29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (06): FAVULA

29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (06): FAVULA

por - Críticas, Festivales
26 Nov, 2014 09:38 | comentarios

LA SENSIBILIDAD

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Favula

Por Marcela Gamberini

Como en Jauja de Lisandro Alonso –con la que guarda más de una cuestión en común- Favula está encuadrada de una manera particular. Sus bordes se achican hacia dentro de la pantalla, creando un doble marco, aquel que define la pantalla en sí y el de la “ficción” que estamos presenciando. En el caso de Favula, este encuadre tiene resonancias en las viejas estampitas religiosas, esas que se fundían y se nublaban sobre los bordes. La religión, el misticismo que está ofrecido en los juegos de luces y sombras, forma parte del universo de Favula.

Este gesto inicial, la persistencia del encuadre, en su duplicidad, es notable. Ficción de ficción, relato de relato, la forma toma por asalto a la película que es – tal vez junto con Jauja– definitivamente de un orden superior a lo visto hasta ahora, por lo menos en el cine nacional. Que hay mucho cine allí adentro es palpable, que ese cine es homenajeado por Perrone es central y en esta cita-homenaje hay una vuelta al cine originario, primitivo en su mejor acepción. Aquel cine que se narraba a partir del espacio, esa “novedad” que le otorgaba poesía al cine, aquel cine que hilvanaba “lo real” con “lo ficcional”, aquel que apostaba a la forma pura. Porque en definitiva, las narraciones suelen envejecer mientras que la forma es lo que “novedosamente” se renueva, ahora de la mano de la tecnología y sus posibilidades. Favula es una reflexión sobre cómo pensar el cine hoy, cómo filmarlo, cómo recuperar su espíritu perdido por tanta bobada tecnológica y cómo volver a utilizar plástica y sensorialmente las imágenes.

Favula, Raúl Perrone, Argentina, 2014

Unas chicas, una vieja malvada, unos hombres con malas intenciones son las marionetas con las que juega Perrone en Fávula. Porque lo interesante es la forma que elige para narrar esta historia tan vieja como el mundo; los abusos, los maltratos, casi un cuento de hadas. Su minimalismo extremo a la hora de contar está en función de su maximalismo a la hora de filmar. Sus imágenes son hipnóticas, tal como sucedía en P3nd3jos, los diálogos (en este caso hablados en una lengua extraña) son intrascendentes; nada se compara con la imagen, con el poder de que las imágenes destilan y estallan en todos los sentidos posibles. El espacio deja de ser particular para ser universal; es una selva, un bosque, un cuarto, un manantial; es un espacio construido cinematográficamente, es el espacio del cine, universal y particular a la vez. El fuera de foco, el fuera de campo, la profundidad, la sobreimpresión, las luces, son los que dan cuenta de un espacio y un tiempo, el de los sueños, el de la fantasía, el de las fábulas, el del cine puro. La percepción del espectador se acomoda a las imágenes borrosas, que se superponen unas con otras, que devienen en primero planos de bellos rostros de jóvenes de ojos llorosos; el encuadre de los pasillos al infinito hace que el punto de fuga se atrase, se aleje, dándole a la imagen densidad y ligereza a la vez. Los dedos son como arañas y las arañas como dedos que trepan por los cuerpos, esos cuerpos que en movimiento son cine en su expresión más pura. Esos cuerpos son onanistas como el cine mismo. Placer para uno, goce para uno mismo. Cuerpos que se autosatisfacen como animales, como insectos, como arañas. Poética de los cuerpos en movimiento. Poética del espacio que se funde y se confunde, que se empaña, que se hace irreal, que se hace sensible.

Los sonidos son más importantes que la lengua, porque son los que conducen –extrañamente- la mirada del espectador. Los relámpagos, la lluvia, el sonido del agua, los sonidos de los animales que, fuera de campo, anticipan las imágenes. El mundo sensorial de Perrone es el de los sonidos de la naturaleza, extrema sensibilidad que conduce y embelesa al espectador. No las palabras, no los lenguajes conocidos, si el lenguaje del cine que Perrone reinventa, usando recursos que de tan viejos se vuelven nuevos. La conciencia del dispositivo cinematográfico es la misma que tenían los primigenios del cine, ahora renovada, releída; y este gesto es un desafío para el espectador al que se lo invita a entrar en un mundo que de tanto sonido, cuerpo y espacio se ha vuelto sensible otra vez. Cinematográficamente sensible. Poéticamente sensible.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014