EL COLOSO DE LA ISLA

EL COLOSO DE LA ISLA

por - Ensayos
12 Jun, 2017 11:39 | comentarios
Breve ensayo sobre la fascinación de una criatura cinematográfica que siempre vuelve con el paso de los años

En 1895, dos formas muy diferentes de exploración sobre lo que no es aprehensible para la conciencia en lo inmediato tuvieron su aparición en el mundo: el psicoanálisis y el cine. En el primer caso, se trataba de una presunta ciencia que daba a luz a lo inconsciente. Había todo un universo simbólico para develar cuya gramática se estructuraba en diversas fantasías.

El cine tampoco fue ajeno al espíritu científico. La invención del cinematógrafo constituyó un nuevo capítulo en la evolución de la mirada. Primero el telescopio, después el microscopio, ahora la cámara. El perfeccionamiento de la observación no tardó en combinarse con lo inobservable. El reino de las fantasías se podía escenificar y visualizar; lo inconsciente era entonces susceptible ya no sólo de ser verbalizado, sino también de ser representado con mayor nitidez y vivacidad que en las pinturas y los relatos literarios.

En la famosa King Kong de 1933, la de Edgar Wallace y Merian C. Cooper, se presiente aún el espíritu del siglo precedente a su realización. Los viajes a lugares exóticos y el encuentro con lo desconocido, a veces en su manifestación monstruosa, constituían un lugar visitado por este nuevo modo de representación y entretenimiento. El propio filme se encarga de cruzar la curiosidad científica, la compulsión por el espectáculo y el instinto sexual, y de ahí en adelante las tres películas más importantes sobre el simio gigantesco no abandonarán esa tríada conceptual.

En efecto, la venerada deidad animal llamada King Kong se enamora de una mujer. Quienes le rinden culto a la bestia ven en la actriz que viaja con la tripulación para rodar un filme en tierras desconocidas la más sublime ofrenda que se pueda concebir. El director de cine a bordo termina capturando al enorme gorila para exhibirlo en público. Este se escapa y muere encima de un emblemático edificio.

Que King Kong haya muerto en dos ocasiones en un símil del Empire State –y, en la versión de 1976, en las Torres Gemelas– poco tiene de casualidad. El tamaño de los edificios en el capitalismo importa, como también sucede con la pedantería machista respecto de sus atributos naturales. El poder del falo no es una nimiedad o un signo casual en la expresión de cualquier fantasía situada en las coordenadas del capitalismo patriarcal. El erotismo primitivo e infantil son característicos de los filmes de King Kong, al igual que la inscripción del relato en una época de crisis del capitalismo moderno: tanto la de Wallace y Cooper como la de Peter Jackson transcurren en tiempos de la Depresión; la de John Guillermin, de 1976, tiene como fondo la crisis del petróleo de los 70.

King Kong es un monstruo invencible. Su atractivo excede a su ya mítica figura en el panteón cinematográfico de las bestias. La seducción de este gorila es la misma que despierta las criaturas prehistóricas, los dragones inexistentes y las bestias marinas como Moby Dick. Es lo otro de la civilización que a su vez se intuye inadvertidamente en el propio cuerpo de las personas, eso mismo que inquieta a todas las religiones y culturas: la sexualidad. El coloso de la Isla Calavera no es otra cosa que pura libido al servicio del espectáculo.

* Este texto fue publicado en el mes de marzo por el diario La voz del interior

* Fotogramas: King Kong (1933); King Kong (1976)

Roger Koza / Copyleft 2017