CORSINI INTERPRETA A BLOMBERG Y MACIEL

CORSINI INTERPRETA A BLOMBERG Y MACIEL

por - Críticas
11 Dic, 2022 10:57 | comentarios
Llegan tardes estos párrafos para una película que se estrenó hace un tiempo en el país y se proyectó en estos días en el mítico Festival de La Habana, Cuba. Que lleguen tarde significa un injustificado atraso debido al placer suscitado en su momento por la película en el estreno vernáculo.

DE RESISTENCIAS Y URGENCIAS

Escucho una voz que canta. Lejana, altisonante. Me muevo dentro de mi casa rápidamente como si tuviera una urgencia. Ya nada es urgente, el tiempo planea sobre mi cabeza con furia. La voz que canta me detiene un instante. Me saca del apuro, de ese apuro inventado. Pienso en la urgencia y esa voz me sostiene como si mi desalmada alma pudiera levitar. Hay voces que nos frenan, no por bellas, no por malas, sino porque solamente aparecen en el momento justo. Una voz que llena un vacío, una canción que aparece en un sinsentido que marea un poco. Sin embargo, no hago caso y sigo apurada, voy a la cocina y hago café. El olor del café, áspero, fuerte, baja lentamente por la garganta y en ese transcurso se hace cada vez más áspero, más ríspido, pero no deja de ser placentero. Finalmente, el sabor es siempre fatal y el resabio parte la lengua al medio y ya nada, nada importa. La voz vuelve a sorprenderme, me saca de mi cabeza, de mis olores, de mis reflexiones ridículas, hasta me lastima. Desafinada, raída, con gusto a cigarrillo negro me doy cuenta que canta un tango: ’El camino de tus sueños prometieron a mis ansias”. Escucho los ecos de la voz que rebotan en las medianeras de los edificios. “Con el alma te quiero pulpera y algún día tendrás que ser mía, mientras llenan las noches del barrio, las guitarras de Santa Lucía”. No soy ni rubia, ni de ojos celestes y menos me parezco a una calandria. Corsini me recuerda a mi infancia; Corsini, un tipo de voz rizada, engominado y algo pálido. 

Hace poco salí del cine – de “la Lugones”- cantando a toda voz; no recuerdo haber salido con tanto entusiasmo canoro en mucho tiempo. Camino por la avenida Corrientes, despacio, la noche se cierra lentamente y la pulpera me acompaña. Camino con una alegría despareja, extraña. Ahora la voz de Mariano Llinás aparece entre líneas mientras la pulpera me mira de reojo. Es extraña la experiencia estética, pero más extraña es la recepción. ¿Qué queda de aquello que vemos? En este caso canciones y palabras, una casa vieja, un poco destruida y voces, muchas voces que se reflejan en los espejos de otras voces. 

La voz de Llinás es esa mezcolanza que no reconoce categorías, que no le interesan. Ficción, musical, autor, director, narrador, ya nada importa. ¿Hay algo que importe más que el placer, el gusto de hacer una película, de escribir una nota, de redactar un guion, de escuchar una canción? Ese es el piné de Llinás, es el que puede y el que quiere. ¿Quién es? ¿Un vanguardista tardío? ¿Un bon vivant caprichoso? ¿Un señor de otra generación, erudito y socarrón? ¿Un gran gesticulador y un buen agitador de tradiciones?  

Es eso y mucho más. Es eso y nada de eso. Pero no es lo importante, lo relevante es su cine. En Corsini, como en La flor, como en Historias extraordinarias solo el deseo de contar lo sostiene; sus películas son mamushkas de relatos, capas de cebollas de historias y de voces, de canciones y de espacios. Corsini es como la voz que aparece en mi ventana, un gesto que sorprende, que alivia, que saca de la melancolía en la que estoy. Y Corsini, la película, es Llinás, y es Pablo Dacal y es Blomberg y es Maciel y también los guitarristas, el perro y Agustín Mendilaharzu. Sus voces, sus canciones y sus cuerpos. Corsini no es un juego, no es una pieza que proponga una reflexión sesuda sobre la política pasada y reciente; no es un panfleto antirrosista, y tampoco está a favor del Restaurador. 

