CARTAS CANINAS (6)

CARTAS CANINAS (6)

por - Festivales
20 May, 2008 12:05 | comentarios

FESTIVAL DE CANNES 2008

Estimados amigos, cinéfilos y lectores:

Manuel de Oliveira reconocido. Un momento fugaz y hermoso del día de hoy.

Un día demoledor y un día de mucho cine político. A esta altura del match, el cansancio se siente y tengo que batallar contra los atisbos de sueño que me toman por sorpresa. Faltan unos 5 días, no es mucho, pero pienso en mañana, un trayecto que arranca a las 9am con el film de Serra y el debut de Mark Peranson como actor, y que concluye a las 11.30pm con Maradona por Kusturica. Serán 7 películas, y veré cómo hago para poder luego escribir. Lo intentaré.

Leo en el blog de Flavia y Quintín, a mi entender, un espacio literario ejemplar, que en la cobertura de Cannes el lúcido y arrebatado Arroba advirtió cómo Jia parece haber tomado la mascota de Pekín olímpico, un gesto impensable, antes de la función en el Palais Lumiére. No sé cómo descifrar tal observación, pero sí puedo vincular ese descubrimiento con dos sospechas que me acompañaron durante toda la función de 24 city: 1) el excesivo discurso militarista, filtrado por un distanciamiento no muy convincente por parte de Jia; 2) las palabras de un programador del Festival de Mar del Plata, que tras salir de Useless, me decía que le parecía una película oficialista. Pienso aquella película y no puedo trazar su presunto colaboracionismo con el Estado. Sea como fuere, tenga razón Arroba y otros, lo cierto es que 24 city está muy bien, pero también muy lejos de la opera prima Pickpockect y Platform, para mí, sus dos obras maestras indiscutibles.

Fue un día político, decía. Largué con un film de competencia oficial, la del otro brasileño del club de Cannes, Walter Salles, más simpático que Meirelles, cuyas películas denotan algo de autenticidad y cierta idoneidad. El arranque de Linha de pase es muy pobre, casi que parece una primera película correcta. Pareciera ser un film que responde a un pronunciamiento político, difusamente político, independiente de la película. Posteriormente, se monta una película sobre un discurso específico. En ese sentido, la familia disfuncional de clase trabajadora paulista, más que una familia es una proposición. De allí surgen premisas: una madre y sus hijos pero todos de distintos padres. Cada uno funcionará como un posible destino de redención o condena dentro de un sistema socioeconómico conocido y sobreentendido. De ese modo, Salles sugiere que el fútbol es un sistema de promoción social, y sigue entonces el conjunto de obstáculos que uno de los hijos, un potencial crack, debe superar. Otros de los hijos está más tentado por la delincuencia, aunque Salles, en un pasaje logrado pero muy calculado, va a sostener la dignidad de ese personaje. El más simpático es el hijo menor, quien desea ser colectivero y estudia meticulosamente todos los procedimientos implicados en la conducción. Es la cuota utópica, pues quien maneja viaja y también trabaja (y será el último plano del film). El más antipático, o quizás problemático, es el hijo evangelista. Salles no lo juzga, pero tampoco intenta debatir con un tipo de culto cuyo crecimiento exponencial coincide con la pauperización estructural de las clases obreras y medias. No hay mucho para decir. Es un film políticamente correcto y estéticamente convencional. Nada cambia si existe o no. No es Rosetta.

