CARTAS CANINAS (5)

CARTAS CANINAS (5)

por - Festivales
19 May, 2008 12:54 | comentarios

FESTIVAL DE CANNES 2008

Amigos, cinéfilos y lectores:

Llovía, llovía y llovía. Hoy vino el sol, y las calles están atestadas de gente. Correr de una película a otra con tanto transeúnte se torna una carrera de obstáculos. No sé cómo, pero ya no hay entradas para la de Martel. Es una de las películas más esperadas. Por ahora no hay grandes favoritas. De la competencia oficial, la mujer de Trapero sigue siendo una candidata al premio por la interpretación. El gran premio del jurado, es decir el que corresponde por dirección, puede ir para Jia. Pero pronto veremos lo nuevo de Garrell, los hermanos Dardenne, Eastwood y Cantet, que puede ser una de las sorpresas.

Hoy fue el turno de Fendrik en la semana de la crítica. Esta mañana, abrió a la sala llena en Miramar, una de las peores salas oficiales. De tal modo que los pocos que se fueron en medio de la película, al abrir la puerta de salida, dejaban pasar los poderosos rayos del sol dejando la pantalla literalmente en blanco por unos 30 segundos. Incomprensibles fallas, que año tras año se repiten.

Fendrik fue presentado como un verdadero auteur. Es decir, en su cine, nos decía una de las programadoras, se puede percibir una escritura cinematográfica, lo que implica una idea de puesta en escena. También se dijo que Fendrik esta por segundo año consecutivo en la sección, lo que creo debe ser un record. Fendrik subió al escenario junto Arturo Goetz, uno de los actores cinematográficos más consistentes del nuevo cine argentino, y según el director artístico de la Semana de la crítica, su actor fetiche, sentencia que Fendrik acompañó con una mueca cómplice que transmitía un gran afecto por su fetiche. Fendrik agradeció y dijo también que su sangre se estaba moviendo por todo su cuerpo y que su corazón latía muy rápido.

Debo decir que la película me pareció un paso en falso. El asaltante funcionaba muy bien durante todo su metraje. Era una película que no perdía nunca su dirección y que en su desenlace resignificaba el conjunto a través de un inesperado giro, preciso como lúcido que aventuraba una diagnóstico sobre la situación de la educación en Argentina. Para muchos, el film era un cortometraje estirado, una apreciación, a mi parecer, injusta. El asaltante, austera y concentrada, duraba lo que necesitaba, un poco más de una hora, y seguía a su personaje principal como los Dardenne a Rosetta, con la misma persistencia y urgencia; no era un personaje cualquier: tenía trabajo pero estaba tan desesperado como un desocupado. Era un síntoma más que un sujeto, o acaso un axioma que se resolvía en ese último plano.

La sangre brota es dispersa y abundante en personajes y recursos. En ningún momento la película consigue disponer sus materiales en una narrativa coherente. Hay  algunas secuencias logradas, en la que Goetz, nuevamente, utilizando la totalidad de su cuerpo como una boca se acopla a la búsqueda sensorial de Fendrik, quien parece querer filmar la violencia muda de la cotidianidad urbana, su ubicua distribución materializada en los intercambios mínimos, un malestar que aquí se comprueba hasta en la elección de subir o no a un taxi. Lo bueno de La sangre brota se halla en sus momentos físicos, allí cuando la alienación hace su aparición.

 

Goetz es un profesor de Bridge pero trabaja como taxista. Debe ser uno de los tantos hombres de clase media que se prepararon para algo y culminaron sus vidas en texis o remises. Su mujer también es profesora. Viven en una casa que sugiere un pasado económico distinto. Uno de sus hijos viven en Houston aunque desea volver. Su otro hijo, interpretado por Nahuel Pérez Biscayart, está a la deriva. Además hay una adolescente que reparte folletos de un local de reparación de celulares, la dueña de ese negocio y su bebé, y un empleado de unos 40 largos, que parece estar enamorado de la teen. Se suman a este elenco de desorientados, dos clientes fijos de Goetz, quienes trafican quizás con drogas, o algo por el estilo. Sin dudas, la heterogeneidad se reúne bajo un grupo social específico, devenido a menos, pauperizado. Es la clase media decadente, diagnóstico que se completa con la precedente denuncia sobre la educación pública de su primera película.

