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por - Críticas
13 Oct, 2012 03:18 | 1 comentario

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

TRISTEZA DE CLASE

3, Uruguay-Argentina-Alemania, 2012

Dirigida por Pablo Stoll. Escrita por Gonzalo Delgado y P.Stoll

** Válida de ver

Después de su estreno en la Quincena de los Realizadores en Cannes en mayo de este año, 3, la cuarta película de Pablo Stoll (segunda sin su viejo socio estético Rebella), es tal vez su film más controlado y menos arriesgado aunque el talento del director uruguayo sigue siendo ostensible. 

“Es una edad preciosa”, le dice comprensivamente un directivo del colegio a Ana, una adolescente a punto de finalizar su paso por la escuela secundaria, si es que no se queda libre por faltas. No está en juego sólo su graduación sino también el inminente viaje a Bariloche.

Los padres de Ana están separados; Ana vive con la madre, pero a menudo los espacios de convivencia no están del todo delimitados. Graciela, por su parte, cuida a Beba, una tía moribunda, y trabaja en una oficina. Rodolfo es odontólogo, pero su pasión son las plantas primero y después el fútbol. A Ana, que ha sido siempre una alumna brillante, ya no parece interesarle el colegio, ni mucho menos el handball, aun cuando tal vez pueda representar a su país. Tiene un novio de la escuela, pero cada tanto se acuesta con chicos más grandes.

La cotidianidad es el último horizonte de existencia. Repetición sin diferencias: en cada minuto se corrobora la soledad de las criaturas y la insignificancia de su paso por el mundo. De allí que el mínimo impulso vital de Ana esté concentrado en el sexo. El placer conjura la monotonía, el cuerpo se conmociona. Graciela tendrá un atisbo de felicidad, casi clandestina, en el encuentro con Dustin, un hombre al que conoce en el hospital en una de las tantas noches que pasa cuidando a su tía. Rodolfo, que tomará la decisión de romper con Alicia (a quien jamás veremos, sí a su hijo), sería feliz si tan sólo pudiera recomponer el núcleo familiar, una utopía discreta que en el desenlace hasta será objeto de un número musical.

El uruguayo Pablo Stoll, en codirección con Juan Pablo Rebella, ya había explorado este universo sombrío de clase en 25 Watts y Whisky. En Hiroshima, su película anterior, la más experimental y libre, lo lúdico se imponía sobre lo triste. 3 en algún sentido es su película más convencional. Por un lado, el costumbrismo tiende a universalizar el patetismo y constituir un presunto espejo entre la vida de los personajes y los miembros de la audiencia. Así somos, así vivimos. La convención determina entonces una desgracia general pero también su cura parcial; el malestar es patente, pero existen los pequeños valores y allí los personajes hallarán sosiego. Es por eso que las películas costumbristas suelen oscilar entre el desprecio irónico por sus personajes y la validación de ciertas creencias características de un orden simbólico específico. El amor infinito de Stoll por sus personajes centrales y secundarios neutraliza ambas opciones. Stoll también demuestra cierta madurez como director al no mostrar jamás a la agonizante Beba. Vivirá y morirá en un total fuera de campo. La máxima exposición de su presencia pasará solamente por el sonido de su respiración cortante y crepuscular.

En el interior de 3 se establece una extraña disputa formal. Cierta estética publicitaria acecha en algunos pasajes, por ejemplo cuando Ana y sus padres reciben la noticia de que finalmente se ha quedado libre y tendrá que repetir. La disposición simétrica y triangular de los tres se repetirá en otros paisajes hasta que se los vea tomando un helado. Por otro lado, el costumbrismo, debido a su lógica representacional, suele implicar una concepción del encuadre y la luz, y también la inclusión obligada de alguna escena donde un personaje, al menos, esté frente al televisor masticando una pizza o cualquier sustituto acorde al caso. Pero Stoll tiene un impulso formalista que irrumpe en este universo preestablecido y lo oxigena visualmente. El mejor pasaje del filme es aquel en donde Graciela sube en el ascensor con un obrero y descubre que están pintando su casa. Es un plano secuencia formidable que arranca en la planta baja, antes de tomar el ascensor, sigue en distintas habitaciones del departamento y culmina con el regreso a la calle. Es también un buen momento humorístico y la aparición momentánea de una clase social diferente en este retrato de clase media uruguaya. La conjugación de estos tres elementos desestabiliza felizmente la película.

El penúltimo plano, en el que se ve a los tres (madre, padre e hija) acostados en una misma cama mientras se escuchan desde el televisor explosiones de una batalla, es una síntesis anímica del filme y de la inteligencia formal de su director. Stoll ama el cine tanto como a sus personajes. Por eso, las miserias del costumbrismo permanecen a cierta distancia.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior durante el mes de octubre 2012

Roger Koza / Copyleft 2012