Luego vino un film chileno que muchos hablan maravillas. Se trata de Tony Manero, de Pablo Larraín, que tiene por escenario la dictadura de Pinochet a fines de los ’70 y a un personaje excluyente, un tal Raúl Peralta, aparentemente un bailarín, cuya alienación y propensión psicótica es contundente, así como el alivio que experimenta al mimetizarse con Tony Manero, el personaje legendario del film de John Badham, Fiebre del sábado por la noche. Como Los bastardos, la violencia explota sin previsión, aunque Larraín se ocupa muy bien de construir un universo cerrado y totalitario en el que todos los personajes conviven con el delirio y control estatal. Es indiscutible, que la conducta de Peralta, su furia y su violencia, desprovista de cualquier deliberación moral posterior, indica un estado del psiquismo colectivo de una época. Larraín además es formalmente elegante; sus planos secuencias, la coherencia cromática, la correcta decisión de no utilizar música extradiegética, dan una idea de filiación a una estética que muchos cineastas latinoamericanos parecen emplear, aunque por momentos sufre el síndrome Reygadas y muestra mierda por todos lados y una mamada que no agrega absolutamente nada excepto el asco o la risa pelotuda del público. Pero sus aciertos están a la vista, como en la primera secuencia en la que Peralta, tras socorrer a una abuela en la calle y acompañarla a su casa, ésta se revela fascista y racista, y éste la despacha sin premeditación alguna. Pero son los últimos 10 minutos en los que Tony Manero se sobrepone a cierta misantropía que acecha cada tanto, y entonces en una secuencia ejemplar despoja de toda vileza a su personaje. Manero baila en un concurso televisivo. Otros Travoltas compiten con él. Es un momento siniestro y políticamente honesto.

En el Market vi la segunda película del año cuya toma inicial coincide con la duración total de la película. Después de Sokurov, hubo dos películas latinoamericanas, PVC-1 y Ainda Orangotangos, y ahora esta italiana, Valzer. Apostar al plano secuencia es explorar y concebir el espacio cinematográfico. El trabajo de Salvatore Maira, en ese sentido, es el menos arriesgado de los cuatro ejemplos aquí citados, pero no deja de tener sus instancias logradas. Ocurre que a los diez minutos de película, la declamación es la regla y el dispositivo formal también deviene en un capricho estético. Todo sucede en un gran hotel, en donde interactúan personal de servicio y grandes magnates. Hay reuniones secretas, historias de amor filial, y una suerte de crítica política focalizada en el Calcio italiano y su relación natural y necesaria con el éxito de Berlusconi. «El calcio, dice uno de los personaje, un penoso intelectual- es el verdadero opio de las masas».

Lo que no le dan al opio son los responsables de Enfants de Don Quichotte, Augustin Legran y compañía, que desde el 2006 hasta hoy vienen retomando algo del espíritu de los ’60 en un formato que no es ni leninista ni maoísta. Preocupados por erradicar la precariedad en la que viven los desocupados que viven en las calles de Francia, más de 100.000, Legran y compañía fundaron este movimiento cuyo objetivo es simplemente hacer cumplir la constitución y los derechos básicos de los ciudadanos. No se puede vivir en la calle. Así, más inspirados en su propia indignación que una doctrina, lo cierto es que sus «instalaciones» y metodologías llegaron a calar hondo en la discusión pública nacional, incluso hasta las elecciones que ganara más tarde Sarkozy. La campaña más conocida, apoyada por gente como Jean Rochefort y Matthiu Kassovitz (quien es uno de los productores del film y que estaba muy feliz junto a el prestigioso crítico Edouard Waintrop) consistió en conseguir carpas de dormir para los «homeless» e invitar a los ricos a pasar una noche con ellos. Suena delirante y acaso infantil, pero la realidad es que la convicción y la vitalidad de Legran demuestran lo contrario. La película simplemente documenta el caso, que tuvo un alcance legal y constitucional aunque luego retocado y traicionado por el congreso y el gobierno de Sarkozy. La lucha continúa.

 PS: antes de que proyectaran el film se lo vio, desde Buenos Aires, a Pino Solanas, elogiando en francés y en pantalla grande al film en cuestión.

FOTOS: 1) Oliveira; 2) fotograma de Lihna de pase; 3) fotograma de Tony Manero; 4) Fotograma de Valzer; fotograma de Los niños del Quijote.

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