CINE CONTRA ESPECTÁCULO / JEAN-LOUIS COMOLLI

CINE CONTRA ESPECTÁCULO / JEAN-LOUIS COMOLLI

por - Libros
03 Jun, 2011 03:43 | comentarios

LA SUJECIÓN INDISCRETA

Por Roger Koza

Un caso extraño: se acaba de estrenar la tercera película de Ana Katz, Los Marziano (título que remite a cierta tradición televisiva asociada al costumbrismo), interpretada por actores que pertenecen más al reino de la pantalla chica que al universo del cine. La seducción de la propuesta es evidente: una comedia, Francella, el fantasma de Campanella y el Oscar. Sucede que el filme es un caballo de Troya. Sus prendas indican espectáculo, pero al desnudo Los Marziano es otra cosa. Sus planos son lentos (sus travellings tienen la velocidad de un caracol), sus encuadres extraños (planos generales, planos en picado), su relato inconcluso (la elipsis es una regla). Este formidable filme sobre la irracionalidad del enojo entre seres queridos irrita al público. No muy lejos de los perros de Pavlov, el espectador se siente estafado, pues “no tiene final”, “es lenta”, “no pasa nada”, “no explica la pelea entre los hermanos”.

Tal descripción sintetiza en clave popular la compleja tesis que el crítico Jean-Louis Comolli despliega a lo largo de su libro Cine contra espectáculo, dividido en cinco capítulos de reciente publicación, y seguido por seis artículos de la década del ’70, la época roja de la mítica revista Cahiers du Cinéma, bajo el título Técnica e ideología. Ambos libros son textos de combate. El enemigo es el mismo de antaño y tiene un nombre preciso, espectáculo, aunque no se trata de un sujeto definido, ni singular, ni colectivo.

En efecto, el espectáculo y sus dispositivos, adversario difuso pero deletéreo, al menos para Comolli, constituye una práctica política concomitante al capitalismo. La política es espectáculo y viceversa, como anunció el profeta Guy Debord hace 40 años. En efecto: todo es imagen, todo es mercancía, y los modos de representación y venta proponen una velocidad y una textura de la imagen, en consonancia con un trabajo sonoro que se traduce en formas audiovisuales. Se trata de un sistema de modulación (falsamente) universal en el que se yuxtapone la televisión, la publicidad y el cine, y en donde aprendemos incluso a “amar la alienación misma”. Destituir la servidumbre audiovisual y su goce correspondiente implica pensar la forma (cinematográfica). Dice Comolli: “Esta lucha debe hacerse contra las formas mismas que el espectáculo pone en acción para dominar. La lucha de las formas se oculta en la mayor parte de las formas de lucha”.

Comolli parece ser un sobreviviente radicalizado de un orden simbólico pretérito, un testigo de otro tiempo, acaso un nostálgico trasnochado, que cree que el cine aún puede emancipar a sus fieles, o, mucho mejor, construir un espectador crítico, no sólo del cine que ve sino de las prácticas que el cine hace visibles. Los grandes maestros de siempre (Ford, los Straub, Kiarostami, Godard) han enseñado a mirar y a escuchar; sus películas funcionan como una pedagogía de la percepción.

Al asumir tal posicionamiento, Comolli habrá de revisar conceptos clave. Dilucidar cómo opera el cine respecto de lo real es su primer objetivo. Mundo e imagen no son ontológicamente equivalentes. El cine pone en marcha una mediación entre lo real y lo representado, pero ese procedimiento queda borrado en el resultado que vemos. De ahí en adelante, Comolli fijará su atención en el relato, los encuadres, el fuera de campo, el lugar del documental, la historia política de los avances técnicos del cine.

Si en Técnica e ideología Comolli analizaba a fondo la profundidad de campo, décadas después su interés pasa por pensar la naturalización y mercantilización de los jump-cuts, una modalidad de corte (y montaje) explorada como nadie por Godard, que insólitamente será luego incautada por la lógica televisiva, lo que da lugar a lo que el autor denomina una estética de la abreviación.

El viejo crítico de los Cahiers no cederá a la tentación de formular un elogio de la lentitud. Más bien preferirá pensar y dejar el encomio a quienes se conforman con el deleite estético. La duración de un plano es políticamente inofensiva, si no se piensa su correlato extracinematográfico. Dice Comolli: “El tiempo del filme remite al tiempo del espectador que remite al tiempo conocido fuera de las salas cinematográficas… Por eso la cuestión de las duraciones es directamente política. La guerra está en el tiempo”.

Cine contra espectáculo seguido de Técnica e ideología (1971-1972) / Jean-Louis Comolli, Manantial, 268 páginas

Esta crítica fue publicada por la Revista Ciudad X en el mes de mayo 2011

Roger Koza / Copyleft 2011