BAFICI 2008 (5)

BAFICI 2008 (5)

por - Festivales
15 Abr, 2008 05:18 | Sin comentarios

DOS PELÍCULAS EN LA NATURALEZA DE NATURALEZAS DISTINTAS

Por Roger Alan Koza

Cuando vi el film de Kawase en Cannes escribí en otro lugar: “Uno de los premios sorpresivos fue el de la extraordinaria realizadora japonesa, Naomi Kawase, cuya obra maestra Shara había competido en el 2004. La conmovedora El bosque del luto, cuyo lirismo refinado está orientado a contar una historia mínima, el viaje por el bosque de una enfermera y un anciano hacia la tumba de su mujer, podrá ser lenta y, acaso para algún ojo muy americanizado, aburrida, pero es una de las películas donde la belleza es la regla: en un momento los dos personajes juegan a las escondidas en un jardín en las colinas de algún pueblo japonés. La combinación entre planos detalles y planos generales no hace más que exaltar lo hermoso del mundo, una búsqueda cada vez menos presente en el cine actual. Aunque la maestría de Kawase alcanza su máxima expresión en un pasaje que transcurre en una noche lluviosa en el bosque: el calor del cuerpo humano puede ser el testimonio material más contundente de qué significa estar vivo.” Sobre este pasaje, tras un segundo visionado, como dicen los españoles, nada quisiera cambiar. Pero en esta segunda oportunidad, el encuentro con el film de Kawase fue decepcionante. Sus virtudes siguen siendo las mismas, pero sus defectos se hacen más visibles.

Un realizador a quien respeto muchísimo aunque no siempre le correspondo en sus opiniones sobre determinados colegas suyos (yo defiendo el cine de Alonso, Serra, Martin, él sospecha y los ataca) me dice sobre el film de Kawase: “una cruza de Los muertos y Rain Man“. Discutimos un poco, pues su ironía es obvia y sabe que yo no habré de asentir respecto de su sentencia envenenada, hasta que logramos convenir en algo: existen películas chill out.

Las categorías genéricas son extrañas. Una cierta tendencia del cine francés, decía Truffaut, y execró al cine de qualité. Y está el cine choronga con el que El Amante intentó desprestigiar (merecidamente) a Las invasiones bárbaras, y el cine de “Nueva Sinceridad”, con el que los alemanes clasifican en los videoclubes a los films de Wes Anderson, Sofia Coppola, Noah Baumbach, etc. ¿Por qué no bautizar bajo el lema de films chill out a todas las películas narcotizantes, esas que secretamente pretenden apaciguar espiritualmente con sus imágenes el malestar del mundo, los antagonismos de él?

Hay algo de esto en el film de Kawase. Hay belleza pero también hay simplificaciones inadmisibles, recursos baratos y una filosofía zen de bolsillo que sobrevuela la totalidad del metraje.

Un ejemplo: Kawase compone una escena casi a oscuras en la que los dos personajes quedan a la intemperie en el bosque. El abrazo desnudo entre los dos personajes se viene anticipado en el inicio por una especie de oficio religioso en donde un monje budista demarca una diferencia ontológica respecto del mero existir corporal de una existencia simbólicamente relevante. Un personaje duda si está vivo o no lo está, y el monje hace entonces una distinción fundamental para toda escuela budista: existe una diferencia entre el vacío vaciado y el vacío fundante. Hasta aquí todo bien. Pero luego Kawase acentúa discursivamente la tesis inicial sobre el sentido de la vida, y en el bosque hasta uno de los personajes repite literalmente las preguntas del monje. Este refuerzo discursivo no viene solo. Hay también un motivo melódico interpretado por un piano, motivo que en un pasaje del film el personaje principal toca por su cuenta. Además, Kawase suma una cajita de música y una aparición fantasmal de quien se le está dedicando el luto. Un fantasma baila con un loco.

Y es una lástima, porque no solamente hay planos bellísimos, sino que también el film posee una atmósfera particular en la que se incluye a la tercera edad y su derecho de vivir, existir y ser filmada.

“Aquí no hay reglas”, dice uno de los personajes, aforismo que se repite unas cuatro veces. Parece casi una declaración oblicua de la misma Kawase, que no confía en su sensibilidad y transgrede una regla justa y sabia: en el cine conviene mostrar, no decir.

 

Esta opera prima dirigida por Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas es una excepción dentro del cine mejicano, cuyas variables van de películas ensimismadas en problemáticas existenciales insignificantes, propia de una clase específica y pudiente (Malos hábitos, Enemigos internos, Espérame en otro mundo, All inclusive, pasando por la película aduana rumbo a Hollywood (Cuarón, Iñarritú, Del Toro) hasta la diversidad de los jóvenes independientes, como Ernesto Contreras (Párpados azules) y Fernando Eimbcke (Lake Tahoe), los minimalistas kaurismáticos, y sin olvidar el miembro distinguido del club Cannes, Carlos Reygadas, cuya Luz silenciosa, en este Bafici, habrá de agrupar detractores y defensores por igual. Dicho en otras palabras, el cine mejicano es diverso, y expresa el fermento de una posible industria.

Cochochi parece una película de Kiarostami, más precisamente el film ¿Dónde queda la casa de mi hijo? Aquí no hay que devolver un cuaderno sino encontrar un caballo. Se trata de una travesía, casi cósmica y por momentos cómica, de dos niños por el valle de Okochochi, quienes tienen que entregar unos medicamentos a unos abuelos. En el viaje, el caballo desaparece. Quizás se los robaron, quizás el nudo estaba mal hecho.

Es un periplo de conocimiento, y para quien mira el film es un viaje de descubrimiento. Así se revela, paulatinamente, una cultura indígena que convive con la tecnología básica de Occidente: medios de transporte y de comunicación. La radio es la web del pueblo. Hay otra música, otros instrumentos, hay otro idioma. Pero hay también una advertencia: “Quizás al caballo se lo robó un blanco”: “Los blancos quieren todo para ellos”.
Formalmente consistente, Cochochi evita el turismo audiovisual y la curiosidad etnográfica. Es más bien el registro delicado de dos niños en un posible rito de pasaje. Singular, universal, diferente, podría ser la sorpresa de la competencia.

COPYLEFT 2000-2008 / ROGER ALAN KOZA