DARSE CUENTA: UNA RESPUESTA A JUAN VILLEGAS

DARSE CUENTA: UNA RESPUESTA A JUAN VILLEGAS

por - Ensayos
08 Mar, 2021 03:29 | comentarios
El autor de la nota vuelve sobre un comentario acerca de su reseña de Diario de la grieta.

Juan Villegas dedica parte de su nota “Algo no está bien acá”, publicada en la revista virtual Seul, a comentar mi reseña de su libro Diario de la grieta. Empezaré entonces por ahí, por lo menos importante, para después pasar a lo que se desprende de la nota en sí, visto que quiere ser un corolario de dicho libro y permite volver sobre cuestiones que lo superan. Aunque en el contexto de este “medio especializado en cine”, como remarca Villegas con satisfacción, nos dirijamos en particular a los lectores de ese medio, lo dicho vale para todo el campo cultural.

 “Los pocos colegas (de ambos lados de la grieta) que me han felicitado o que han comentado el libro, lo hicieron por privado, casi ninguno en público o en sus redes sociales. (…) Es curioso, porque se trata de un medio altamente politizado”, dice Villegas. “Yo esperaba y temía que esa sinceridad tuviera consecuencias. Esperaba y temía que algunos se sintieran ofendidos o sorprendidos. Lo más triste es que todo sigue igual”. Como a lo largo de todo su diario, aunque por suerte no se ofende, una vez más Villegas se sorprende de lo más esperable: así como al final de su diario anota que Macri no fue el presidente “liberal progresista” soñado, ahora constata que sus conocidos kirchneristas “pueden seguir compartiendo situaciones conmigo sin inconvenientes y sin incomodidad”. 

“Lo más triste” no parece entonces ser que los colegas no hablen de política (ni la filmen), sino no haber podido “cambiar algo de mi vínculo personal con ese medio”. Villegas describe Diario de la grieta  como “un libro que intenta ser a la vez una crónica política de 2019, un diario íntimo y una confesión”, pero como vimos de crónica política tiene poco. Confesión sobre confesión, la motivación queda clara: se trata de un literal libro de autoayuda, para demostrar que “las diferencias políticas pueden dejar de estar por encima de los afectos”. En fin: sea por el motivo que sea, agradezcamos a Villegas que hable, a diferencia de sus colegas. Porque si bien no hay razón –ni  posibilidad– para que el afecto pueda ser excluido de la política (como si esa desaveniencia no fuera motivo suficiente para el desafecto), lo peor es el silencio autoimpuesto. Y eso vale para ambos lados de la “grieta” tanto como para quienes queremos superarla sin falsos ecumenismos. 

Villegas culmina su breve nota (cuyo inicio parece una de las comunes entradas de su diario, donde teme que alguien descubra su posición política para luego advertir que a nadie le importa) diciendo que “cuando ya me resignaba a no tener interlocutores dentro del cine” apareció la reseña en Con los ojos abiertos, que reconoce “laboriosa” pero a la vez le resulta “muy molesto algo que es una tendencia en todo lo que Prividera escribe, que lo lleva a la inspección minuciosa de fragmentos en la obra criticada para confirmar así su hipótesis previa”. Debo decir que no es la primera vez que escucho esta curiosa acusación, endilgándome que “el procedimiento se nota mucho”, como si ese  “admirable trabajo, muy por encima de la pereza habitual en la mayor parte de la crítica de cine de la Argentina” no fuera precisamente el que prescribe cualquier método (no solo científico): no hay lectura sin hipótesis previa. 

El problema es más bien el contrario, porque en general los críticos de cine (sobre todos los de El Amante escuela) suponen que el arte y la ideología no se tocan (una vez más, es conveniente recordar que con “ideología” no me refiero a quien votan, sino a su visión del mundo en general). Por eso quienes acusan al crítico –en vez de debatir con la crítica– pueden decir con liviandad que los textos “terminan siendo más informes policiales que textos críticos”. Aun si no me resultara repulsiva la metáfora “policial” dada mi historia personal, esa mención me parece insultante, sobre todo para la inteligencia. Porque lo único que se arguye para rebatir la crítica es que “en su afán por confirmar lo que él piensa suele sacar los fragmentos de contexto, cayendo muy seguido en falacias argumentativas”, sin señalar ni una. Por el contrario, a renglón seguido Villegas dice “no es que no tenga aciertos en sus observaciones, porque Prividera es inteligente y detallista”, pero vuelve a invocar “el tono policíaco y la manipulación en el análisis”, que limitarían la “eficacia crítica” aunque siga sin dar un solo ejemplo. La respuesta adolece así de la misma pereza que Villegas mencionaba, además de sus habituales contradicciones.

