CINECLUBES DE CÓRDOBA (59): LA CONTUNDENCIA DEL EXTERIOR

CINECLUBES DE CÓRDOBA (59): LA CONTUNDENCIA DEL EXTERIOR

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15 Dic, 2014 01:24 | Sin comentarios
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Ladrón de bicicletas

Por Roger Koza

Somos testigos, conscientes o no, de un nuevo estadio en la evolución del lenguaje cinematográfico: la figura de lo real empieza paulatinamente a ser sustituida por la invención digital de mundos que imitan una presunta realidad existente, acontecida o imaginada, según el tiempo que exige el relato en cuestión. Por ejemplo, ¿en dónde ha sido filmada Éxodo: dioses y reyes? ¿O Interestelar y Gravedad? En pequeñas habitaciones de un estudio auxiliado por ese fondo verde milagroso (el croma) que permite insertar escenarios imposibles de reproducir de no existir software capaz de liberar al cine del límite de la materia. En cierto sentido, todo es posible de representar, aunque curiosamente son películas rodadas en una especie de no-lugar.

El neorrealismo descubrió, en especial, la fuerza de la calle en el registro cinematográfico. Un lugar real definía prácticamente todo. No se trataba de utilizar un escenario natural por fines pragmáticos, de tal forma que se evitara el gasto de reconstrucción de un escenario en estudios; la búsqueda e intuición era otra. Se creía que había una experiencia del espacio público y una presencia de lo real que podía ser incorporada a la ficción trastocando en parte el sentido mismo de ficción. Este procedimiento poético implicaba en ocasiones un hallazgo dramático: los protagonistas no eran actores profesionales. Un sujeto de ese mundo podía transformarse en estrella. Así, estos materiales de lo real despuntaban como la verdad de la ficción.

Ladrón de bicicletas (1948), película neorrealista por excelencia (y también comunista en un sentido que excede la ideología, como señalara André Bazin), permite sentir físicamente la ciudad de Roma de la posguerra y la experiencia colectiva de vivir en una economía arrasada. La historia es tan sencilla como universal: un obrero desempleado –un tornero– consigue un trabajo en el ayuntamiento; la única condición para la obtención del puesto consiste es contar con una bicicleta para su trabajo. Con gran esfuerzo, su mujer reunirá el dinero para adquirirla, y de ese modo Antonio conseguirá el trabajo. Después de un par de jornadas laborales, un transeúnte le robará la bicicleta, y Antonio y su inolvidable hijo Bruno empezarán una búsqueda desesperada.

Si recupera o no la bicicleta es lo de menos, pues a través de la búsqueda, Vittorio De Sica revela una cotidianidad que ilustra visceralmente una época: el desempleo, la desesperanza y el auge de la superstición. El misterio de la película reside en ciertas escenas de transición en donde elementos menores evidencian el costado extraordinario y dramático de los eventos que conforman el día a día. Véase el pasaje en el que una lluvia torrencial obligará a Antonio y Bruno a esperar en una esquina. Esos cinco minutos son gloriosos: desde la caída de Bruno en la acera, todo lo que sucede es de una perfección admirable: los gestos del niño, la mirada del padre, la aparición de un grupo de religiosos; la orquestación de cada detalle es magistral, y de ahí en adelante la película crecerá en su dramatismo sin jamás renunciar a la ternura, como se puede constatar en el momento en que padre e hijo comparten un almuerzo.

La tesis de Ladrón de bicicletas, como diría Bazin, es la siguiente: “En el mundo en el que vive este obrero, los pobres, para subsistir, tienen que robarse entre ellos”. El coraje de De Sica pasa por sostener secretamente este veredicto sin apostar a la reconciliación y sin apelar en un último momento a un golpe de suerte que restaure la esperanza entre los hombres. (Lunes 15, a las 23 h, y sábado 20, a las 15.30 h, en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, Bv. San Juan 49)

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Tres D

Vuelve Tres D

En un registro muy distinto, Tres D, de Rosendo Ruiz, es también una película que incorpora lo exterior a su puesta en escena. Esta película híbrida, en la que una historia de amor se entrecruza con el registro casi documental de los entretelones de un festival de cine en Cosquín, puede ser vista como un retrato indirecto de una pequeña ciudad del Valle de Punilla: la conmemoración de la Independencia en la plaza, la forma de filmar las calles y los bares y la atención puesta en la presencia canina constituyen una tercera película dentro de la película. La ciudad estigmatizada, para bien y para mal, como la capital del folclore, luce muy distinta. En este sentido, el gran momento del filme es aquel en el que un verdadero documentalista de la vida cotidiana de Cosquín aparece en el filme, un personaje que perfectamente podría haber sido transportado desde Ladrón de bicicletas. 

Tres D es una película moderna en la medida en que pone en tela de juicio su propio discurso (cinematográfico), pero no por ello deja de ser popular. La pareja protagónica es un hallazgo, y las intervenciones de algunos directores y críticos de cine como Campusano, Prividera, Scelso, Fontán, García y Cozza, entre otros, son aportes precisos y sustanciales que llevan a pensar el cine en general y los festivales de cine en particular. (Desde el jueves 18, en el Cine Gran Rex)

Esta nota fue publicada en el diario La voz del interior en el mes de diciembre de 2014.

Roger Koza / Copyleft 2014