CHUBUT, LIBERTAD Y TIERRA

CHUBUT, LIBERTAD Y TIERRA

por - Críticas
05 Jul, 2019 12:10 | comentarios
Echeverría está en forma. Amablemente, vuelve a incomodar, y con escasos recursos puede filmar planos hermosos y abarcar más de un siglo de historia argentina, como pocos pueden hacerlo entre sus pares.

JUAN, PORQUE TODO HA SUCEDIDO

Frente a una época en la que todo es susceptible de ser filmado, no obstante, lo que necesita esclarecerse no conoce de inmediato una representación justa. La sobreabundancia de imágenes es tan ostensible como el smog de una metrópolis e inversamente correlativa a la carencia de planos. Faltan planos cinematográficos, ahí donde anida lo que no es igual a todo, donde irradia lo que se desconoce y donde persisten expresiones de vida que no son equiparables al dato estadístico. ¿No es el cine el hogar de los otros?

La nueva película de Carlos Echeverría tiene planos hermosos. Primero que nada, Chubut, libertad y tierra prodiga panorámicas de trenes que pueden asociarse a las grandes tradiciones cinematográficas de todos los tiempos. También desde los trenes llegan planos magníficos en los que se descubre una geografía. El Sur no es una extensión infinita de tierra de la que se erige una promesa, más allá del lucimiento de algunos paisajes y la riqueza petrolífera que yace bajo tierra. Con una precaria cámara digital, Echeverría acopia notables planos de un territorio. Pero su filme no es un retrato geológico, sino una poderosa excavación simbólica en la Historia. En esa tierra yerma vivieron y viven hombres y mujeres que han dejado huellas, porque nadie deja de escribir la Historia, aunque no sea más que redactor involuntario de una línea o una coma.

Chubut, libertad y tierra, Argentina, 2018.

Escrita y dirigida por Carlos Echeverría.

Juan Carlos Espina fue médico, también diputado nacional y fundador de un partido patagónico llamado Libertad y Tierra. En un momento de su vida partió a El Maitén, donde ejercicio como médico y organizó un hospital público en el que se atendían pobladores de toda la región. Espina sintió el deseo de “hacer patria” sin la frecuente banalidad a la que se asocia esa declaración; razonó, a contramano de un imperativo triunfante de ayer y hoy, que el sufrimiento ajeno y la condición menesterosa de la mayoría no le eran ni indiferentes ni impropias. Empezó curando, después quiso reparar otros padecimientos, por eso entrevió la necesidad de pasar de la medicina a la política.

La vida de Espina se descubre aquí a partir de la inquietud de la nieta del médico, cuya voz en off funciona como guía de una expedición afectiva y política en la que la joven visita lugares y se encuentra con los protagonistas de la historia de su abuelo, situaciones que vienen acompañadas por un contrapunto preciso de registros sonoros y fotográficos, como también por materiales de archivo de más de 100 años de historia argentina. No son pocas las sorpresas.

Y es así como se desenmascara la continuación de viejas disputas: los viejos ingleses de antaño tienen hoy otros nombres; a los habitantes originarios se los persigue o se los ignora del mismo modo; los ferrocarriles apenas subsisten y las leyes las promulgan quienes aún se benefician en nombre de un apellido y una pertenencia a una clase privilegiada. Es que en la microhistoria de Espina se puede leer críticamente la Historia de un país, como si la reconstrucción de la trayectoria de este hombre notable fuera un pasaje mágico y holográfico a la violenta cronología con la que avanza manchado de sangre el país en el que vivimos.

Esta crítica fue publicada con otro título en Revista Ñ en el mes de junio. 

Roger Koza / Copyleft 2019