CARTA ABIERTA PARA ROBERTO

CARTA ABIERTA PARA ROBERTO

por - Críticas, Varios
30 Ago, 2012 01:31 | comentarios

Nanni Moretti

Querido Roberto:

Antes que nada me sorprende la carta (abierta); no me molesta el lugar elegido (Facebook), sí me sorprende su carácter público. Y por eso directamente elijo responderte en el blog.

Tengo mucho cariño por Nanni Moretti; Caro diario, como lo decía en la reseña en Cannes, la que has leído (reseña que luego reescribí a la hora de su estreno en Argentina, me refiero a Habemus Papam), es una película magnífica, única; a mi entender, y aquí sigo sosteniendo mi juicio de antaño, se trata de su única obra maestra indiscutible. No tengo dudas de que Ecce bombo es muy buena, pero no creo que se trate de una obra maestra; tampoco La messa é finita, o Palombella rossa me parecen magistrales, sí películas más que atendibles. La habitación del hijo, por otra parte, fue un film subvalorado en su momento y comparto la apreciación positiva que hacés de él. Y Aprile , ya que la nombras, también está entre mis preferidas. Tal vez, la única película de Moretti que recuerdo fallida (y políticamente inocua) es El caimán.

Moretti se robó mi corazón cuando le dedicó ese corto extraordinario a Kiarostami (El día del estrenó de Close Up), tal vez la otra gran película de Moretti. Me decepcionó un poco este año cuando como presidente del jurado no luchó por darle un premio a la última y magistral película de Kiarostami: Like Some in Love; pero lo que sucede en un jurado pertenece al misterio que sólo un Dios omnipresente puede llegar a saber. En Cannes, para que tengas idea, a los jurados les confiscan sus celulares durante la deliberación.

Pero tu mail insinúa dos cosas que me interesan, mucho más aun que discutir sobre el valor de Moretti como cineasta; pero antes de abocarme a eso vuelvo un poco más sobre él: no tengo duda sobre la importancia de su cine, pero no es, como dije en aquella oportunidad, un maestro de la escena. Me gusta su humor narcisista, su anticlericalismo, su visión política, pero cuando pienso en su compatriota Bellocchio, por ejemplo, veo diferencias sustanciales. El director de La sonrisa de su madre es (en ciertas circunstancias) un inventor de formas, y Moretti, en todo caso, ha sido siempre un gran comediante que ha sostenido su obra en la palabra filmada mucho más que un dominio impecable e implacable del escenario, o más precisamente en la organización virtuosa del espacio cinematográfico; aunque en honor a la verdad,  algunos planos de Caro diario me parecen magistrales e inolvidables; allí sí centellean ideas visuales, en Aprile, también.

Pero vuelvo a tu insinuación, casi a tu queja, o a tu amorosa impugnación sobre el lugar de mi enunciación. Es frecuente que a nosotros, los críticos, se nos critique por nuestra soberbia. Imagino que deben ser muchos los que piensan de mí de ese modo. Hace unos días tuve la muy mala idea de escribir en el muro de Facebook unos párrafos críticos sobre un gurú que nos visita en estos días, y al poco tiempo, lógicamente, llegaron las represalias. La acusación era diáfana y en parte venía añadida por una recomendación: debes ser humilde. En principio, una confesión: no me interesa la humildad. La humildad, de poder ejercitarse, debe ser inconsciente; cultivar la humildad es un oxímoron, una paradoja moral, algo que sucede, en otros términos, y volviendo un poco a las prácticas espirituales, entre los practicantes de meditación, todos ellos obsesionados por asesinar su yo, quienes hacen un esfuerzo mayúsculo desde ese mismo yo al que suponen deben erradicar o al menos silenciar, aquietar y disminuir.

Que no esté de acuerdo con bajar la cabeza y pedir permiso para pensar no significa que mire a mis interlocutores o piense a mis lectores desde una altura distinta desde la que yo miro y pienso. Si hay algo que no creo es en la verdad absoluta (y menos aún que la verdad propicie al encuentro y la unión; la verdad es disputa, en todo caso, y, sorpresivamente, divide) y menos aún que yo esté en condiciones de pastorearla cuando se trata de juzgar a un film.

Quiero ser preciso: es obvio que todo lo que digo lo digo desde mí, de tal modo que aclararlo sería redundante. Pero lo que digo, en ciertas ocasiones, lo puedo expresar con vehemencia, de allí quizás que se confunda convicción y soberbia. Pero eso no es todo: al pensar sobre un film no me conformo con sostener mi análisis en mi gusto. Siempre intento ir un poco contra mi mismo. Así puedo chocar y dislocar el mero subjetivismo con el que todo análisis tiene su inicio. En eso trabajo hace mucho tiempo, y si logro conseguir un editor, este tema será parte de la introducción de un futuro libro que quisiera publicar. En esa introducción imaginaria quisiera volver sobre un viejo libro de David Hume, La norma del gusto.

¿Podría defender, después de pasar por él, cierto universalismo del juicio estético? Dicho de otro modo: intento disputar y cuestionar la hegemonía de una modalidad consagrada: el subjetivismo como horizonte circular de cualquier discusión estética.

De lo que se trata, lo que quisiera pensar hasta el final, es de entrever una zona no identificada del análisis, en donde el pensamiento en su propio movimiento ni está tentado a detenerse en una supuesta objetividad radical, ni en un subjetivismo extremo y extremado, pero tampoco, incluso, se trata de buscar y  encontrar una superación de ese vaivén epistemológico en la construcción de una intersubjetividad que decreta en última instancia consensos y disensos. Quiero decir: intuyo, en ocasiones, una posibilidad de pensar las películas de otro modo.

Dado el caso que nos toca compartir la cosa sería así: un film de Moretti es (objetivamente) mayor que un film de Benigni. El anticlericalismo de éste, por ejemplo, es concomitante en su inteligencia y del mismo calibre que el que subscribe y practica un cineasta como Bellocchio. Pero, si uno compara La sonrisa de mi madre respecto de Habemus Papam se puede cotejar una diferencia sustancial en la gramática cinematográfica, lo que me lleva a pensar sobre la superioridad de un filme y un director respecto del otro y una de sus películas. Este juicio, no sé muy bien cómo, va más allá de los pareceres de quien mira.

Para finalizar vuelvo un poco a la experiencia, tan precaria como necesaria. En un festival hay dos afirmaciones frecuentes entre críticos y programadores: “Me gustó” y “Está bien”. La primera afirmación habla del sujeto y su posición frente al film; la segunda cree decir algo del film en sí mismo, como si éste pudiera ser analizado bajo un criterio que unifica a todas las películas posibles. Tus palabras, tu crítica, me parece, yuxtaponen esos dos órdenes. Sucede siempre, pero no estaría mal probar y pensar justo un poco antes de la operación que juzga diciendo “me gusta” como también la que se expresa bajo la fórmula “está bien”.

Es un tema fascinante. Tan fascinante como la amistad borrosa y difusa que nos une.

Un abrazo querido amigo.

Roger Koza

(La carta que dio origen a este texto se puede leer más abajo en los comentarios; el autor fue el querido Roberto Videla, una verdadera autoridad en Córdoba en materia teatral, a quien conozco y tengo el honor de considerarlo mi amigo)