29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (05): COME TO MY VOICE Y VENTOS DE AGOSTO

29 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (05): COME TO MY VOICE Y VENTOS DE AGOSTO

por - Críticas, Festivales
25 Nov, 2014 04:57 | Sin comentarios

UN JUEGO DE EXTREMOS

cometomyvoice

Come to my Voice

Por Santiago González Cragnolino

 Ya pasado un día de competencia, se acrecienta el recuerdo de Jauja de Lisandro Alonso. Su humor sutil, un tanto oculto y su propensión al misterio invitan discutirla y verla de vuelta, pero el ritmo frenético de los festivales impone pasar de página. La segunda jornada comenzó con Come to my Voice de Hüseyin Karabey. La película transcurre en una aldea kurda sometida por el ejército turco y cuenta la historia de una mujer anciana y su nieta en busca de un rescate para liberar al padre de la nena que es injustamente encerrado por los militares. Durante varios días la abuela y la nieta transitan fatigosamente los caminos montañosos tratando de encontrar a alguien que las pueda ayudar a solucionar la situación y se chocan en varios momentos con la prepotencia y los abusos de los soldados que patrullan la zona.

La textura seca de la imagen y el uso de luz natural, sumado a la autenticidad que le dan los no actores, hacen pensar en una idea de documental, que privilegia la inmediatez al trabajo de embellecer las imágenes. Procurar por esa inmediatez sería una forma de arrogarle honestidad al cometido, una forma de afirmar la urgencia del cineasta, que no puede anteponer el lucimiento personal a la gravedad de la situación que quiere mostrar: el atropello cotidiano hacia el pueblo kurdo y lo arduo de sus condiciones de vida.

Hay un malentendido en ese cine, que fija sus miras en conseguir dotar de realismo a sus denuncias y se conforma con resultados prosaicos y que no pasan del valor del informativo. En su falta de riesgo y de singularidad, es difícil que la película pueda conmover algo más que la mínima empatía que debe despertar ver a otras personas viviendo la injusticia. Tan arraigada está la película en sus convicciones que se olvida de problematizar el mundo que filma y renuncia a ser algo más que el modesto contrapeso del discurso oficial. Hay que agregar que es muy difícil querer a una película que no tiene un solo plano memorable.

En ese sentido Ventos de Agosto, segunda película en competencia del día, trata de situarse en el extremo opuesto, como una apuesta permanente a deslumbrar con sus imágenes. El comienzo de la película de Gabriel Mascaro es prometedor, con la cámara subida a la lancha que manejan los protagonistas, Shirley y Jeison, dos jóvenes que viven a la orilla del mar, en un pequeño pueblo al norte de Brasil. Es difícil hacer una secuencia mala con un travelling siguiendo a un vehículo en movimiento y la película repite el recurso permanentemente, con lanchas, barcos, motos y el tractorcito que usan los protagonistas para trabajar en la plantación de cocos. La cámara también se sumerge en el mar cuando Jeison se lanza a pescar con arpón y se mantiene bien pegada al pescador. Esa es la primera parte de la película, una experiencia inmersiva, de exploración de mundo desprovisto de diálogos. Cuando Ventos de agosto se traslada a la aldea comienzan los problemas y aparece la amenaza del exotismo. Para empezar hay una escena de maltrato a un chancho, siguiendo la incomprensible tradición de confundir la crueldad hacia los animales con riesgo artístico que, si bien es una constante internacional, es un elemento casi imprescindible en una película bananera. En otra escena los protagonistas tienen sexo y se los ve tirados en una montaña de cocos.

AUGUST_WINDS_523x2751

Ventos de agosto

La película toma un rumbo distinto cuando presenta al personaje de un sonidista, que llega al pueblo para registrar el sonido del viento y se hace amigo de Jeison. En ese momento incorpora un humor seco y de juego con los elementos formales que recuerda a los portugueses lúdicos como Miguel Gomes. En ese juego la película toma el punto de escucha del sonidista y pasamos a escuchar lo que él registra. Lo vemos y a medida que se desplaza por el plano va cambiando el plano sonoro que escuchamos, mientras se acerca o se aleja de las fuentes sonoras.

Ese momento feliz de la película dura muy poco al momento que Mascaro decide matar al personaje e internarse veladamente en la explotación del exotismo. Ante la indiferencia de la policía, ajena a lo que sucede en la aldea, Jeison decide hacerse cargo del cuerpo del sonidista y lo pone al frente de su casa hasta que consiga entregarlo a las autoridades. De vuelta a la vida de la aldea, Ventos de agosto confirma las peores suposiciones, la de que Mascaro es un cineasta que solo puede rascar la superficie de los hábitos, poniendo a los habitantes del pueblo en el lugar de aquellos personajes simpáticos y de costumbres un poco estrafalarias. Ventos de agosto se convierte en un anacronismo aggiornado, el cine bananero de siempre pero que esquiva el realismo mágico y reemplaza los coloridos ritmos locales por un trabajo minucioso con los sonidos del lugar y que le agrega parsimoniosos travellings para adosarle un poco de solemnidad a las escenas. Es un exotismo moderado, recatado.

Llegando al final, el amaneramiento de la película se torna insoportable. Hay por ejemplo un travelling lateral sobre el cuerpo del sonidista que culmina en el rostro y muestra a Jeison mientras cepilla el cráneo en proceso de descomposición. En profundidad de campo, se acercan a cámara dos niños que agitan un juguete que es una especie de soga de plástico que hace un silbido extraño. Si uno no es atento esos planos intrincados, desde ángulos raros y saturados de elementos visuales pasan por virtuosismo. El histrionismo visual, que usa al pueblo y a sus habitantes de escenografía, distrae la atención del hecho de que a Mascaro no le interesa mucho comprender la vida de la aldea. En su búsqueda permanente de dar el golpe visual, Ventos de agosto se convierte en una película que parece estar siempre en busca de la foto para su poster publicitario, es decir, la forma de venderse.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2014