas, a través de una suerte de hipócrita petición de principios que (cuando evita el simple y llano insulto) se resume en: “hago el esfuerzo por interesarme en X, pero como comete el impugnador error y no puedo”, siendo dicho “error” no más que una literal errata (que basta para confirmar el pre-juicio…). Veamos el último ejemplo: “No podés tener razón si escribís mal ‘losers’”, dice Hernán Iglesias Illa (citando una nota de este blog –cuyo tema de fondo no casualmente es la fascinación por la delación– en la que esa palabra tenía una “o” de más…). Y eso basta para que se sume la claque, ya cebada antes de oler sangre (como el anónimo que bajo el simpático nombre de “agit-prop” te dice “psicópata” sin mirarse al espejo un segundo…). No esperes otro argumento, porque nunca lo hay: solo se trata de refrendar el odio visceral ante el que piensa distinto. Con repetido desdén, el cineasta y escritor Raffo juega a que intenta leerte “por morbo” pero no lo consigue. O el ex crítico Noriega asume que “hace mucho” que ya no te puede leer “aun cuando habla mal de mí”, cosa que “en general” suele apasionarlo. Todo esto dicho al pasar en twitter, claro (en algunos casos al menos un grado más allá del cobarde anonimato usual en los “comentarios de lectores”).

Y es que twitter es una herramienta perfecta para este tiempo: permite no profundizar (es decir, no pensar) y a la vez demostrar que en ese epigramático efectismo se asienta su módico poder de fuego. Es decir, en la posibilidad de demostrar en público como funciona la arbitrariedad en estado puro: como siempre, basta con hacer masa y palmearse las espaldas mutuamente, cosa que suele lograrse con más entusiasmo cuando se lapida a alguien… La turba siempre genera placer, incluso –o más– siendo virtual: ni siquiera hace falta agacharse a recoger una piedra (cosa incómoda, sobre todo cuando uno quiere pasar por un tipo cool, abierto y liberal).

9c524285716ecdcab86b71d57bb4429bSi tuvieran algo que decir que no fueran tales cretinadas, tendrían al menos el valor de dignarse en hacerlo en los comments de la nota de la que se burlan confesando que ni siquiera la leyeron…. Pero nunca se animan (al menos firmando con su nombre), visto que deberían arriesgarse a una respuesta que los obligue a estirar sus provocativos “argumentos” más allá de los 140 caracteres, y acaso sin la ayuda de la amistosa horda que suele festejarse entre sí como un atajo de mandriles. Porque todo se reduce a lo que finalmente alguien enuncia como acuerdo tácito: el mandato es “no hay que leerlo”. De eso se trata toda la farsa de diálogo: de burlarse no tanto del no-leído, sino de quien ose leerlo (salvo si se trata de un líbero, como Quintín, capaz de elogiar la misma nota sin miedo a la manada). Y es por eso que me molesto en describir y contestar a ese gozoso microfacismo, que naturaliza el brutalismo, virtual y real, que vivimos a diario.

Y de paso aprovecho para recordarle a Noriega que nunca hablé mal de él, sino de su poco rigor como crítico (¿será desde entonces que no me “puede” leer?), o decirle a Raffo que no es el morbo lo que me motiva a leerlo, sino tratar de seguir la titilante agonía de una razón extraviada en su propia ceguera (representando todo lo que dice odiar, como cuando tuitea que “la arbitrariedad es lo que te va acostumbrando al fascismo”…). Y finalmente explicarle al sarmientino Illa lo que ya sabe: que la descalificación vía corrección gramatical es una falacia (y una boludez), pero peor es usarla para tirar frases mezquinas en las redes, como quien arroja carne (podrida) a los perros…

Porque el problema de fondo es que se trata de una escuela. No en vano todos ellos proceden de igual modo y con igual objetivo, cascoteando al “progresismo” (¡la verdadera bestia negra de la historia argentina, claro, como no nos dimos cuenta!) con el mismo estilo canchero y abusivo (de confianza… siempre excesiva visto lo torvo de sus vagos razonamientos, impermeables a la honestidad intelectual). Finalmente, el cazaprogres no es más que una versión (apenas) más sofisticada del “mataputos”… Y por eso el prejuicio es más fácilmente detectable que cuando se escuda en el mero gusto del crítico.

No olvidemos que sus volátiles epigramas son tan caprichosos como ese gusto que cierta crítica de cine (que no en vano también tuvo su epicentro en Noriega & Cia) enarbola como único patrón. Nos quedaría el consuelo del tiempo que vendrá, de pensar que en unos años esos olvidables pretextos serán leídos solo por algún historiador interesado por la vieja crítica y su decadencia (no por culpa del progresismo precisamente), o por algún antropólogo cultural como signo de la “vanitas vanitatis” de la época. Pero no podemos olvidar que –como también dijo el poeta– la vida es breve. Y todos nos merecemos otra crítica… Pero para tenerla necesitamos otros alumnos, más que otra escuela.

Nicolás Prividera / Copyleft 2014