AMERICAN UTOPIA

AMERICAN UTOPIA

por - Críticas
24 Oct, 2020 11:56 | 1 comentario
Spike Lee se inspira en la lírica y la rítmica del último delta viviente de la era del CBGB y por su banda políglota y voraz. Todo confluye en Byrne.

EL SALMO DE UN NUEVO MUNDO

David Byrne viene creando la misma música desde que dio sus primeros pasos junto a Talking Heads a mediados de la década de los setentas y agradezcamos a Apolo que así haya sido hasta la fecha. Dicho de la forma más elogiosa posible: suenan el bajo y la percusión en cualquier canción de la discografía de Byrne y sabemos que ese bajo y esa percusión tienen dueño y ese dueño es Byrne y no quienes lo tocan. Estilo. El estilo es el Shangi-La de todo artista, y el de Byrne es un imán de egresados de como mínimo Berkley de todo el planeta, una variable de la aspiración mapamundista de Peter Gabriel. Aunque el estilo no lo es todo: también se busca iluminación y se crea lenguaje. Pero la gramática musical de Byrne siempre ha sido accesible. Es un iluminado. Pero un iluminado por el fuego fatuo que se eleva de los músicos alrededor de su efigie ciclista y larguirucha, agradecidos a la llama. Es una tribu, no una troupe de artistas lo que vemos sobre el escenario. Una rave de las que filman las Wachowski con gente descalza porque nadie usa calzado. La puesta en escena es minimalista sin cambio de vestuario ni ornamentos; solamente músicos tocando y bailando como maestros de ceremonias precolombinos drogados y contentos: la ontología del grito primal del rock fermenta en las tablas de Broadway gracias al ADN de un artista peliblanco y melancólico que se pasó la vida conjurando su condición taciturna con un espíritu para vivir al que no podría insultarse con expresiones como joie de vivre o alguna cursilería así porque lo de Byrne es el pulmón de Nueva York exhalando oxígeno en dos ruedas sobre el pavimento, un asfalto caminado por visitantes de todas partes, organizados en derredor del ser políglota que habita en este escocés que quiso mejorar su país adoptivo desde que aprendió la primera nota.

Respecto a Lee, en este relevo cinemático de la última experiencia-Byrne se evidencia quién siguió a quién. Lee estudiaba cine siendo posadolescente cuando Talking Heads incendiaba todas las casas de la manzana del CBGB. Quizás por eso elige encuadres tan divertidos y tan creativos como la sustancia esencial del maestro Byrne y su influjo positivo para el arte humano. Byrne tiene el pelo blanco porque no es un estadounidense imbécil que se tiñe con algo que parece diluido en parqué, como lo que usa Travolta en su entretejido. Tiene dignidad. Siempre, tanto desde su música como desde sus libros, que son uno mejor que otro (sus discos tanto como sus libros), Byrne burló las estrategias de la “idiocracia” apostando todo su amor y talento al bien de los ojos y los oídos de los demás. “American Utopia” es también un obsequio a la raza terrestre, sin distinciones porque ya hay gente que lo hace.

Lee, que ha filmado varios shows en vivo, incluido un stand-up revivalista de Mike Tyson, te noquea de disfrute y te emboba con este homenaje a Byrne, pago, servicial y heroico, de entretenimiento puro. Un producto cuya génesis está en la tradición del musical y que ha sido grabado (grabado porque se hizo) para televisión, más puntualmente, para HBO, que resulte lo mejor del año entre las “películas” (todo es película al cabo; pero, ¿CINE?, después charlamos…) es por lo menos inesperado pero sobre todas las cosas es bienvenido y si tuviéramos que elegir un adjetivo sería excepcional, porque excepción es lo que es “American Utopia”, música contra la corriente, estética contra-natura (si tomamos como algo natural la estulticia algorítmica que ha copado los arbitrajes de la producción audiovisual en todos sus satélites burgueses). La regla general, en cambio, está ocupada en programar las plataformas corporativas de “mainstreaming” más o menos desde que prohibieron el electro-shock. 

El mundo está a salvo mientras existen los byrnes. ¿Por qué? ¿Quién es Byrne? Byrne es un viejo recontra-copado que, ¿se acuerdan?, anduvo pedaleando por toda Buenos Aires –hasta, ¿se acuerdan?, tocó una vez en Córdoba, la ciudad donde vivo, en un lugar llamado Plataforma–; último Gandalf vivo contemporáneo al surgimiento del punk que, no obstante, dictó sus diatribas con menos iracundia pero con más permanencia y otra poética: eligió las páginas humanistas; rey piramidal de los sacos de lino de la new wave de una talla más grande; imán de cineastas con el don de sacarle la savia a sus locuras (deme un Demmes en lugar de diez Lee); Byrne, un ser amado con respeto y devoción, encontró en Lee un traductor respetable y devoto, y mirá que hay domesticarlo a Lee. Los músicos también tocan adheridos al despojo de la puesta en escena: el baterista, por ejemplo, sostiene de pie un redoblante con dos baquetas y un hi hat. Así. Esto es una obra maestra. Aún faltaría definir bien (bien de qué), pero es una obra maestra, sin dudas y con algo de exageración. En este registro, en esta oportunidad Lee la saca barata porque se lleva parte del crédito pero se lo merece por consistir esta fiesta predecible (¿o esperaban otra cosa de Byrne que no sea alegría permanente sobre cinta de Moebius?), tribalista y eufórica a la que sólo le falta la cima del cerro Uritorco de locación, pero también por esos planos detalles de los músicos y bailarines multinacionales compenetrados cual chamanes de otros mundos, estos mundos, todo el mundo, el mundo según Byrne.

American Utopia, EEUU, 2020.

Escrita y dirigida por Spike Lee

Miguel Peirotti / Copyleft 2020