32 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2017 (09): LOS VIEJOS JÓVENES: GODARD, LANZMANN Y VARDA

32 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2017 (09): LOS VIEJOS JÓVENES: GODARD, LANZMANN Y VARDA

por - Festivales
22 Nov, 2017 03:22 | Sin comentarios
Tres directores fundamentales del cine moderno; tres películas magníficas.

Jean-Luc Godard tiene 86 años; Claude Lanzmann, 91, Agnès Varda, 89. Los tres han inscripto sus respectivos nombres en la historia del cine y siguen en actividad. En el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se podrá ver un filme perdido y restaurado del primero y los últimos del director de Shoah y de la directora de La playa de Agnès. Son tres títulos magníficos e imprescindibles.

Concebido para la televisión en 1986, Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma es una película que fundamentalmente transcurre en una oficina, un estudio y otros interiores de características semejantes, donde un tal Gaspard Bazin (el gran Jean-Pierre Léaud) intenta avanzar en todos los órdenes de la producción de una película que pretende filmar. Debido a la insuficiencia de dinero, Bazin convoca a un productor llamado Jean Almereyda (obvia alusión al gran Jean Vigo) para la realización del filme, mientras que la mujer de este último (Caroline Champetier, delante y detrás de cámara, como protagonista y directora de fotografía) quiere participar como actriz.

Lo que sucede narrativamente es casi irrelevante, porque el filme apenas crece en ese sentido, siendo lúdicamente pródigo en las ideas que pone en escena y notable en su endeble hermosura material, pues Godard no renuncia a trabajar sobre las imágenes (de video) y el sonido (y la música, en especial cuando utiliza piezas de Arvo Pärt y Béla Bartók), transformando pequeños actos triviales (audiciones, rutinas y charlas de producción, etc.) en microscópicas experiencias de secreto encantamiento. La insistencia sistemática en la sobreimpresión y el fundido encadenado deparan planos de una gran contundencia visual, a veces, deteniendo el movimiento hasta su última expresión, operación que suele sugerir cierta vulnerabilidad en los personajes.

Como pasa siempre en Godard, el aforismo o las frases sueltas sustituyen la voluntad de exponer argumentos, forma discursiva en consonancia con la poética fragmentaria con la que se organiza el todo. He aquí una memorable sentencia en un memorable momento: “Lo esencial no reside en los sentimientos y en las experiencias pasadas, sino en nuestro tenaz silencio al confrontarlos”, dice mirando a cámara Léaud, un pasaje tan poderoso como tantos otros en el que se intenta sostener “la gran ilusión”, eso que todavía llamamos cine.

Godard se reserva una simpática aparición en la película, en las antípodas de lo que sucede en la sorprendentemente vital Visages, villages, de Varda y el joven fotógrafo JR, donde la octogenaria directora belga viaja hasta el pueblo suizo en el que vive Godard para reencontrarse con él. El director de Adiós al lenguaje permanecerá en un malicioso fuera de campo, y Varda calificará a Godard de “rata sucia”, y es difícil no darle la razón.

Pero Visages, villages no es sobre Godard, y ese episodio es verdaderamente prescindible, pues Varda y el querible JR atraviesan todo Francia, de pueblo en pueblo, filmando y haciendo retratos fotográficos de los pobladores (que luego se transformarán en gigantografías y que acompañarán el paisaje en donde viven). La amabilidad de Visages, villages es ostensible, como también el ingenio y la curiosidad de Varda, que siempre supo hallar en las tareas ordinarias eventos estéticos que exceden la esfera del arte, como ya se podía divisar en Daguerrotipos y sobre todo en la genial La espigadora y los espigadores.

Lanzmann es un nombre indisociable de la mayor mácula del siglo XX: el Holocausto. Sus películas han vertido lucidez y controversia sobre un tema demasiado complejo y ominoso. Ni los seguidores de Hannah Arendt, ni los apologetas de Lanzmann en la materia hallarán en Napalm ningún nuevo giro conceptual en la discusión sobre la banalidad del mal, pues el filme es esencialmente la reconstrucción oral de una historia de amor entre una enfermera coreana y el propio director, vivida a fines de la década del ‘50 en un viaje que Lanzmann realizara como miembro de una delegación cultural identificada con la izquierda.

Los primeros 40 minutos de Napalm son extraordinarios y son, además, los menos narcisistas, porque Lanzmann reconstruye la historia de Corea del Norte, a menudo trivializada como una nación de fanáticos e idiotas, y al hacerlo sin ser apologético del régimen en curso prodiga matices y detalles que reducen la ignorancia generalizada sobre ese país. En este sentido, Lanzmann trabaja con registros propios actuales de su último viaje recién hecho y materiales de archivos de dos viajes precedentes y otros materiales audiovisuales estatales, que dan otra perspectiva de la región. El solo hecho de observar las calles, los edificios y los monumentos de Pyongyang, y asimismo escuchar a algunos de sus habitantes, modifica la impresión que se puede albergar de ese país.

Hay momentos inesperadamente hilarantes en Napalm, en especial cuando Lanzmann, obligado por las circunstancias y los permisos de filmación, simula estar haciendo un filme sobre artes marciales, como también hay varios pasajes conmovedores, sobre todo cuando después de leer una carta de su enamorada Lanzmann explica la razón por la cual ha elegido no buscarla en su último periplo a Corea del Norte.

Hay muchísimo para ver en Mar del Plata; ya se lo ha señalado en recurrentes oportunidades. Desde las últimas de Richard Linklater y Abel Ferrara hasta Human Flow, el filme del artista y activista Ai Weiwie sobre el tópico político de nuestro tiempo, los inmigrantes, esa mayoría silenciosa nómade que está en todas partes y en ninguna.

Fotogramas: 1) Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma (encabezado); 2) Napalm

* Este texto fue publicado por Revista Ñ en noviembre de 2017

Roger Koza / Copyleft 2017

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