De hecho, como puede comprobar cualquiera que busque las pocas reseñas de su libro, nadie lo leyó con esa minuciosidad, como él mismo asume al decir “agradezco, sin embargo, que se haya tomado el trabajo de leer y pensar mi libro”, algo que no hizo ninguno de sus camaradas. Así, Villegas reconoce que la reseña “se detiene en señalar algunas contradicciones, que son ciertas y que yo debí haber visto antes”, o que “también reclama que no me animé, hasta ahora, a formular mi punto de vista político en ninguna de mis películas, lo que es cierto”, pero una vez más no agrega ninguna reflexión sobre todo esto. Su nota misma, decíamos, no es más que un epílogo en el mismo tono que el resto del libro, aunque concluya que mi texto le “hizo volver a pensar en la famosa grieta y en qué podemos hacer con ella”. Como luego de los diálogos que incorpora en su diario, Villegas solo refrenda lo que ya pensaba (sin la consistencia de una “hipótesis previa” justificada por algún análisis), aunque diga que “así como me entristece que muy poco haya cambiado en mi relación con la gente que me rodea y vota distinto, algo sí se modificó en mí”. Solo ratifica lo único que Diario de la grieta dejaba claro: su voto.

“Si el libro todavía se paraba en cierta zona de ambigüedad respecto a nuestra realidad política”, dice Villegas (aunque el libro no tiene “ambigüedad” alguna, y el problema no sea ese sino la vaguedad argumentativa con la que toma posición), ahora “con una convicción definitiva que el camino recorrido a partir de las decisiones tomadas por el gobierno de los Fernández no es lo que quiero para la Argentina (…) debería insistir en mi esfuerzo por no esconderme más. ¿De qué tengo que avergonzarme? Ese debería ser mi punto de partida”. Lo notable no es que ese no lo haya sido, sino que efectivamente lo fue: ya desde el inicio sospechaba “que lo que me pasa a mí les pasa a muchos otros”, e imaginaba esa comunidad de  quienes “sostenemos ideas opuestas al statu quo establecido en nuestros ámbitos sociales y culturales”, aunque esos otros aparezcan tan poco en su libro como ese “discurso progresista, liberal, democrático y procapitalista” que dice defender, y que no parece encontrar en ningún lado. Porque no puede caracterizarse como progresista y democrático lo que sostiene a continuación: que “nos gobierna una mezcla rancia de nacionalismo berreta, autoritarismo soberbio y desconocimiento de las reglas de juego del mundo, aunque esté disfrazado de una épica progresista y popular”. 

Dejando de lado “las reglas de juego del mundo”, cuyo “desconocimiento” fulmina a cualquier disidente, como esos que Villegas cree encarnar, ¿hace falta que quien esto escribe excuse que simpatiza más con la izquierda que con el peronismo, para poder decir que esa descripción “berreta” puede servir en Twitter o en el órgano bochinchero del partido, pero no soporta el menor análisis político serio, y que la caracterización que hace Villegas de los “prejuicios y falsedades que muchos aceptan y promueven con una convicción absoluta, desde el cinismo o desde la conveniencia personal, y que muchos otros aceptan desde la comodidad o el acostumbramiento” le cabría también perfectamente a esa coalición que defiende? Permítaseme obviar la caracterización política –objetiva y subjetiva– que me merece el peronismo en general o el kirchnerismo en particular (que no son la misma cosa, así como el actual gobierno tampoco es el producto puro de esas tradiciones): basta aquí dejar clara la inconsistencia de cualquier discurso tribunero.

Villegas se pregunta “cómo se puede seguir conviviendo, incluso desde el afecto, con personas que avalan una propuesta política que, aunque ellos consideren honestamente lo contrario, nos va a llevar a más atraso y más pobreza, o con personas que desde posiciones hipócritas defienden, callan o justifican cosas imperdonables y vergonzosas (…) que no son excepciones (…) sino que constituyen su base de funcionamiento”, como si no pudiera decirse lo mismo de su (toma de) partido. El director de Las Vegas apila en una misma frase “el gobierno de Insfrán, las actitudes autoritarias de Moyano y muchos otros sindicalistas, el episodio de las vacunas, la corrupción como sistema de supervivencia política”, pero se podría hacer una lista menos borgiana con acciones y políticas sistémicas de eso que llamamos “macrismo” y puede tener –o seguramente tendrá– otros nombres. 

