CRÓNICAS MEJICANAS

CRÓNICAS MEJICANAS

por - Festivales
08 Mar, 2008 10:31 | Sin comentarios

XXI FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE EN GUADALAJARA 07/03/08

Por Roger Alan Koza

Guadalajara es una bella ciudad; podría ser comparada con Córdoba, se le parece por momentos si se tiene en cuenta la geografía. Con 4 millones de habitantes, Guadalajara es extensa y próspera, moderna y arcaica, rica y un poco pobre. No hay calles angostas y predominan las avenidas y bulevares. Cada diez cuadras suele haber una rotonda. El dibujo morfológico no es homogéneo. Pletórica de diagonales no es sencillo mapear la ciudad. Y su aeropuerto, menos grande que el de su capital, es más bello y contemporáneo que Ezeiza.

Esta nueva edición del festival más conscientemente pretencioso de Latinoamérica, junto con el festival de Mar del Plata, se impone como la meca del cine, más bien de la industria, del continente. Hay un progreso ostensible en la organización; por momentos parece un Cannes hablado en castellano. Ómnibus que llevan a los invitados de aquí para allá. Tres hoteles colmados de invitados internacionales. Un catálogo editado con el mejor papel de ilustración (pero no en colores). Un Film market, como el de Berlín, Cannes y San Sebastián. Cineastas, productores, incluso algunas estrellas.

Es un festival con una identidad precisa: aquí se defiende un cine y se forja una industria, se comulga con una concepción cinematográfica y se promulga una nueva noción del cine realizado en Latinoamérica. Esto no es Viña del Mar en 1967. Como en toda organización, hay zonas de fugas, intersticios por donde puede surgir algo que se desmarque de una marcha colectiva en el que se rinde pleitesía al espectáculo. Guadalajara es una fábrica y distribuidora de sueños. Habrá que husmear y buscar.

El inconsciente de los festivales, o dicho de otro modo, la agenda no escrita pero implícita a la que responden, puede deducirse de la elección de la película de apertura y de un análisis de su catálogo. Lógicamente, la selección de películas de cada competencia evidencia un criterio (o un no criterio, que es también un criterio), pero la tesis que vertebra o fundamenta el criterio a veces suele aparecer nítidamente en las sentencias dichas al pasar o en una declaración intempestiva por parte del director artístico.

En el catálogo Jorge Sánchez Sosa, director general del festival, dice estar preocupado por la recepción del cine mejicano en Méjico. Califica de trágica la situación, pues el fracaso en la taquilla se contrapone con la calidad de films nacionales (enumera Párpados azules y Luz silenciosa, entre otras). Es una preocupación legítima, pero en el resto de su presentación no agrega nada más.

Si uno lee la totalidad del catálogo poco y nada se habla de cine. Cada película está acompañada de una sinopsis, no de una crítica. Se describe, no se analiza, menos aún se justifica críticamente por qué esa película está allí, elegida, lista para ser descubierta, pensada, gozada. Las competencias carecen de una introducción, el por qué de su existencia. Hay sí una larga biografía de los jurados, gente de la industria y algunos cineastas, entre ellos Miguel Littin, Marcelo Pineyro y Jorge Denti, a quien conocí en Rosario cuando ambos oficiamos de jurados para la Muestra Latinoamérica de Video. No hay críticos entre el jurado, aunque la Fripesci dé menciones. Quienes conforman los jurados traslucen una orientación de los responsables del evento.

 

Sin dudas las dos competencias más destacadas son Largometraje de ficción Iberoamericana y Largometraje de documental iberoamericano. Hay secciones más o menos interesantes; este año, y por segunda ocasión, Argentina es el país elegido para mostrar la variedad de su cinematografía. Hay tres homenajes merecidos: Stantic, Solanas y Birri. El Nuevo Cine Argentino tiene también su presencia: se pueden ver películas de todos los últimos consagrados, aunque no hay ninguna película de Rejtman entre las elegidas. El viejo cine argentino revive: se la podrá ver a Zully Moreno en Dios se lo pague y a Isabel Sarli en Desnuda en la arena, quien estaba presente en el majestuoso Auditorio Telmex.

