CARTA ABIERTA: EN OTRO TIEMPO, EN OTRO LUGAR

CARTA ABIERTA: EN OTRO TIEMPO, EN OTRO LUGAR

por - Varios
31 Mar, 2017 05:03 | comentarios
Bienvenidos a un nuevo período de Con los ojos abiertos. Un carta a los lectores: historia, presente y futuro de un espacio de escritura

Estimados lectores:

Una vez más, comienza una nueva etapa en Con los ojos abiertos.

Todo empezó en 2006. En ese entonces la intención era discreta: dar a conocer la programación de los cineclubes que sostuve por 12 años en el Valle de Punilla (mis años de formación como programador y crítico). Dos años después empecé a reunir mis notas dispersas en los medios y que se entrecruzaban con los textos destinados a la programación, momento en el cual decidí cambiar de plataforma. El blog estaba alojado en Blogspot y lo mudé a WordPress. Esos años fueron un ensayo; no publicaba diariamente, algo que me resultó imperativo un tiempo después, pero fui comprendiendo las formas de interacción que se instituyen en cualquier publicación online. En el 2009 presentí que había que pasar a otro tipo de experimento literario; la mudanza a Otroscines fue una etapa preparatoria, pues creo que la lenta evolución de ese proceso debía llevar a lo que hoy empieza a existir en toda su dimensión: la institución autónoma de un espacio literario en el que se escribe sobre cine. En efecto, hace tiempo que Con los ojos abiertos había dejado de ser un blog, pero su estructura desmentía esa evidencia. Creo, sinceramente, que desde hoy la relación entre texto y forma de publicación es la que corresponde.

¿Qué es entonces Con los ojos abiertos? ¿Una revista de cine? ¿Un blog expandido? Creo que no. Prefiero pensar este espacio literario como un experimento. No es mi territorio; poco tengo yo de perro que mea su espacio para que nadie entre a él; no tengo alma de patrón. Tal vez tenga el deber y el placer de cuidar de este espacio, pues yo lo he deseado. Probablemente seré el que más escriba y el único que se imponga publicar un texto diario, prerrogativa del que se ha adjudicado un rol activo en un proyecto. ¿No se trata de una compulsión? El rasgo compulsivo y obsesivo excede mi relación con el cine, pero en él encuentra una vía más terapéutica. Igualmente, no se escribe para sanar, aunque es indesmentible la alineación que tiene lugar cuando el texto está finalizado y ya está dispuesto a la consideración ajena. ¿Por qué se escribe? No lo sé; intuyo sí una pasión de pasiones que se ordena en palabras y que como tal se desea compartir. La intersección entre texto y lector es del orden de la intimidad, interpelada por lo que justamente define esa circunferencia identitaria que establece una diferencia entre el yo y los otros. Lo íntimo tiene como condición de posibilidad la percepción de esa distancia. Por eso suele doler cuando se discute y se recibe una paliza simbólica. El yo no tiene creencias, es aquello que se entreteje en las creencias. Se escribe desde y sobre creencias, las que no necesariamente son creencias inamovibles. Entre tantas cosas, el cine me ha enseñado que sé muy poco y que lo poco que sé está situado en una endeble red de creencias que puedo defender pero también reconsiderar e incluso abandonar. El despojo de una creencia puede doler, pero no hay nada más hermoso que poder abandonar una creencia cuando se ha pensado en contra de ella por necesidad y se descubre su insuficiencia.

En la era del blog, ese tiempo que ahora se disuelve en la memoria, se sumaron otras firmas. El primero de todos fue Nicolás Prividera, mi querido amigo, siempre polémico, dispuesto a que nadie le dispense una palmada en su espalda porque él cree en la verdad a secas, más allá del cómodo consenso y los secretos pactos de silencio, lo que no quiere decir que crea que él tiene la verdad. He aprendido mucho de Nicolás a lo largo de estos años y ha sido siempre un honor contar con sus textos. Después de Nicolás llegó al blog el famoso viejo canalla, el señor Jorge García. De él aprendí siempre; en mis años de formación, sus textos fueron una lectura indispensable para zanjar mi desconocimiento del cine clásico. Yo no aprendí cine en una universidad; tampoco tuve a la vuelta de mi casa una cinemateca, y en la era digital accedí a tener internet en mi casa recién cuatro años atrás. García fue mi colección Salvat, y con él pude mapear parte de la historia del cine; sigo aprendiendo de García, como me pasa con todos los críticos de Con los ojos abiertos.

García y Prividera son cowboys de la crítica; son escritores vigorosos, masculinos y contreras, siempre preparados para el duelo. Es por eso que la llegada de Marcela Gamberini fue importantísima. Era la primera dama del blog y constituía una cierta mirada distante de todos los hombres que aquí publican. A Gamberini también la leía en El Amante, como a García, y me impresionaban sus intereses “secundarios” que concernían a cuestiones más sensibles de lo que se puede leer en un plano. Nunca pude imaginar cuando nos conocimos que ella se convertiría en una especie de hermana tardía; el cine es hermoso, pero más hermosa es para mí la amistad.

