CINECLUBES DE CÓRDOBA (91): A 600 METROS

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por - Cineclubes, Críticas
23 Mar, 2016 01:05 | Sin comentarios
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La Perla, a propósito del campo

Por Roger Koza

“Topología” es un complejo concepto matemático destinado a pensar las propiedades de los cuerpos geométricos que permanecen constantes más allá de ciertas transformaciones continuas. El concepto, como tantos otros, tiene raíz griega y dos términos que lo constituyen: uno se refiere al lugar (topos), el otro al estudio (logía). Eso explica, en cierta medida, el frecuente uso de la palabra topología para cuestiones que exceden a la matemática.

Cuando se piensa en desaparecidos —y últimamente la cuestión vuelve a suscitar controversias equívocas respecto al número de personas desaparecidas—, la matemática parece invocarse como si en la indesmentible exactitud de una suma se pudiera dirimir el sentido y alcance del horror. La cuantificación como argumento es un sofisma, más allá de la necesaria documentación que no debe desestimar la estadística.

Pablo Baur, en su breve pero poderoso ensayo cinematográfico La Perla, a propósito del campo, que se verá en carácter de preestreno el próximo miércoles 23 a las 20.30 h (en el Cineclub Hugo del Carril, Bv. San Juan 49), evita dar números como argumentos. En realidad, hay números por todos lados: cantidad de habitaciones del establecimiento, cuantificación kilométrica de la distancia entre el campo de concentración y la ciudad de Córdoba, suma de autos y personas en estos que pasan por año por la autopista situada a 600 metros de las “ruinas” del horror.

Pero Baur desestima el argumento de los números, pues sabe que ahí no se juega esencialmente la vileza de un régimen, ni tampoco la impugnación de su método preferencial, la tortura, procedimiento sádico destinado eventualmente a extraer información del detenido y a proporcionar una inexplicable forma de placer al verdugo. He aquí la claridad conceptual del cineasta: en uno de los capítulos de su película, se sustituye el número que los divide y se lo titula “Sin números”. Justamente es el momento en el que se alude de manera directa a los detenidos, y no se obviará más tarde dar los números correspondientes, unos 2200 o 2500. Pero un desaparecido no es un número.

La Perla, a propósito del campo es fundamentalmente una película topológica. Por todos los medios posibles, el realizador intenta entender la geografía y la arquitectura del terror. ¿Cómo se puede idear una topología de la infamia? En una gran decisión de puesta en escena, una voz en off de un hombre intenta inferir a partir de un plano de arquitectura de La Perla a qué tipo de espacio y función remite el dibujo estructural del emplazamiento. Todo lleva a pensar en un hotel, aunque la extensa amplitud del sótano incita a dudas. ¿Una cárcel? Podría ser, pero faltarían ventanas, dice el hombre que no vemos y que persiste en descifrar el plano, el cual no revela absolutamente nada del horror. El esqueleto de un campo de concentración apenas enuncia sus objetivos tácticos y su abyecta misión disciplinaria.

Lo que viene después consiste en mirar los vestigios del suplicio en los escombros e intentar lo imposible: que el espacio enuncie su tenebrosa historia. Filmar las paredes, los pisos, las estructuras que han sobrevivido, y detenerse por un instante en la única insignia del delirio. En una pared destruida se lee: “La oración es la fe del soldado y la debilidad de Dios”. Del ejército complacido en impartir tormentos en nombre de la patria se pronunciarán todos sus nombres, sin excepción. La máquina del exterminio tiene sus ideólogos y ejecutores; nombrarlos constituye adjudicarle a cada uno su responsabilidad innegable.

Los procedimientos formales empleados por Baur son muchos. Una cámara montada a un drone facilita una lectura aérea de La Perla. En la superficie prescinde generalmente de planos fijos y prefiere lentos travellings laterales que van de izquierda a derecha para mirar las instalaciones y el terreno. En ciertos momentos dos actores, un hombre y una mujer, suministran información relevante, escenas registradas en un solemne blanco y negro y que a menudo están concebidas en un deliberado juego de yuxtaposición sonora e incluso visual. Baur sabe muy bien que la clave estética, ética y política de su película estriba en encontrar la forma justa que interrogue un pasado vacío de imágenes. Lo que pasó ahí carece de representación.

En el inicio se introduce una cita precisa. La misma reza: “Extraño bautismo de imágenes; comprender al mismo tiempo que los campos de concentración eran verdad y que la película era justa… “. La afirmación le pertenece a Serge Daney y se aplica a la mayor vergüenza del siglo XX, los campos de exterminio nazis. En Argentina, mal que nos pese, en una escala menos espectacular, también se mancilló la dignidad de los hombres. No es sencillo filmar lo que avergüenza. Por eso a Baur le llevó cinco años hacer esta película, ya que deseaba realizar una película justa. Es posible que haya cumplido su cometido.

Esta crítica fue publicada por el diario La Voz del Interior en el mes de marzo de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016