CINECLUBES DE CÓRDOBA (103): EL CINEASTA AMERICANO

CINECLUBES DE CÓRDOBA (103): EL CINEASTA AMERICANO

por - Críticas
27 Jul, 2016 06:22 | 1 comentario

El último hurra

Por Roger Koza

Cada película de John Ford, cineasta que jamás hizo un film insípido, tiene algún pasaje inolvidable; puede ser un beso de los protagonistas, un gesto antes de morir, una canción que evoca la memoria de una comunidad, una palabra pronunciada en un momento insólito que irrumpe en el relato como su ordenador simbólico.

En Ford la historia estadounidense se reescribe y se examina una y otra vez, y en ella se ponen en juego los valores de una nación. Puede ser un western, una comedia, un film de aventuras, un drama social y político, incluso un film bélico: no importan las coordenadas que exija el género, en alguna pausa narrativa se vislumbrará una cierta nobleza que está por encima de todo y que es siempre la discreta utopía que adviene de trabajar por décadas en un relato civilizatorio situado en un territorio. La visión de la América del cineasta no debe confundirse con el “sueño americano”; el libre consumo no le interesa al maestro de Más corazón que odio; la trivialidad no lo seducía.

Desde este jueves 28 al domingo 31, el Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49) proyectará en doble turno nueve títulos de Ford, que no son ni los más conocidos ni los más canónicos. En “John Ford Wanted” se proyectarán La guerra civil, Cuna de héroes, El sol siempre brilla en Kentucky, El precio de la gloria, Escrito bajo el sol, Corazones indomables, Barco a la deriva, Peregrinación y El último hurra. Entre los nueve títulos elegidos, más de la mitad han sido rodados en la década de 1950, un período que en su bíblico ensayo Tag Galagher denominó “La época del mito”.

Casi paradigmática de ese período resulta El último hurra, uno de los tantos relatos en los que Ford se mete de lleno con la política. Sobrio vindicador de la democracia y de una forma cívica sostenida en un difuso sentimiento de magnanimidad, el cineasta elige aquí el principio del fin en la carrera de un viejo político, hijo de inmigrantes irlandeses, que ha sido alcalde en Nueva Inglaterra en cuatro oportunidades y se alista a competir por un quinto mandato. El film se limita a seguir la campaña, el encuentro con los adversarios, la relación con sus allegados, y en gran medida adopta el punto de vista del sobrino del personaje interpretado por el gran Spencer Tracy.

Como es habitual, Ford no toma partido, aunque elige como en ¡Qué verde era mi valle! y Las uvas de la ira desarrollar su relato desde la mirada de los más débiles o al menos de quienes pertenecen a la clase trabajadora. Es magnífico ver el equilibrio narrativo con el que se exponen las razones de las partes y los choques ideológicos, sostenido en una poética arraigada en una cortesía elemental. Por ejemplo, la escena del reencuentro entre el cardenal de la ciudad y el candidato agonizante basta para elevar un poco la fe en los hombres.

En tiempos como los nuestros, en los que la política es puesta en escena y mentira tipográfica (y audiovisual), algo que incluso El último hurra ya intuye como el devenir de la cosa pública, una película así reafirma y desempolva el sentido de la política, que no es otra cosa que conjurar la innecesaria injusticia que afecta a las mayorías sin desconocer la confrontación de intereses en el seno de una comunidad y la interminable negociación entre partes. Ford, el presunto conservador, jamás les adjudicó a los de abajo un destino inamovible. El progreso, esa palabra que hoy despierta la iracundia del republicano, era algo que podía ocurrir cuando el lento paso de la civilización neutralizaba el egoísmo infinito. (Jueves 28 a las 18h y Domingo a las 23h)

Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de julio de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016

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