Necesito otro café mientras desde afuera de mi ventana, la voz sigue incólume, despiadada, un poco lastimosa. Pero Corsini me acompaña como esa punta del ovillo que despliega el viaje que propone la película. Todas las películas de Mariano Llinás son viajes, intensos, cambiantes, un poco inútiles, conmovedores. Viajes que remiten siempre a los relatos decimonónicos de travesías por el mundo, por los espacios, por los reales y por los simbólicos. Desde Julio Verne con sus viajes submarinos y alrededor de la tierra – pura ficción- hasta Julio V. Mansilla el de la Patagonia más rebelde, más indígena, más verdadera- también ficción-. 

Corsini interpreta a Blomberg y Maciel es también un recorrido por la ciudad en auto, ese auto que como la misma película recorre varias veces los mismos trayectos se tropieza en algunos espacios, avanza en otros. La cinta roja que cuelga volátil del espejo del auto es un signo de suerte, una ofrenda al Gauchito Gil o una insignia rosista; las voces (de nuevo, esas voces y otras voces que subyacen en la película) también son las voces de la radio (que, seguramente sin un ápice de inocencia, se deja escuchar  el programa “Pasaron cosas” de Alejandro Bercovich bastante alejado de eso que se cree intuir políticamente de la película o del propio Llinás en varios de sus comentarios arrojados con la ironía exacta como para desconfiar un poco). Los unitarios y los federales bailan al son de La pulpera, se regodean con Camila O ‘Gorman, mientras los hombres de la película – es una película masculina que danza alrededor de una mujer mítica- cantan, pasean, filman, discuten. La casa donde llegan es finalmente un museo, como tantos de esos que recorren, impacientemente, buscando escenarios acordes con el momento histórico que se relata.

De pronto, recuerdo que alguna vez leí, hace añares, un poema de Juan Gelman (tal vez este sea como el café intenso que tomo o la voz lastimosa que llega de mi ventana, un gesto de imprudencia discursiva). El poema empieza:

“¿Era rubia la pulpera de Santa Lucía? ¿tenía los

ojos celestes?

¿y cantaba como una calandria la pulpera?

¿reflejaban sus ojos la gloria del día?

¿era ella la gloria del día inmensa luz?»

Y sigue para hablar de los fusilados de Trelew, de la sangre derramada, de esa masacre de la que justamente en este año se cumplieron 50 años. La sangre, en sus distintas vertientes, también está presente en la película, en las discusiones sobre asesinatos, sobre el poder del rosismo, pero tal vez esa sangre en Corsini habrá de ser leída como una interrogación, igual que en el poema de Gelman. El arte –si es que existe ese concepto, tan extraño, abstracto y seductor- es así. El recorrido de Gelman es similar al de Llinás: vuelos poéticos que ahondan en interrogantes cruzando la historia política de un país siempre inestable, siempre incorrecto, siempre vibrante. Ese país donde la urgencia, la alerta, es lo importante; donde pocas veces paramos, pocas veces nos suspendemos. 

La foto justa no florece, la toma exacta nunca aparece, la palabra certera se retrae, todo se resiste. El equipo que filma la película discute, lee textos, busca el plano ideal; la resistencia siempre es un gesto político. El relato perfecto tampoco aparece, la verdad esta velada siempre, siempre es según el cristal con el que se mire. Llinás como es, que, como el señor que canta en la vereda de mi casa, me sorprende. Me provoca un exilio de mí misma, me hace parar y levantar la mirada. Me detiene. Gesto tan inusual últimamente. 

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Corsini interpreta a Blomberg y Maciel, Argentina, 2021.

Escrita y dirigida por Mariano Llinás.

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Marcela Gamberini / Copyleft 2022