30 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2015 (16): LA CANCIÓN ES LA MISMA: PRIMER ENCUENTRO CON SUNSET SONG

30 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA 2015 (16): LA CANCIÓN ES LA MISMA: PRIMER ENCUENTRO CON SUNSET SONG

por - Críticas, Festivales
06 Nov, 2015 01:49 | comentarios

sunset-song

Por Marcela Gamberini

Relato clásico, novela decimonónica, melodrama, Sunset Song es una canción cantada a los largo de casi diez años en la vida de Chrissie. Una canción triste y melancólica, poética y luminosa. Como en todo el universo Terence Davis, la figura del padre autoritario y la madre sufrida es central, figuras que articulan y motorizan el relato. La hija mujer – Chrissie- es la que llevará adelante la película y la vida, que para Davis es casi lo mismo. Con un tono bellamente intimista, Davies desnuda el alma femenina sin estridencias, sin golpes bajos, sin desesperación. La cadencia de la narración, con una voz en off que guía el relato, está acompañada, como usualmente en Davis, con bellas canciones. Sunset Song es su relato más clásico, un melodrama que puebla de sentidos, de luces y de sombras, de resistencias y de voluntades cada cuadro, cada encuadre, cada secuencia.

Lo que se pueda decir, con la película aún en los ojos, es poco. La maestría de Davis en el manejo formal es magnética: la belleza de Sunset Song es de esas bellezas que ya no se usan, al estilo de las epopeyas más clásicas del cine americano. Precisa en cada momento, con sus ventanas, sus escaleras, sus arribas, sus abajos, sus luces y sus sombras; cada encuadre está concebido sutilmente, como si fuera un John Ford contemporáneo, clásico y vigente.

Ajeno, como siempre a las modas imperantes, Davis sigue siendo fiel a si mismo. Sus motivos vuelven a aparecer en Sunset Song como si quisiera con cada película exorcizarlos o sublimarlos: la religión como opresión y salvación a la vez, el autoritarismo y la tiranía paterna, la fragilidad y a la vez la fortaleza de la vida, el espacio como un elemento vital en la puesta en escena que devela los rasgos de sus protagonistas, la sensibilidad como la marca de “su” poética autoral. Tal vez habría que revisar todo esto más adelante, cuando la película decante en el corazón y en los ojos, sea ésta su película más tangible, más sensible, más cercana. Sensibilidad no sólo como aquello que murmura en el sentimiento, sino también como esa cualidad intrínseca que se establece entre los hombres y las mujeres.

La familia es aquí una institución fundante: la hija pasará de la niñez a la adultez a fuerza de dolores, muertes y desapariciones. Sin embargo esta mujer sigue adelante trabajando su tierra, que es su espacio, incansablemente, mientras ese pueblo de Escocia cambia, canta y va a la iglesia. La guerra se hará cargo del resto, mientras el relato se centrará siempre en ella. En su sombra y en su luz, en su intimidad y en su vida campesina, en sus alegrías y en sus temblores.

Las elipsis, tan bellamente filmadas, hacen al montaje imperceptible; algunos fuera de campo abrumadores dejarán afuera la violencia extrema, los encuadres serenos y firmes siempre hacen eje en ella; cada secuencia revela la presencia de esos ojos que a veces de tan presentes se vuelven ausentes. Con una precisión abrumadora, Davis entrega uno de los relatos más bellos jamás contados. Fuerza visual exquisita y maravillosa, de ésas fuerzas que ya no se estilan y casi nunca se ven.

Marcela Gamberini / Copyleft 2015