Esporádicamente publicaron Santiago González Cragnolino, Fernando Martín Peña (que volverá a hacerlo en este año), Fernando Pujato y Carla Magio. En el último año los lectores pudieron leer a Jaime (Ahmad) Natche, el talentoso director palestino y madrileño que es también un crítico finísimo. Mi querido “compadre” Robert Koehler tiene ahora su columna y también el joven Jaime Grijalba. El aporte de todos ellos es invalorable.

En esta etapa todos ellos seguirán conmigo, “visitando” este espacio literario que cuido y que pretende tener el espíritu de una casa en la que se intenta recibir a los que están entregados a pensar el cine sin concesiones bajo un espíritu radical y democrático. Ambos adjetivos no son incompatibles, aunque los lobos de la crítica y los que están más allá de esta deseen imponer la incompatibilidad esencial entre intensidad de pensamiento y benevolencia frente al adversario. Mi agradecimiento con los críticos de Con los ojos abiertos es infinito. Nunca han recibido nada a cambio, excepto cuidado y respeto, y también mi admiración.

Tendré que entender mejor el funcionamiento de la página. Las secciones están claras y el plan anunciado a principio de año sigue en pie. Nada ha cambiado al respecto. Es decir, espero concretar varios de los objetivos que me impuse en enero de 2017: escribir con mayor frecuencia sobre películas pretéritas como si se estrenaran hoy, retomar mis ensayos audiovisuales como camino legítimo de la crítica, erigir una cartografía de la nueva crítica a nivel planetario y volver a dar un impulso a las traducciones (Manny Farber es uno de mis objetivos para este año).

Entre las críticas veladas más ingeniosas y maliciosas que he recibido recientemente es la caracterización de “crítico progresista de aeropuertos”. En este año planeo escribir algunos textos sobre la crítica de cine, acaso una crítica de la crítica en la que pienso responder abiertamente a varias polémicas en la que se me ha citado o a las que me han incitado. Dejaré las respuestas para más adelante, pero sí quiero decir algo en consonancia con esa descripción de progresista de los no lugares.

Todo lo que escribo y todo lo que digo nunca está por fuera o más allá de las contiendas de la esfera pública. Mi intervención política consiste en un trabajo en el antes de la salvaje batalla de signos en la que suele estar anclada la política. Ayer veía un programa en la televisión en el que todos gritaban y nadie podía escuchar. Era el paroxismo de la confrontación. El lúcido economista, la diputada y el diputado parecían poner en escena ese momento magnífico de Wittgenstein en el que el niño Ludwig oye todo lo que le dicen sus mayores al mismo tiempo sin entender absolutamente nada. No me estoy refiriendo a ese simulacro histérico de foro griego mediático que goza de audiencia y de un misterioso prestigio, cuyo nombre delata su posición irrisoria. Frente a esa discusión imposible nada tengo para decir, pero en el antes o desde el dónde se instituye una forma de mirar al mundo que empuja a ese modo de discusión, y sobre eso sí puedo contribuir y aportar políticamente. Creo que mi forma de hacer política tiene que ver con eso, y no veo que en mis escritos esté yo dislocado de la experiencia conflictiva en la que sobrevivimos. Eso no me priva, además, de acentuar al mismo tiempo el legítimo placer que el cine nos otorga. Es una cuestión política que el placer esté presente en la experiencia cinematográfica (y en la escritura).

Por último, y para borrar de un plumazo las suspicacias frente a este cambio de dirección y sentido, nada ha sucedido con Diego Battle. La relación con Otroscines es ahora una relación de barrio. Digámoslo así: el reconocidísimo sitio de Battle está a unas cuadras de mi casa, como también Micropsia, de Diego Lerer. Cada tanto nos juntamos y damos cursos, o colaboramos unidos en otros sitios de publicación. Pero algo ha cambiado. Ahora, tenemos mayor autonomía, pues ya no vivimos agrupados en el mismo edificio. Por muchas circunstancias (entre otras, ataques cibernéticos o servicios deficientes de hosting), vimos la necesidad de trabajar juntos de otro modo. Diríase que hoy somos vecinos, que vivimos en una suerte de comunidad imaginaria en la que se profesa amor al cine.

No quiero dejar de agradecer a Mariel Burstein, la diseñadora de la página, miembro del estudio Piso Tres. Ella ha sido paciente frente a mis requerimientos y una excelente intérprete de mis deseos.

Bienvenidos; hoy es el día uno, y de aquí en más ya saben: una publicación diaria, cinefilia permanente. (Roger Koza)

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