CINEFILIA MALDITA. LA COLUMNA DE MIGUEL PEIROTTI: LA MIRADA ESCRITA

CINEFILIA MALDITA. LA COLUMNA DE MIGUEL PEIROTTI: LA MIRADA ESCRITA

por - Columnas
28 Abr, 2017 04:55 | Sin comentarios
Pura felicidad. El gran crítico de cine cordobés Miguel Peirotti vuelve a la escritura y elige como objeto la ópera prima de Nicolás Abello. La cinefilia mediterránea de fiesta (y quien lleva adelante este sitio se siente honrado como nunca)

Por Miguel Peirotti

Esta no es una advertencia: estamos ante una película estudiantil; es un elogio, tampoco una exhortación a levantar la ceja ante cada imperfección que pudiera revelar, ni para acariciarles la cabeza con piedad a los realizadores. Es para profetizar proporcionalmente qué carrera podría esperarle a Nicolás Abello, cursante de la escuela Universidad Nacional de Córdoba de apenas 23 años, en base a lo que vemos en su primer largometraje. Nos hemos cansado de consumir cortos estudiantiles de cineastas de primer orden mundial. Como los de Scorsese, por ejemplo, que no eran gran cosa, pero vean dónde terminó Big Marty. Si esta fuera una ciencia exacta, el talento de Abello podrá terminar en un sitial de honor, como mínimo, del cine argentino.

La mirada escrita es un policial donde la acepción más frecuente de “amateurismo” -la relacionada a un profesionalismo en construcción – es eclipsada por el significado original de la palabra, “amador”; aquí hay unas ganas terribles de hacer cine. Con 23 años, por suerte Abello no salió al sol a filmar otro coming of age sobre sus padecimientos infantojuveniles, la mayor tentación argumental del operaprimista. En cambio, se internó bajo los techos de la ciudad con la protección de una troupe de ingenio sinérgico para saciar la sed del espectador presente antes que su hambre por recapitular el pasado. Es por este entusiasmo creativo (colectivo) que las fisuras que mellan la película son meros detalles que pueden sanearse en la experiencia inmediata de una segunda película; nada de qué alarmarse.

La protagonista es muda (irónico casting a la cantante de jazz Gabriela Beltramino, eficaz revelación). Y cuando la protagonista es muda sabemos que no podrá gritar. Y cuando alguien no puede pedir auxilio en una pantalla policial, el suspenso crece como yuyo. Si “en el espacio nadie te oirá gritar”, como rezaba el póster de Alien, el octavo pasajero, a esta protagonista nadie la oirá gritar en ningún espacio de la ciudad. Una chica que no puede hablar ni gritar, es el hándicap con el que un asesino serial del cine se relame la baba, como quedó demostrado canónicamente en La escalera de caracol (1946), de Robert Siodmak, clásico de clásicos con mudez incorporada en el que Dorothy Maguire se protegía de George Brent en los claroscuros silentes de una fotografía con carnet de socio gótico.

Falta lo mejor. En la secuencia de La mirada escrita en la que se utilizan como puzzle (meta)narrativo fragmentos de La ventana indiscreta, película de la cual la protagonista es fan acalorada, la puesta en escena de Abello se filtra como un hilo de agua por las comisuras del clásico de Hitchcock; una vez allí, con los diálogos de James Stewart y Grace Kelly a punto de caramelo para una reutilización, la cámara subraya con fibra flúo en el texto hitchcockiano lo que le es útil a su historia y crea su tarjeta de presentación: una set-piece a lo Brian De Palma donde la comunión del fuera de campo y el travelling pavimentan una tercera mirada: la del espectador felizmente angustiado. El territorio de la cita cinéfila también puede resultar un terreno fértil al cultivo de la autoría propia si se lo utiliza para algo más que jugar a las escondidas. En eso está Abello.

Miguel Peirotti / Copyleft 2017