BERLINALE 2020: EL ÚLTIMO FESTIVAL EN LA TIERRA

BERLINALE 2020: EL ÚLTIMO FESTIVAL EN LA TIERRA

por - Festivales
15 Abr, 2020 11:54 | comentarios
Algunas palabras sobre la última edición de la Berlinale 2020.

El COVID-19 empezaba a tomar protagonismo en el momento en que el festival terminaba. Desde otras latitudes, algunos críticos de cine y otras personas vinculadas al universo cinematográfico señalaban el peligro del evento y manifestaban su sorpresa de que no existiera entre los presente ni paranoia ni conductas de precaución. En efecto, hasta el 1 de marzo de 2020, en una función de la Berlinale, se podía estornudar y toser sin ser visto como un asesino potencial o un leproso inmiscuido entre el público. Si hubo o no contagios, en esos días, es incomprobable, pero no es descabellado suponerlo. En esa semana final de febrero en Berlín los cafés tenían público, los cinéfilos hacían fila para ver cada función de la retrospectiva de King Vidor y las películas ganadoras, el suntuoso paseo comercial Wall of Berlin estaba atestado de gente y en la hora pico se reunía toda la población laboralmente activa en los extensos pasadizos que unen las líneas del subte. El mundo, aún, era otro. ¡Qué suerte tuvieron los organizadores! Carlo Chatrian y su equipo pudieron hacer el festival y dejaron en claro sus intenciones estéticas y el coraje con el que llevaron adelante el evento. Lo cierto es que en una o dos semanas más el festival se hubiera suspendido, porque en Alemania el imperativo categórico no es un concepto de un filósofo obsesivo del siglo XVIII, es más bien la expresión colectiva de una relación con el deber de la que no se duda.

No tiene sentido, y menos aún a casi dos meses de que tuvo lugar el evento, volver sobre sus premios. Lo primero que se olvida de un festival, más allá de la histeria periodística, son justamente los premios. Lo que vence el tiempo, lo que se desplaza y se sedimenta como parte de la gran memoria de la historia del cine son algunas películas, incluso fragmentos de ellas. Un buen ejemplo: la cajita de música con la melodía de Candilejas, el obsequio que le entrega un personaje a otro, dos desconocidos que han tenido sexo en un hotel, en Days, de Tsai Ming-liang. El plano final en el que el masajista hace sonar la cajita de música es casi un plano holográfico de todo el festival, el secreto talismán por el cual el pasado del cine revive en el presente y se reinventa, una directriz ubicua del concepto de programación. Es que la alusión a Chaplin y el hecho de que Tsai prescinda de la palabra reenvían la radicalidad de una película inescrupulosamente contemporánea al siglo pasado; en esta se irradia una tradición que aún pervive y que no se limita a contar historias como un mero pasatiempo. Tsai proviene de ese siglo, y con este film mantiene los vasos comunicantes entre dos tiempos.

Fue Oscar Cuervo, un crítico argentino, quien pudo acceder al film y verlo en una copia misteriosa que anduvo por YouTube durante algunos días, el que estableció un nexo entre el film y el nuevo escenario del coronavirus. Es cierto, las calles despobladas (no siempre), la gente sola, el aislamiento como condición de existencia, el anhelo de tocar a alguien, todo lo que define el film de Tsai parece hoy coextensivo a un paisaje social global que se fue imponiendo en tan pocas semanas. Lógicamente, el film nada tiene para decir de la pandemia, menos aún de su actor microscópico, pero sí se advierte en él, quizás porque Tsai ha sido siempre una antena de recepción sensible sobre la condición humana en el tiempo presente, un cierto tono espiritual, que coincide con las avenidas vacías, la ausencia de otros y la naturaleza librada de los hombres.

El pasaje cómico, o más bien tragicómico, de Days es aquel en que el personaje interpretado por Lee Kang-sheng visita a un médico. El tratamiento es entre futurista y ancestral. Los cables de un aparato rarísimo y las agujas de acupuntura cubren el cuerpo del actor, y Tsai emplea varios puntos de vista para seguir toda la sesión, como si fuera casi un segmento de ciencia ficción, tal como lo sugirió Francisco Ferreira, una proeza de la crítica lusitana.  Sin embargo, el dolor en el cuello, aparentemente, prosigue luego del tratamiento. La medicina no da respuestas. Aquí se anticipa tímidamente una condición del presente que hoy todos podemos intuir entre molestos y perplejos, una situación epocal que el film anuncia sin proponérselo: hemos sido, inesperadamente, reducidos a nuestro cuerpo. Somos eso. Un cuerpo vulnerable, solitario, un cuerpo que no puede evitar su destino de cadáver. Un cuerpo que también anhela placeres, una superficie de amor, ahora, despoblada.

Han pasado muchas semanas, y el film de Tsai sigue viviendo más que ningún otro. Mientras tanto, quizás, la última edición de Berlín fue el último festival que conocimos en la Tierra. Es una afirmación retórica e hiperbólica, desde ya; todo, tarde o temprano, volverá a la normalidad. ¿Hace falta explicitar la ironía en esa última sentencia? El mundo será y ya es otro, y en él aún no se puede adivinar cómo serán los festivales de cine. Al día de hoy, en cierta medida, se trata de una preocupación irrelevante. La película principal es de terror, se proyecta en todas las pantallas del mundo y parece infinitamente más larga que cualquier film de Lav Diaz.

* Fotogramas: todos pertenecen a Days.

Roger Koza / Copyleft 2020