BALANCE PERSONAL O EL PURO DESEO DE VER BUENAS PELÍCULAS

BALANCE PERSONAL O EL PURO DESEO DE VER BUENAS PELÍCULAS

por - Top 10 anual
01 Ene, 2014 02:50 | comentarios
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Frances Ha

Marcela Gamberini

Elijo hablar de algunas películas que me provocaron este año, tal vez no sea este escrito más que una justificación a mi elección de las cinco mejores para la Internacional Cinéfila que Roger Koza pone a funcionar cada fin de año o tal vez sólo ganas de escribir sobre algunas de ellas, recuperar el sedimento que dejan en la cabeza y en el corazón; que en definitiva de eso se trata una buena película.

Miguel Gomes con Tabú se instala en la tradición de contar un relato y la pone en funcionamiento a partir de una forma sutil, extravagante y elegante. El rabioso blanco y negro que es la mismísima tradición y a la vez es la vanguardia más extrema, destella en la película. Gomes cuenta, pone a funcionar la máquina de contar y lo hace maravillosamente con una lógica precisa aunque no siempre lineal o no siempre cronológica, justamente porque entiende que cada película construye su propia mirada, su lógica, su sustancia, su ideología.

Este blanco y negro, pero agrisado y a la vez luminoso es el mismo con el que trabaja Raúl Perrone en P3nd3jo5 esa obra infinita e inabarcable, liberadora y libertaria, que dice que la forma cinematográfica puede imponerse, lucirse y seducir a los espectadores al calor de una música extraña y cadenciosa.

También, el blanco y negro se impone en La jaluosie, del increíble y lúcido Philippe Garrel, que muestra que las historias de amor de tan lacanianas son imposibles, amargas y dulces a la vez. La escala de planos con los que trabaja Garrel es uno de los mejores modos de poner de manifiesto lo mucho que se puede decir a partir de una buena planificación.

Y si perseguimos el blanco y negro Frances Ha, la entrañable historia de una mujer en búsqueda del deseo y sobre todo a la búsqueda de ella misma que, como siempre pasa, la identidad personal camina más rápido que nosotros mismos y pocas veces la atrapamos en su esplendor. Esa mujer que se la pasa corriendo, perseguida por una cámara ágil y sinuosa, habla y habla sin parar, escondiéndose, escamoteando sus necesidades, preservando a los otros, abrazando su libertad. La subjetividad es el corazón latente, mágico y misterioso de esta película de Noah Baumbach.

Frances Ha tiene algunos puntos de contacto, de adherencia con AB de Iván Fund y Andreas Koefoed, una película sublime en su relato y precisa en el uso del 3D. AB es una caminata, un par de diálogos sutiles y emotivos, unos cachorros y la vida que pasa y pasa, y el dilema parece ser irse o quedarse aunque siempre hay un más allá. Allí donde las palabras, donde el discurso sobre el amor se vuelve imposible, la película se fragmenta y pone en 3D una coda magnífica y coherente con el relato.

Y hablando de amor o de desamor, que son contracaras, contradictorios y a la vez complementarios, El desconocido del lago de Alain Guiraudie pone en primer plano el deseo, desde la sospecha, desde la soledad, desde el espacio reducido de la playa, cercado, limitado por el lago, por la arboleda que sin embargo es tan amplio como el espacio de la vida misma, de las experiencias, de la subjetividad. Esos hombres que llenan la pantalla con sus cuerpos, también llenan el relato con sus deseos.

AB3DY si hablamos de subjetividades; aparecen subjetividades en tensión en Like Someone in Love del siempre interesante Abbas Kiarostami que vuelve esta vez a reinventarse como el gran narrador que siempre fue. Y otra vez, el amor, transformado como uno de los modos de la afectividad, de la sensibilidad. El abuelo y la prostituta, el viejo y la joven, la tradición y la modernidad; la necesidad más primaria de afecto, de compañía, de complicidad, que los cruza y los entrecruza en esos hermosos y largos viajes en auto, con el resplandor sobre los vidrios, en esos diálogos aparentemente inocentes que mantienen en esa habitación redonda, sin aristas como sin aristas es la relación que establecen el abuelo y la chica.

Y hablando de chicas, este año las chicas de Matías Piñeiro se pusieron los trajes de Shakespeare en Viola y disfrutaron y nos hicieron disfrutar de una película compleja, hecha de capas y capas de sentido, capas y capas de discursos. Piel sobre piel, Piñeiro logra armar una epidermis sutil y sensible con un corazón de papel, hecho de palabras y más palabras y gestos y más gestos.

