CRÍTICA DEL PÚBLICO (1)

CRÍTICA DEL PÚBLICO (1)

por - Ensayos
25 Abr, 2009 06:19 | comentarios

Por Nicolás Prividera

1.

El espectador nunca está fijo: cambia como cambia el cine. El espectador «medio» (si existe tal cosa) se divide hoy según un doble espectro etario: los adultos sólo van al cine a revivir el «cine de qualité», y los jóvenes a no perderse el último «tanque» de moda. En el medio está el espectador «cinéfilo», que muchas veces hace de su supuesto amor una perversión. Por ejemplo, cuando es capaz de verse diez películas por día en el BAFICI sólo por estar en la onda. (Y nadie que no esté entrenado, como críticos o programadores -y aun así no es recomendable, si se quiere «procesar» con tiempo lo que se ve- puede ver tres o más películas por día y asimilarlas.) Pero ese mismo espectador no va al cine si la película se estrena… Y no porque la consiga en Internet (además, el espectador que baja películas no es mayoritariamente el cinéfilo, sino el que busca ver antes -o gratis- los «tanques» de Hollywood).

El problema, entonces, es que aun ese público cinéfilo (el menos difuso que tiene el llamado «cine independiente») tampoco es de por sí un ideal. Y el BAFICI expresa bien sus límites: pues si bien es motivo de alegría que un festival así tenga mucho público (cosa que lo distingue de otros festivales similares, que se hacen casi sin espectadores), la cuestión es que buena parte de ese público no es «fiel» más que al espacio cool del Festival (en el que se matan por abarrotarse de películas que no verían fuera de ese espacio…). Es decir: que esos espectadores demuestran un interés cuantitativo más que cualitativo y eso define también su cualidad como público: cuando vemos a alguien sacando 40 entradas para el BAFICI (cosa bastante común), podemos colegir que lo único que está haciendo es satisfacer una compulsión consumista (que no deja de serlo por estar enfocada hacia una actividad «cultural», sino todo lo contrario: es una muestra más de la segmentación del consumo…)

2.

No podemos pensar el público sin pensar el contexto cultural, degradado desde la dictadura y que la democracia no pudo recuperar, sino todo lo contrario: el menemismo, como continuación económico-cultural de la dictadura, terminó por redefinir totalmente el campo social (a tono con la ola neoliberal post-caída del muro de Berlín, que ahora parece tocar a su fin con la caída de otro muro, el de Wall Street). En ese contexto surgió el «Nuevo Cine Argentino», que a más de diez años de su aparición enfrenta a una crisis de identidad (en relación a ese público que sólo le fue fiel esporádicamente): o bien se vuelve parte del sistema (o aspirar a serlo, sin siquiera conseguirlo, ya que aun sus películas más exitosas y populares no alcanzan a ser grandes éxitos de taquilla) o bien acepta convertirse en un arte de la resistencia (como en el caso del cine que no aspira a ser aceptado en el circuito comercial).

Un camino intermedio (y tal vez el que menos resigna) es el de Lucrecia Martel, cuyas películas tienen dimensión industrial y formato independiente (aunque esto parece volverse insostenible, visto que La mujer sin cabeza «sólo» llevó poco más de 30.000 espectadores a las salas): ahí se jugará la suerte de su próximo proyecto, El Eternauta, basado en la más popular historieta argentina más popular de la historia… La ventaja de Martel es que tiene el apoyo de una gran compañía («El Deseo», de Almodóvar) y que no necesita apoyarse en el mercado interno y en los subsidios del INCAA. En ese sentido es un caso excepcional, que tampoco puede ser trasplantado (como el modelo Llinás) a los que pretenden hacer cine independiente.

3.

El cine argentino ya no tiene la respuesta masiva que alcanzó en momentos políticos claves, como el 73 -representado por el Moreira de Favio -o la primavera democrática -con la Camila de Bemberg-, que quedaron en la memoria como mojones irrecuperables. El público cambió, como cambió la industria del entretenimiento, y como cambió la economía y política del país. Argentina, aun siendo el tercer país en la región, esta muy atrás de México y Brasil, países con muchos más millones de habitantes, pero que también han sabido sostener sus pantallas y espectadores. El cine argentino tiene éxitos espasmódicos, que a esta altura son hasta impredecibles para las grandes producciones «populares» que antes eran un número puesto todos los años.

Lo que debería ser claro a esta altura, entonces (mucho más para el cine «independiente»), es que la batalla por el público está perdida hace rato: no sólo por la progresiva reducción de espectadores (en términos globales) o el cambio en los consumos (cable, DVD, etc.), sino porque la hegemonía de la TV (y multimedios que sólo cuidan sus productos, frente a una TV pública que descuida el cine nacional) se ha convertido en el frente de nacional: frente a una programación cada vez más chata(rra), el cine sólo puede ser un espacio de resistencia cada vez mas pequeño. Una balsa del Titanic en la que pocos entran, y donde cada vez hay menos espacio para los independientes (sobre todo si viajan en tercera clase).

Copyleft 2009 / Nicolás Prividera