CINECLUBES DE CÓRDOBA (81): PLURALISMO CRIOLLO

CINECLUBES DE CÓRDOBA (81): PLURALISMO CRIOLLO

por - Cineclubes de Córdoba, Críticas breves
12 Oct, 2015 08:49 | Sin comentarios
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Favula

Por Roger Koza

El sustantivo “pluralismo” convoca panegíricos de todo tipo. Está de moda, es útil, cotiza en el discurso del marketing político. Supone tolerancia y respeto por el diálogo, virtudes republicanas que parecen manifestaciones de la esencia democrática. Sí, todos quieren dialogar, aunque nunca sabremos hasta dónde se está dispuesto a escuchar.

En otro contexto, el del cine argentino, el pluralismo (estético) es una cuestión fáctica e incuestionable, casi una verdad cartesiana. Es que en un país en donde se realizan casi 200 películas anuales es notable constatar el estándar profesional y la diversidad de poéticas que se ponen en juego en las películas vernáculas.

Si alguien quisiera tomarse el trabajo de verificarlo, esta semana tres películas que se proyectarán en la ciudad, reposiciones y preestrenos, denotan vías completamente distintas y bien logradas: por un lado, se podrá ver en una única función la extraordinaria Favula (2014), de Raúl Perrone. Por el otro, habrá una nueva oportunidad para descubrir en una pantalla grande La princesa de Francia (2014), la última película shakespereana de Matías Piñeiro. Finalmente, El último Elvis (2012), de Armando Bo (nieto), se vuelve a proyectar en una sala. El filme de Perrone consolida una vía experimental posfotográfica; el de Piñeiro reafirma su condición de autor y gran coreógrafo del espacio de la escena; mientras que la película de Bo es acaso la mejor expresión de un cine de vocación comercial en el país que viene escalando año tras año en la taquilla.

Una selva africana

 Estrenada en la sección vanguardista del festival de Locarno conocida como “Signos de vida” durante agosto de 2014, Favula resultó ser la confirmación de una fase de radicalización estética en la carrera de Perrone, iniciada con su genial P3nd3jo5 (2013) y que sigue generando curiosidad, admiración y perplejidad (el estreno reciente en Valdivia y Hamburgo de su obra maestra Samuray-S ha incitado polémica y nuevas discusiones).

Favula está inspirada en un cuento africano anónimo. Los personajes: una bruja y su marido, dos hermanos, una mujer joven y hermosa, un militar. El conflicto narrativo es escandaloso: la joven será vendida. ¿A qué se debe? ¿Por qué la maldad atraviesa el mundo?

Pero el escándalo real pasa no tanto por el tópico del relato (mínimo) que articula la película, sino más bien por la invención literal de un universo salvaje en el que los personajes deambulan de un lado al otro. La materialización de la selva con sus pocos animales constituye un toque de genialidad por parte de Perrone, quien ha entendido mejor que nadie lo que significa la digitalización del cine: una conquista posible de lo imaginario y su representación.

Estos paisajes oníricos y a veces tenebrosos que se ven en Favula, nacidos de la imaginación del cineasta, resultan mejor que cualquier trip lisérgico hasta ahora filmado, principalmente porque lo que vemos no tiene un inmediato referente para ser reconocido y codificado. Es que no se trata de efectos especiales impuestos por un software, sino de un aprovechamiento de la manipulación de la imagen digital sin perder de vista el ingenio de los antepasados, aquellos cineastas de la era analógica que tenían que arreglárselas para inventar formas sin precedentes. Perrone retoma el gesto pretérito y crea imágenes y sonidos sin ninguna inhibición. (Miércoles 14, a las 20 h, en el Cine Municipal Hugo del Carril, Bv. San Juan 49)

En el principio

La ópera prima de Bo y la quinta película de Piñeiro tienen comienzos ostensiblemente virtuosos. La cámara de Bo lleva de la mano al espectador para adentrarse en el mundo de su personaje, un hombre de clase trabajadora que vive como si fuera una encarnación del gran Elvis Presley. El genio musical ha reencarnado en Avellaneda. Es un inicio formidable, en un solo plano, en el que el punto de vista del registro, al desplazarse por el espacio, llega de a poco al show que Carlos Gutiérrez está por comenzar.

El actor es un hallazgo, y no solamente porque John Mclnerny parece haber canalizado sin mediaciones la voz del ídolo estadounidense, sino también porque el sentimiento de frustración y alienación que transmite el personaje que interpreta no tiene nada que ver con una mímesis perfecta de Presley. Su dolor es universal. (Viernes 16 de octubre, 21 h, en el Cineclub Juan Oliva, Av. Poeta Lugones 401)

En La princesa de Francia, Piñeiro también arranca con una escena magnífica: el plano secuencia que empieza en la terraza de uno de los personajes y culmina en un partido de fútbol 5, y que imperceptiblemente deviene en una coreografía musical mecánica, es de por sí un motivo para ver este filme. Una vez más el joven director ahora radicado en Estados Unidos se apropia en sus propios términos de las comedias ligeras de Shakespeare como pretexto para indagar sobre la naturaleza volátil del deseo. Aquí el protagonista masculino vuelve de un viaje a México tras la muerte de su padre, y este regreso precipitará una revisión del lugar de viejos y nuevos amores mientras organiza un radioteatro con materiales del escritor inglés.

La elegancia y el virtuosismo de Piñeiro alcanzan aquí su mayor refinamiento, pero tal vez se trate también del agotamiento de un sistema cinematográfico tan hermoso como seguro. (Martes 13, miércoles 14 y jueves 15 a las 19 y 21 h, en Cineclub Juan Oliva)

Este texto fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de octubre 2015

Roger Koza / Copyleft 2015