28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (16): LA DISTANCIA ENTRE LA PALABRA Y EL ACTO

28 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE MAR DEL PLATA (16): LA DISTANCIA ENTRE LA PALABRA Y EL ACTO

por - Críticas, Festivales
20 Nov, 2013 10:03 | Sin comentarios
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El grillo

Por  Santiago González Cragnolino

Una instancia que se desaprovecha mucho en los festivales es la de las preguntas y respuestas con los directores, una vez terminadas las funciones de las distintas competencias oficiales. En la mayoría de los casos se preguntan banalidades, se trata de indagar en la vida privada del director, no se repregunta y nadie se anima a levantar la mano para hablar en contra de las películas, que extrañamente son siempre despedidas con cálidos aplausos. Comienzo a sospechar el síndrome del rey desnudo. Si está en la competencia debe ser por algo, si están los programadores sonrientes presentando, la película debe ser buena.

Hoy, el Q &A con Alex Cisneros, uno de los dos directores de A esta altura de la vida (competencia latinoamericana) fue singularmente provechoso. La película habla por sí misma pero las respuestas del director terminaron de cementar la idea que uno se puede hacer terminada la función: la película es totalmente antojadiza a nivel visual, plagada de decisiones arbitrarias. Vemos la historia de dos amigos que se la pasan divagando en lo alto de un techo, hablando de sus planes y proyectos (o falta de), mientras espían las ventanas de los edificios adyacentes. Resulta que también hay un asesino suelto que es un poco una figura heroica porque actúa según su libre albedrío. El asesino hace un monólogo alla Robert de Niro en Taxi Driver, o su hijo directo, Edward Norton en La hora 25. Pero si en los casos mencionados había cierto contexto para tratar de entender al personaje en medio de una diatriba racista, misógina, homofóbica, etc; en A estas alturas de la vida el discurso del psicópata es gratuito y no sólo incluye minorías en su lista de blancos sino también a “gente que usa mucho perfume” y “gente que dice que ama lo que hace”. Todo filmado en blanco y negro porque, según Cisneros, los directores no querían que el público se distraiga con los colores y le preste atención a los diálogos. En otras palabras, afirma que en su propia película no importan las imágenes. La génesis del proyecto está en una obra de teatro en la que se iban a proyectar fondos filmados y, en palabras de Cisneros, “… ya que íbamos a filmar algo.”

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A estas alturas de la vida

P: ¿Por qué ver una película en la que la imagen no es importante?

R: …

P: ¿Por qué programar esa película en la competencia de un festival?

R: …

En otro orden de cosas está El grillo de Matías Herrera Córdoba. La película también plantea una fuerte relación con la palabra pero en carácter desafiante y abiertamente reflexivo. Unos cuantos diálogos se salen de la estética naturalista y son lanzadas fuera de la pantalla hacia el público y hacia los colegas del mundo del cine. De entrada uno de los tres personajes principales, Galia, que es actriz, dice que los directores “tratan a sus actores como marionetas y se olvidan de la fragilidad de sus personajes”. La película gira en torno a esto, la relación entre el director y los actores. El grillo se maneja en un registro naturalista hasta que irrumpe el teatro, entendido como la asunción de la máscara. Pero el naturalismo es otra forma de aparentar, y entonces se hace presente el punto de convergencia entre esas dos formas de hacer de cuenta que, de representar un personaje.

Tras la apariencia de cine realista de cámara, de cámara pegada al cuerpo de los personajes, en un registro intimista y de tono bajo; surgen esos momentos en los que las formas de actuación se confunden y llevan a la película a otro lado. Herrera Córdoba hace una secuencia excelente en un solo plano, donde los personajes se turnan para tirarse en una alfombra y contar recuerdos de su infancia. Es un momento de mestizaje, entre la mímesis del personaje y el actor, la gravedad del monólogo del teatro clásico y el recuerdo autobiográfico del intérprete, entre el guión y la improvisación; en el choque de todas esa fuerzas que confluyen en un mismo momento, enfrentadas por la cámara, surge un momento de verdad cinematográfica. Esa verdad que existe en algún lugar entre la convención y la convicción, entre la afirmación personal y la presencia de los otros.

El grillo es una película pequeña pero orgullosa, de apariencia inofensiva pero que por momentos muestra los dientes. En el contexto de una competencia pobre la película brilla, por brillo propio y por opacidades ajenas. Su director ya dio prueba sobrada de talento en una película notable, Criada (2009). Por eso más que festejar su nueva película me quedo pensando en que hará a continuación. En esta ocasión le alcanza con dibujar dos o tres momentos de vuelo, y puede llevarse un premio; pero quizás, demasiado cómodo en su modestia, corre el peligro de que su pequeña poética se diluya en una poética pequeña.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2013