La ceremonia inaugural fue tediosa y pretenciosa. Excepto por el reconocimiento al comediante mejicano Tin Tan, ícono de la resistencia a través del humor y protorapero o malabarista del lenguaje, como decían algunos de los entrevistados en un video proyectado, el resto fue esquemático y soporífero. Por momentos, se escuchaban algunos tímidos silbidos.

Quien recibió un premio por su trayectoria fue Gustavo Santaolalla. Con su mano en el corazón y un par de genuflexiones de libreto, agradeció el galardón. Dijo que Méjico era especial para él. No explicó el por qué, excepto que este pueblo le había dado muchísimo. Probablemente, el embajador Yoma, el viejo menemista que ahora dice representar al gobierno de Cristina Kirchner, se dirigió al público, previo a una chicana (esa es su jerga) sobre la derrota del Atlas ante Boca Juniors, y subrayó la solidaridad de este pueblo para con todos los argentinos que eligieron Méjico cuando tuvieron que huir de las dictaduras argentinas (supongo que Álvarez, el ahora ex-presidente del INCAA, hubiese estado sobre el escenario; pero su renuncia, naturalmente, impidió verlo por la capital del estado de Jalisco).

4453_0002.jpg 

La película de apertura fue Café de los maestros, documental dirigido por Miguel Kohan y producido por Santaolalla y Stantic. El propio Santaolalla se encargó de enfatizar acaso la única virtud de esta película estándar y mecánica: los protagonistas son todos hombres y mujeres de más de 70 años, músicos de tango que supieron conocer la gloria en décadas pretéritas. Mariano Mores, Horacio Salgán, Alberto Podestá, Virginia Luque y otros.

Cualquier película que reivindique y dé visibilidad a la senectud es bienvenida. La elegancia de Luque, la serenidad de Salgán, la picardía de Godoy, y en verdad, cada característica singular de todos los músicos que se ven en pantalla, le suministra cierta autenticidad que atraviesa toda la película y puede despertar algo de simpatía.

En algún momento se cita a Macedonio Fernández: en lo único en donde no imitamos a los europeos es precisamente en el tango. La frase no es literal. Ocurre que Café de los maestros es un film que parece la copia de un formato documental casi neutro, un estilo sin estilo que ya se vio en reiteradas ocasiones, pero cuyo centro de gravedad narrativa, los viejos músicos, disimulan los intentos fallidos de Kohen por hallar una opción formal capaz de traducir sus buenas intenciones.

Quizás por ello el nombre Piazolla no se escuche ni en una ocasión, curiosa omisión, pues el autor de Libertango fue ante todo un creador de formas. Y es éste, precisamente, el problema de este documental en donde la entrevista siempre es registrada en un plano medio lateral para luego pasar a un plano general o medio de quien habla interpretando un instrumento.

En efecto, las entrevistas parecen esbozar una tesis general, pero en verdad, la suma no constituye una unidad temática. En algunos pasajes, los planos generales de la ciudad de Buenos Aires, de la calle Corrientes al barrio de La Boca, o la elección de  no incluir paisajes soleados, intentan sugerir una dialéctica entre un género musical y una ecología urbana específica. Pero es un bosquejo difuso, un registro deshistorizado. Así,  cuando hay indicios de cómo el tango constituye un estado de ánimo propio de una población determinada, la porteña, Kohan no llega a articular un discurso capaz de develar los hilos secretos entre género música, historia y espacio. Un buen ejemplo es cuando se señala el sistema cooperativo con el que  Osvaldo Pugliese, durante toda su vida, aplicó para repartir equitativamente las ganancias entre los miembros de la orquesta que dirigió.

Los últimos veinte minutos transcurren en el teatro Colón, durante un concierto en donde la mayoría de los músicos que participan en Café de los maestros, tuvieron su momento de máximo reconocimiento. Se supone que es instante emotivo, pero la concepción del montaje le resta potencia. El abuso del plano secuencia circular y una indecisión por no sabe qué mostrar o dejar, diluye el epílogo, concebido para rematar y emocionar. Y además está la presencia innecesaria de Santaolalla, abrazándose con todos los músicos y gesticulando una y otra vez al compás de los bandoneones, una de las tantas decisiones estéticas que desordenan y banalizan la puesta en escena, es decir, debilitan la totalidad de la película.

*1) Póster del festival; 2) Ilustración de Birri; 3) Fotograma de Café…

Copyleft 2000-2008 / Roger Alan Koza