Una profusión indetenible de imágenes o una experimentación sistemática con un propósito definido: inventar el cine o, de no poder hacerlo, al menos perpetuar algunos planos inolvidables. Eso es Eisenstein en Guanajuato, aunque también es un reduccionista biopic centrado en sólo diez días en la vida de uno de los mayores cineastas de todos los tiempos, Sergei Eisenstein, tras su fracaso en EE. UU. y su paso por México en 1931 (para filmar ¡Viva México!), el país que cinco años antes que los rusos hizo también una revolución. El cineasta soviético, que se sentía perseguido por moscas espías y que aún era virgen al pisar Guanajuato, conocerá en la tierra de los aztecas la veneración ancestral por la muerte y los placeres sexuales. Su encuentro con Palomino Cañedo no será solamente cultural sino también carnal, y habrá aquí un largo pasaje sobre la iniciación sexual del cineasta, que arranca con unas gotas de aceite de oliva deslizándose rumbo a unas nalgas y un poscoito en el que una banderita de la URSS se sostiene entre los cantos de una cola. La ligereza con la que filma el cumplimiento del deseo sexual no alcanzó para que todavía hoy la sodomización del autor de El acorazado Potemkin no provoque el escándalo entre sus compatriotas. La verdadera provocación de Peter Greenaway es otra: trabajar las imágenes como si fueran pliegues de una enciclopedia tridimensional y demostrar asimismo que el espacio es curvo. El resto es casi una anécdota y una comedia (groucho) marxista, no exenta de ridículo y simplificaciones inadmisibles.

Roger Koza / Copyleft 2016