“Si esa convivencia es posible es porque tanto ellos como yo callamos o disimulamos. Algo no está bien acá” concluye Villegas, como si no viera la ironía de que ese sea el título de una nota publicada en Seul, un medio que pese a su nombre quiere hacer pasar derecha por centro, y que es el meeting point de los “intelectuales orgánicos” del antiperonismo, antikirchnerismo, antipopulismo (bajo el nombre de fantasía que adopten para las elecciones). ¿Es desde ahí, desde esa denunciada “lógica de pensar a todo adversario ideológico como enemigo” que se puede construir una “cultura política más civilizada y tolerante”? De hecho Villegas asume que le han “criticado esta posición, por tibia o por falsa”. Mientras tanto, igual le seguirán publicando notas en Seul, al lado de un reportaje a Cavallo o algún otro  muerto redivivo por el ex subsecretario de Comunicación Estratégica de Jefatura de Gabinete…

¿Creerá Villegas que hay otro motivo que la lamentada pero productiva “grieta” para publicarle un diario tan magro? Digamos que los diarios suelen justificar su aparición  cuando responden a alguna de estas dos características: pertenecer a alguna personalidad relevante que habla de su actividad, o dar cuenta de un momento histórico particular (y en cualquier caso tienen que ser interesantes, no digamos ya estar bien escritos). Diario de la grieta podría responder a alguna de esas razones, pero no las sustenta. En primer lugar, Villegas solo da cuenta de su medio anecdótica y lateralmente (no es un libro dedicado a explorar o pensar con detenimiento el campo cinematográfico o cultural). Tampoco logra que su mirada impresionista “sobre la actualidad política desde lo íntimo y doméstico” tenga la potencia buscada (o al menos el tino indispensable). 

De hecho ese diario dejó disconformes hasta a los propios, como era evidente en la reseña de Quintín: “Cuando uno se convence de que está frente a un aparato integrado por devotos, sistemáticos y organizados enemigos de las libertades republicanas, no es posible tender las manos sobre ninguna grieta que nos separe de ellos”. Y es que Villegas tampoco responde lo que se pregunta promediando el diario: “¿Para qué lo escribo, para quien lo escribo?”. Excluida la fiesta privada, el único motivo editorial para su existencia es co(r)tejar la existencia de un grupo de “intelectuales” afines al partido, como los agrupados en torno a Seul. Muchos aparecen amistosamente mencionados en el libro y lo difunden a su vez: Garces, su editor en Galerna; Pola, que lo describe en un tuit como “lo más interesante que leí sobre cultura y política desde David Viñas”; Ajmechet, que lo convierte en “un gran tratado sobre la libertad y la tolerancia”; o  –incluyendo un gran etcétera– Bazán, quien aprovecha la ocasión para una reseña quintinesca contra “una jauría de fanáticos defendiendo cada una de las medidas por contradictorias que sean y denostando sin vueltas a quien quiera que tenga una mirada diferente”, como si –una vez más– no encontráramos su propio reflejo en esa imagen. 

Curiosamente, bastaría solo con cambiar unas “claras connotaciones” por otras, para que esta descripción de Quintín los descubriera en el espejo (rota su autopercepción “progresista”): “El problema es que esos grupos de clase media intelectual, tan homogéneos y tan cerrados son, en su inmensa mayoría, peones de un régimen de claras connotaciones estalinistas, cuando no aspirantes a ser sus funcionarios y sus voceros en cada instancia del funcionamiento colectivo, desde los claustros universitarios a las asociaciones de padres”. Grupos como esos no necesitan libros ni revistas: ya tienen todos los medios a su disposición. Pero tal vez su ala letrada también extrañe las grandes plumas, que de Sarmiento a Martínez Estrada saltaron todas las grietas, y aspire a encontrar alguna heredad en esa noble genealogía. O quizá simplemente no se resignen a ser “disidentes” en el campo cultural, y pretendan para este la misma hegemonía que disfruta en “las reglas de juego del mundo” global eso que Villegas llama la “tradición capitalista liberal” y otros llaman neoliberalismo. 

Nicolás Prividera / Copyleft 2021