CINECLUBES DE CÓRDOBA (54): LOS INIMITABLES

CINECLUBES DE CÓRDOBA (54): LOS INIMITABLES

por - Cineclubes de Córdoba
10 Nov, 2014 04:05 | Sin comentarios
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El otro de los cheyennes

Por Roger Koza

Ya pasaron más de tres años y su ausencia no es imperceptible. ¿Cómo olvidar al cineasta más grandioso que ha dado el continente latinoamericano? Raúl Ruiz, tan chileno como marciano, tan universal como singular, empezó haciendo películas políticas hasta que dejó su país en tiempos de un dictador impresentable. En el exilio, ya en el viejo continente se apropió de la cultura de los fuertes para reírse y jugar con sus valores absolutos y vacas sagradas. Ruiz, acaso el equivalente a Borges en el cine (aunque siempre lejos del conservadurismo político del escritor argentino), fue un genio inimitable. En menos de dos minutos, para exponer su poética del cine, podía citar a Giordano Bruno, Alfred Whitehead y David Bohm, revisar luego la literatura europea del siglo XIX y de ahí retomar las tradiciones folclóricas de su país. Su mente volaba y su capacidad de asociación era ostensiblemente superior, lo que tenía lógicamente un correlato en sus películas.

Los miembros del cineclub Cinéfilo han decidido dedicar un mes completo al director chileno nacido en Puerto Montt. Ruiz, quien sostenía que por cada plano había una película autónoma, filmó muchísimo y de todo: películas de género, experimentales, biopics, documentales, adaptaciones literarias. Entre las películas elegidas por los jóvenes cinéfilos, Las tres coronas del marinero (1982) resulta una película de síntesis, pues gran parte de las obsesiones temáticas y formales de Ruiz están reunidas en este título. Es un Ruiz holográfico.

Como si se tratara de un sueño, un joven, tras matar a su mentor sin motivos transcendentales, escapa de la escena del crimen. Es una noche brumosa, propia de un paisaje londinense. El joven se encontrará azarosamente con un hombre, quien dice ser marinero y que lo invitará a tomar algo mientras, a cambio de un favor, le contará su historia. Como es de esperar, no es cualquier historia, sino más bien un conjunto de relatos alucinados en el que el mar y el dinero son las únicas constantes. Lugares exóticos y personajes misteriosos pueblan esos relatos, que llevan a pensar que el espacio de la ficción es parecido al trabajo onírico: un palimpsesto en el que el deseo construye y deconstruye historias diversas.

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Las tres coronas del marinero

Narrativamente, Ruiz puede ser el maestro de la puesta en abismo, pero aquí se demuestra su curiosidad formal para convertir a la cámara en una máquina de percepción. Los heterodoxos y profusos planos en profundidad de campo superan, sin dejar de reconocer su filiación, a los de Ted Nolan y Orson Welles en El ciudadano. (Martes 11, a las 20.30 h, en el Hugo del Carril, Bv. San Juan 49)

El gran Otro

En el extraordinario libro de entrevistas Herzog por Herzog, el gran director alemán, entre los pocos elogios a sus colegas, vierte uno sobre el cine de John Ford, debido a la forma en la que el paisaje funciona en las películas del director estadounidense. Según Herzog, en sus filmes el paisaje es un personaje principal, acaso –se podría agregar– una especie de Heimat en evolución por la cual paisaje y población se confunden simbólicamente.

En El ocaso de los cheyennes (1964), la sentencia de Herzog es más evidente que una idea cartesiana. Pero este filme tardío importa todavía más por el lugar que ocupan los indios en él. En la monumental obra de Ford, y específicamente en los westerns, la presencia de los “nativos americanos” fue siempre paradójica. En El ocaso de los cheyennes, Ford toma partido por la tribu del título frente a la manipulación del hombre blanco, cuya displicencia frente a los compromisos jurídicos asumidos con la tribu es una forma de desprecio diferido, o al menos es esto lo que se infiere cuando el ejército estadounidense no responde a un acuerdo de traspaso de tierras. Este es el conflicto inicial, que llevará a los cheyennes a peregrinar y luchar por un territorio en el que vivir y que les pertenece. Es más que pertinente ver cómo los cheyennes remiten a los campesinos de Las uvas de la ira, hermanados en su desposesión y condenados a un nomadismo involuntario y perpetuo, sumando así otro episodio migratorio al gran relato de Ford sobre la construcción de una nación. (Lunes 10, a las 21 h, en Cinéfilo Bar, Bv. San Juan 1020)

Abstracción y belleza

Los límites del control (2009), décima película de Jim Jarmusch y una de sus más desestimadas, es una notable extravagancia formal atravesada por citas filosóficas y poéticas que suelen formar parte de los diálogos que tiene un misterioso hombre protagonizado por Isaach De Bankolé con distintos personajes con los que intercambia fósforos y diamantes. Sin embargo, el desenlace del filme dista de situar el relato en el limbo, pues la aparición de Bill Murray como un alter ego de Donald Rumsfeld trastoca tanto el sentido del filme como el de su título. (Martes 11, a las 20.30 h, en el Cineclub La piratería, en la sala de prensa del Club Atlético Belgrano; ingreso por Arturo Orgaz, esquina La Rioja)

Este texto fue publicado por La voz del interior en el mes de noviembre 2014

Roger Koza / Coypleft 2014