CINECLUBES DE CÓRDOBA (26): LOS NOMBRES PROPIOS

CINECLUBES DE CÓRDOBA (26): LOS NOMBRES PROPIOS

por - Cineclubes de Córdoba, Críticas breves
31 Mar, 2014 03:25 | Sin comentarios
mouchette3-e1334266555278

Mouchette

Por Roger Koza

“¿Qué van hacer sin mí?”, se pregunta una bellísima mujer en un plano medio cuyo encuadre ya evidencia el ojo de un genio. Es la madre moribunda de una joven a punto de adentrarse en un infierno terrestre en el que la crueldad sistemática es el orden de las cosas. Si existe la esperanza está en otro mundo. La obra maestra en cuestión es Mouchette (1967) de Robert Bresson, un director tan cristiano como el autor del libro en el que está inspirado el filme: George Bernanos.

En clave cristiana, los distintos episodios que atraviesa Mouchette bien podrían codificarse como una Pasión, aunque la decisión final de la adolescente contradice esencialmente el precepto cristiano de conservar la vida. El Altísimo, por otra parte, a lo largo del filme, permanece ausente, es un Dios escondido. En términos cinematográficos, la existencia de Dios es un gran fuera de campo.

Mouchette vive con su madre enferma, su severo padre y un hermano todavía en edad de lactancia, en alguna zona rural de Francia. En su casa, el malestar y la precariedad son constantes, e ir al colegio no es menos que un calvario. La única excepción de este auténtico universo desprovisto de amparo consiste en ver a Mouchette jugando en los autitos chocadores en un parque de diversiones. La escena más misteriosa, acaso mística, es el pasaje en el que Mouchette se pierde en el bosque al regresar a su casa. Llueve y el viento se apodera del mundo. ¿Cómo se filma una escena de esta naturaleza? Bresson conocía demasiado bien el cinematógrafo y cada una de sus películas es una epifanía. (Jueves 4, a las 20.00hs, en Cineclub La Quimera, en Teatro La Luna, Pasaje Escutti y Fructuoso Rivera)

Los secretos de Ludovico

Miguel-Colombo-Huellas_CLAIMA20131212_0154_14

Huellas

La Historia define el cine del joven director salteño Miguel Colombo. Primero fue El rastrojero, utopías de la Argentina potencia (2006), una película sobre un extraño “milagro” automotriz de la industria nacional. En Huellas (2013), la Historia y la historia familiar se entrecruzan en la figura de un héroe de la infancia: Ludovico, el abuelo materno del director, un inmigrante italiano, cuyo espíritu de aventuras fascinaba al niño que Colombo fue alguna vez, aunque el relato no sea quizás del todo confiable.

El trabajo de reconstrucción por parte de Colombo es de una precisión admirable, y los elementos que van surgiendo a medida que el filme avanza trascienden la desmitificación de su abuelo: ¿simpatizó con los nazis o fue un auténtico partisano (de derechas) en la Italia de la Segunda Guerra Mundial? ¿Fue sólo un patriarca capaz de vivir una doble vida sin importarle el destino de sus descendientes? El gran misterio familiar tiene su punto de anclaje en una estancia situada en la montaña en el norte del país, lugar traumático para la madre del director. El “sucio secretito” familiar será finalmente develado, pero probablemente no coincida con las predicciones de la audiencia, lo que revela la inteligencia del filme en su forma de suministrar y dosificar la información relevante que sostiene el suspenso de este heterodoxo documental. (En el Espacio Incaa de Ciudad de las Artes, hoy a las 19.00hs y el martes a las 21.00hs).

El nombre de una discreta utopía

ariel_16_original

Ariel

Ariel (1988) es la segunda película de la trilogía del proletariado. Después del cierre de una mina en algún pasaje perdido de Finlandia, un minero abandona su vida provinciana con un poco de dinero a bordo de un descapotable heredado. Su estrategia contra el sinsentido de una monotonía infinita consiste en viajar. No será una travesía sin obstáculos, y Helsinki, además, no habrá de ser precisamente un destino amable y esperanzador. El héroe en cuestión buscará distintos trabajos, venderá su auto, le robarán, se enamorará y dormirá tanto en su auto como en un parador nocturno, incluso en la cárcel.

Como en toda película de Kaurismäki, el relato está desprovisto de sentimentalismo y dramatismo, una operación estética cuya función es sintetizar emociones puras en breves gestos, como se puede corroborar en un pasaje en el que (no) se verá un asesinato: una mano no podrá recoger dinero en el piso mientras suena un fragmento musical. Ariel, el nombre de la película, es también el nombre de un barco, vehículo flotante de una esperanza para el protagonista, su mujer y el hijo de ésta. Si llegan o no a ese navío que representa un punto de fuga no es estrictamente lo que importa, pues Kaurismäki está preocupado, entre tangos y riffs rockeros, en construir un retrato amoroso y severo del proletariado finlandés, por lo que es capaz de filmar cariñosamente una fábrica y sus maquinarias en un plano cenital y expresar poéticamente el temple anímico dominante de una clase social cuya única utopía parece limitarse a sostener o encontrar un empleo. (Del jueves 4 al domingo 7, Cine Teatro Córdoba, 27 de abril 275)

Roger Koza / Copyleft 2014