Pero hay situaciones inverosímiles y gratuitas: un posible abandono de una criatura, inexplicable respecto de la lógica del mismo personaje; una suerte de envenenamiento absurdo que solo está para que el título se justifique; una paliza excesiva que también parece inapropiada y refuerza el nombre de la película. En otras palabras, La sangre brota se constituye en fragmentos que no llegan a vincularse con fluidez y lucidez.

Fendrik sigue siendo un director a tener en cuenta. Su cine está en construcción, y estar dos años consecutivos en Cannes no lo debería distraer. Paciencia, concentración y trabajo, trabajo, y trabajo, la fórmula de Pedro Costa es la mejor sugerencia ante un tipo talentoso.

Después de Fendrik, seguí un par de películas del Market. Me topé con un engendro de terror thai, un film firmado por 4 directores llamado 4Bia, que es bien trash y está bien filmado, y que por momentos es muy divertido, sobre todo el tercer episodio, en donde unos adolescentes se van de campamento y se descubren tras un largo rato que están muertos. No faltan los gags sobre Sexto sentido y Los otros, pero lo que es interesante es cómo las cuatro películas oscilan del terror al humor en menos de un segundo. No es gran cosa, pero en el Market se ve un cine tan malo que ver algo aceptable es novedoso.

Terminé la noche, sexto film del día, con Acné, opera prima uruguaya de Federico Veiroj, film simpático y sensible, sin dudas menor pero atrevido y revelador, que compite en Una Cierta Mirada.

Se trata de una película de ese género impreciso llamado en inglés coming of age, películas de crecimiento en el que el personaje principal empieza a convertirse en hombre. Rafael, interpretado por Alejandro Tocar, se parece bastante al chico de rulitos de Temporada de patos, de hecho la película remite por momentos al film de Eimbcke. Sin embargo, hay varias diferencias, algunas de ellas, más que interesantes. En primer lugar, los padres no están en fuera de campo. Se lo ve, se están separando. Es una familia judía y ostensiblemente de clase media. La trama no se circunscribe a una habitación. Pero lo destacado de Acné y su diferencia esencial con Temporada de patos, es su total anacronismo. No parecen jóvenes de hoy, sino de los ’80. No hay un celular en toda la película. Tampoco una PC. No sé si en Uruguay los adolescentes son o no ciberteens, pero Acné parece remitirse a otra modulación histórica de ese período de la vida. Eso se refleja muy bien en toda la película, pues la preocupación central de Rafael es besar a alguien por primera vez, no tanto coger, que de hecho lo hace y con una prostituta. Ante esa obsesión comprensible, la Internet ni asoma en su horizonte.

Otro momento particular transcurre en una actividad extraescolar, en la que los chicos se preparan para un posible viaje a Israel. El moderador los invita a ver un documental sobre el Holocausto. Es el único momento en toda la película que a Rafael le importa algo y presta atención. De allí se predica, a mi juicio, el lugar desde donde mira y piensa el realizador. Otro alumno dice que el documental le resulta un embole, y hace un chiste: «Además, ya sabés el final: mueren 6 millones…» Es una escena provocativa, que puede pasar desapercibida, pero que contiene parte de la frescura y vitalidad de la película.

Regresando a casa, pensaba en los adolescentes de La sangre brota y los comparaba con los de Acné. Me dije: en la forma se develan las películas, no en sus textos. Mientras que el pulso de Fendrik se traduce en movimiento y rarefacción del encuandre, Veiroj sostiene todo su relato a través de planos largos y quietas. Son decisiones formales que responden a composiciones subjetivas, las formas que necesitan quienes habitan en los planos de esas películas.

FOTOS: 1) Fendrik; 2) fotograma de La sangre brota; 3) fotograma de Acné.

* Escribo los textos después de 12 o 14 horas de trabajo en dos horas; puede haber errores; terminado el festival serán corregidos.

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