ANATOMÍA DE UN ASESINATO

ANATOMÍA DE UN ASESINATO

por - Ensayos
06 Nov, 2008 01:08 | comentarios

(Observaciones en torno a la escena de la ducha en Psicosis)

por Nicolás Prividera

Los cineastas clásicos trabajan -literalmente hablando- con el deseo de los espectadores, especulan deliberadamente con sus expectativas, que son las de ver algo que saben de antemano que no les será mostrado. (Silvia Schwarzbock)

Hitchcock dijo alguna vez que todo film debe tener al menos una escena que el público pueda llevarse en la memoria al abandonar la sala, y en cada uno de sus films hay al menos una escena inolvidable. El caso de la «escena de la ducha» de Psicosis es sin embargo excepcional: no sólo por ser una de las mas recordadas de toda la historia del cine (aun por aquellos que no vieron el film completo) y sin duda una de las más imitadas (hasta el hartazgo intertextual o el homenaje explícito: recordemos sólo High anxiety de Mel Brooks, y Dressed to kill de Brian de Palma), sino por su centralidad en la economía narrativa del film: no olvidemos que el espectador primerizo no sabe quien va a morir pero espera un crimen, como en todo «policial». Y aunque todos sabemos ya que Norman Bates es el asesino, disfrutamos viendo el candor con que su víctima se mete en la boca del lobo. Y nos preparamos para la escena de la ducha (tanto que muchas veces solemos abandonar el film luego de esa escena culminante, desinteresados ya del destino de Norman Bates). Hay para ello innumerables razones, pero aquí solo me voy a detener en lo estrictamente «cinematográfico», ya que esa escena representa en cierto modo el paradigma del cine clásico (y la ruptura de su cesura abre simbólicamente las puertas a la posmodernidad en el cine contemporáneo). Veamos:

                1) La escena rompe la tensión acumulada en la primer parte del film. Recordemos brevemente esos largos minutos iniciales: Janet Leigh es una empleada que ve la posibilidad de cambiar de vida cuando un cliente deja a su cuidado una abultada suma de dinero. En su huida (a través de la noche y una lluvia torrencial que señala su culpa y presagia su condena) se ve obligada a detenerse en un solitario hotel atendido por un solícito y tímido joven tiranizado por su madre. Antes de acostarse, decide darse una ducha… El film aparenta llegar aquí, con la joven, a una tregua. Y es justo cuando el espectador está respirando aliviado cuando Hitchcock golpea:

                2) La escena toma por sorpresa al espectador, que se encuentra relajado, fuera de lo que genéricamente conoce como «zona de riesgo». Hasta este film, la ducha no era un lugar donde la gente solía morir asesinada.  Esta ruptura con el canon genérico va unida a otra:

                3) La asesinada es la protagonista, aunque todos sabemos que «los protagonistas nunca mueren». Esta transgresión refuerza la anterior: porque (en la lógica «policial») ni el «motivo» ni la «ocasión» hacían pensar en la inminencia de un crimen. Hasta aquí, sin embargo, alguien podría objetar que los puntos señalados se refieren más al desarrollo del film que a la escena en cuestión. Pero no habría entendido lo que a esta altura debería ser obvio: todo el film está construido alrededor de esta escena. La que se ve reforzada porque: 

                4) En la ducha, el cuerpo está desnudo y el asesinato parece más brutal. Poco importa que las ropas poco puedan hacer frente al cuchillo, la violencia es percibida como más feroz al ejercerse sobre un cuerpo «desprotegido». Pero la desnudez no sólo remite a la inocencia de la víctima:

                5) La desnudez y el cuchillo llevan metonímicamente a la idea del acto sexual. La violenta sobre el cuerpo replica la violencia de la mirada en su deseo de verlo todo. Toda la violencia se concentra así en un mismo punto ciego:

                6) La violencia, retaceada al ojo por efecto del ‘montaje’, está puesta (justamente) en los «cortes». El director dijo que filmó en blanco y negro para evitar mostrar el color de la sangre. Pero ese puritanismo (tan lejano de la psicosis sádica del horror contemporáneo) lo lleva a evitar mostrar lo que, sin embargo, no puede sino mostrar. Y lo logra desplazando la violencia, de la acción al ojo (ese ojo abierto que nos mira sin ver al final de la escena nos habla de nuestra propia mirada ciega): en una de las escenas más «violentas» de la historia del cine, el puñal nunca toca el cuerpo de la víctima. Todo ese malabarismo visual que tanto fascina a los espectadores no es más que una coartada para robarles la escena. De hecho, sólo vemos el impacto de unos cortes «invisibles» (utilizando el recurso más propio del arte cinematográfico: el montaje).

Es decir que Hitchcock nos quita el crimen allí donde simula ofrecérnoslo «al desnudo». Y si remarco este «simula» es porque allí se cifra el uso clásico del dispositivo cinematográfico y la lección inolvidable de un viejo ilusionista: al arrebatarnos el crimen, Hitchcock nos devuelve el cine.

Fotos: 1) storyboard de la escena de la ducha; 2) fotograma de Psicosis.

Copyleft 20008 /Nicolás Prividera 2008