BERBERIAN SOUND STUDIO

BERBERIAN SOUND STUDIO

por - Críticas
26 Abr, 2014 11:57 | 1 comentario

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

IMAGEN Y SONIDO

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Berberian Sound Studio, Reino Unido, 2012

Escrita y dirigida por Peter Strickland

*** Hay que verla

El segundo film de Strickland es mucho más de lo que parece y menos aún se trata de un film de terror

Ver en el cine es inevitable. Todos aprendemos a mirar porque el sentido de la vista define y predomina en nuestra percepción; el cine reproduce e intensifica la condición óptica de los hombres; además, reconocer el ABC de la gramática cinematográfica no requiere la misma dedicación que entender los postulados básicos de la mecánica cuántica. Escuchar en el cine también es inevitable, pero no todos sabemos escuchar.

Berberian Sound Studio, más allá de su trama y su homenaje cinéfilo al giallo (un subgénero de cine de terror italiano), funciona como una pedagogía meticulosa sobre la construcción poética del sonido en el cine. El segundo film de Peter Strickland podría verse con los ojos cerrados.

Un ingeniero de sonido inglés llamado Gilderoy viaja a Italia para trabajar en el acabado sonoro de un film de terror. Ese país extranjero, como la película que Gilderoy viene a sonorizar, permanece en un total fuera de campo. Lo único visible es el estudio Berberian, que se parece a un castillo kakfiano en el que se practica una burocracia ligeramente autoritaria y ostensiblemente patriarcal. La atmósfera ominosa también puede remitir al universo del Conde Drácula. Pasará un buen rato hasta que Santini, el director del film en cuestión, aparezca en escena. Su semblante es misterioso.

Que el film transcurra prácticamente en el estudio de sonido sugiere que Gilderoy no solamente es un extranjero en un mundo lingüístico ajeno sino casi un prisionero. Desde que llega, la distancia y la sospecha definen sus relaciones con el resto. Frente a cierta discrepancia estética sobre la película, el productor demanda su profesionalismo; un comentario negativo de Gilderoy sobre el género del film despierta la ira de Santini: “No es una película de terror. Es una película de autor”.

Como Nathalie Alonso Casale en la poco conocida Figner: el fin de la era del silencio (2006), Strickland revive una tradición extinta del trabajo sonoro en el cine. Gilderoy representa esencialmente al foley, el pretérito encargado de poner sonido a las imágenes. ¿Cómo grabar el audio de un puñal atravesando la carne? Despedazando un repollo a cuchilladas, por ejemplo. Uno de los placeres inesperados de la película reside en constatar la creación de una realidad sonora a partir de elementos culinarios. El trabajo artesanal sobre el sonido en la era analógica era un ejercicio formidable de sustitución e imaginación.

Por azar, hay otra película que se vincula con el film de Strickland, sobre todo por su voluntad audaz de mantener en fuera de campo la película que Santini ha filmado y Gilderoy está sonorizando. El film en cuestión es la extraordinaria Shirin de Abbas Kiarostami. Si bien en un caso se trata de un film vanguardista en el que la experimentación sonora es total y su objetivo se circunscribe a entender el poder de las imágenes sobre cualquier audiencia (postulado que se potencia al reproducir la situación de espectador real frente a otros espectadores diegéticos viendo la película que se escucha pero no se ve), Strickland, no obstante, incluye una escena que acerca su película aún más a Shirin. Se trata del pasaje en el que Gilderoy tiene que inventar el sonido de un asesinato. Al trabajar sobre el concepto sonoro mientras mira la escena en cuestión éste reacciona negativamente y dice no poder hacerlo. Como en Shirin, la reacción corporal de Gilderoy enuncia el poder de las imágenes sobre la percepción. Una imagen siempre tiene consecuencias.

Hay algo fascinante en Berberian Sound Studio que depende de un segundo orden de trabajo sobre el fuera de campo. El mundo exterior no se ve prácticamente nunca, excepto en el final, cuya realidad diegética es ambigua y cuestionable. La negación de la exterioridad, la dimensión claustrofóbica de la puesta en escena tiene su contrapunto en una dimensión flotante del sonido, por la cual éste adquiere una omnipresencia ominosa. El sonido invisible vence en cierta medida la materialidad de la imagen. Este carácter espectral del sonido, potencialmente desquiciante, es el verdadero protagonista de la película, como si el terror en sí dependiese estrictamente del sentido auditivo y no del sentido visual. Una forma de conjura de esa disparidad pasa justamente por insistir con un motivo visual en el que se refuerza la sincronía entre sonido e imagen. Los primerísimos planos sobre la fruta podrida que solía servir de material sonoro para el film de Santini sugiere cierta disparidad entre esos dos órdenes perceptivos. Son planos preguntas, de cierta desesperación, que un zoom histérico sobre las frutas opera para clausurar esa distancia incómoda.

Imperceptiblemente, Berberian Sound Studio se convierte en los últimos 30 minutos en un film de terror psíquico, más cerca del cine de David Lynch que del giallo de Argento y Fulcio. Más que a brujas y demonios, el enrarecimiento de la trama responde a los fantasmas edípicos que amenazan la estabilidad psíquica del personaje. Cuando sonido e imagen se sincronizan por completo, la descomposición psíquica de Gilderoy es irreversible. El terror siempre empieza en nuestra mente.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior durante el  mes de abril 2014

Roger Koza / Copyleft 2014