Y si de sensibilidad hablamos, la obra increíble de Joaquim Pinto E Agora? Lembra me trabaja con la enfermedad, con la conciencia de los límites, de los márgenes no sólo en el nivel de la experiencia, sino en el nivel del relato, y también en el nivel formal. La inclasificable película carga sobre sus espaldas todos los riesgos posibles y los resuelve con soltura, fluidez y sensibilidad. La vitalidad de la película, en todos sus sentidos posibles, aplasta a la decadencia de una historia, amplía los límites del relato, de la película, de la vida misma. Los animales, los insectos, los hombres y sus cuerpos los planos detalle y los planos abiertos, se conjugan magistralmente rociando la película de sentidos posibles y sensibilidades profundas. La distancia entre el narrador, el autor, la instancia de enunciación de la película y lo narrado se desvanece, se achica, se adelgaza.

Y hablando de distancias la película que monta y desmonta este concepto es Gravity. Alfonso Cuarón se instala, nos instala en el corazón del infinito, arrojándonos escombros, lágrimas e historias de una sola vez, lenta y pausadamente, mientras esa mujer flota en su historia, en su vida, en el relato de una película inabarcable. Inabarcable por el espacio que pone en escena e inabarcable por la infinidad de sensaciones que provoca en el espectador.

Y en la multiplicidad de sensaciones trabaja Santiago Loza en La paz. Una película que despliega un abanico de sensaciones contradictorias, la dialéctica de clase flota en el ambiente, se encarna en los personajes y en los espacios, las sensaciones de calor, el sol, la pileta, las arrugas, el humo de los tantos cigarrillos dan cuenta del malestar del mundo, de las diferencias, de la imposibilidad de reconciliar clases, costumbres, ideas, misticismos. Loza logra interrogar (e interrogarnos) con elegancia  sobre el estado del mundo, social, político, personal. Loza hace uso de una voz lejanamente irónica, algo nostalgiosa, muy presente, muy actual y se apoya en una puesta en escena luminosa, refractaria, que nos devuelve nuestros propios rostros, una cámara especular que nos mira mientras miramos.

MV5BMTg3MjIzOTU4OF5BMl5BanBnXkFtZTcwMjE4MjgyOQ@@._V1_SY317_CR4,0,214,317_Y si hablamos de miradas actuales, aparece el inefable Tarantino, con su Django desencadenado, película que se desencadena, como los esclavos en la primera secuencia, de la narrativa tradicional, de los clisés y a la vez se desencadena de sus películas anteriores.  Ese vía crucis de negros con grilletes, expiadores de culpas ajenas, caravana de cuerpos lastimados, marcados, heridos, poseídos. Siempre el cine de Tarantino es esta exposición de cuerpos lastimados, la violencia ejercida sobre el propio cuerpo y el ajeno. Sobre el cuerpo físico y sobre el cuerpo del cine mismo. Tarantino horada, marca, lastima el cuerpo del cine –de las películas, de los géneros, de los estilos- y extrae, en hilos de sangre, otra cosa. Da a la luz películas que se nutren de otras anteriores y se renueva y nos renueva constantemente.

Si la desmesura es una de las marcas de Tarantino, la asepsia es la marca de Bárbara de Christian Petzold, este excelente narrador que cuenta con elegancia, con estilo, con precisión un relato extraño de una mujer acerca de una mujer extraña. Sin estridencias, con los elementos justos y necesarios Bárbara sobresale por su sincretismo y por poner en escena la ambivalencia de una mirada sobre lo social que no deja de ser asombrosa y a la vez perfectamente comprensible.

Tal vez, debería mencionar algunas otras películas que no se estrenaron y que por ello no dejan de ser valiosas como Searching for the Sugar Man de Malik Bendjelloul, un documental falso o un falso documental que se mueve en el límite entre los géneros y resulta una película querible, emotiva y asombrosa; Metal y hueso de Jaques Audiart que relata una experiencia de vida increíble, melodramática y oscura, pero bien contada, con la dosis justa para no hacernos caer en la desidia ni en el desprecio por los personajes; À perdre la raison donde Joachim Lafosse pone en escena el drama de una madre, con valentía y con honestidad, haciéndonos estremecer en el sillón del living. Spring breakers de Harmony Korine que se carga el presente del sueño americano y lo da vuelta como un guante, haciendo del viaje de estas chicas un maremagnun de sensaciones, ralentis, sexo, carencias, necesidades. Todo el reflejo de una época que, como el reflejo del sol directo sobre los ojos, nos ciega y nos duele.

Muchas de la películas que rescato de este año pude verlas en festivales y algunas en el living de mi casa, cosa que lamento profundamente y a la vez me confirma la idea que, los festivales y algunos ciclos ofrecidos por cinematecas (y también el cómodo sillón de mi casa) son el último refugio del cinéfilo, el último refugio del buen cine, entendido como compromiso ético y formal, como reflexivo, como provocador. Ese cine que indefectiblemente surge cuando se enfrenta de manera colaborativa con el espectador.

¡¡¡Buen año para todos los lectores de este blog!!!!!

Marcela Gamberini / Copyleft 2014