LA COLUMNA DE KOGER ROZA: TRES HISTORIAS DE AISLAMIENTO

LA COLUMNA DE KOGER ROZA: TRES HISTORIAS DE AISLAMIENTO

por - Columnas
29 Abr, 2020 06:39 | 1 comentario
Algunas observaciones sobre los destinos de Sterling Hayden, Herman Melville y Tod Browning.

En estos tiempos de encierro y aislamiento pude ver por la plataforma MUBI el documental-entrevista con Sterling Hayden de 1983 Pharos of Chaos. Hayden fue siempre uno de mis actores favoritos de Hollywood, tanto por sus famosos personajes en Johnny Guitar o The Asphalt Jungle, como por otros menos conocidos, como el detective recio que interpreta en Crime Wave o el ex ballenero que se bate a duelo provisto de un arpón en el genial western de Joseph H. Lewis “Terror in a Texas Town”. Verlo a Hayden ya viejo, viviendo como un ermitaño en una barcaza en un río de Francia, desafiando al enmudecido equipo de rodaje alemán con parlamentos de loco, borracho y fumado, es una experiencia casi tan dolorosa como la que depara la cruel Lightning Over Water de Wenders con el moribundo Nicholas Ray. Sin embargo hay algo estoico en la decadencia de Hayden, en la manera que fragmentariamente logra ver su pasado de estrella de Hollywood cuya carrera fue cimentada por una alcahuetería ante el Comité de Actividades Antiamericanas capitaneado por los siniestros McCarthy y Nixon. Hayden vuelve una y otra vez sobre su acto de cobardía, impiadoso de sí mismo. Entretanto, lee párrafos de su autobiografía, cita a Stevenson de memoria, cuenta anécdotas marineras y saluda galantemente a los transeúntes franceses que deambulan a la vera del río donde la barcaza está amarrada, aparentemente sin los papeles en orden. En 1983 Hayden tenía una mujer viviendo en Estados Unidos y seguía actuando esporádicamente. No obstante eso, era en ese miserable retiro voluntario, en ese escape del mundo y de sus propios fantasmas, donde Hayden parecía estar a gusto, como una parodia de su Johnny Logan que predicaba en Johnny Guitar que todo lo que un hombre necesitaba en la vida era una taza de café y un cigarro, aquí reemplazados por una botella de whisky y una pipa de hachís.

Esta figura del viejo lobo de mar olvidado y recluido voluntariamente reapareció días después mientras continuaba mi propia reclusión no voluntaria, a partir de la lectura de cierto libro sobre la vida del escritor Herman Melville. Tras un período de fama como novelista que culminó con la publicación de Moby Dick a la edad de 32 años, Melville decide dejar de escribir ficciones inspiradas en sus aventuras marineras y empieza a escrbir poesía. Muchísima poesía, de hecho. Tanta, que su obra poética supera en caudal la de Whitman o la de Elliot. Sin embargo, a nadie pareció interesarle los libros de versos de Melville, que fueron mal recibidos por la crítica y casi ni se vendieron. Melville empieza a entonces a trabajar en la Aduana en un puesto gris de inspector que mantendría durante 20 años, como una parodia de su propio Bartleby. En el interín, sus contemporáneos lo olvidan, o directamente lo dan por muerto. Aparece gente que lo ve en librerías, o en restaurantes de mala muerte, balbuceando palabras vagas e imprecisas, y hasta se permite publicar hasta el final de su vida poemas en ediciones limitadas de unos pocos ejemplares y de forma anónima, costeadas por él mismo. No me consta si a Melville lo perseguía alguna culpa pasada como a Sterling Hayden, pero sí es interesante cotejarlos a ambos, abrazados a memorias de aventuras de juventud, uno escapando de tribus caníbales en las Islas Marquesas, el otro desafiando a los nazis para surtir de provisiones a los partisanos de Tito en la ex Yugoslavia, vidas agotadas demasiado rápido, o muertes transcurriendo de forma demasiado lenta.

“Un freakshow fue mi Yale y mi Harvard”

Para volver al cine, un caso análogo de aislamiento prolongado no obligatorio fue el de Tod Browning, el director de Freaks y la Drácula original de Bela Lugosi, quien pasó sus últimos 20 años recluido en su casa de Malibú, sin hablar con nadie, profundizando su interés por la masonería y consumiendo cantidades industriales de cerveza. Bowning era originario de Louisville, Kentucky, la ciudad natal de Griffith y Muhammad Alí, entre otros notables, y sabido es que cambió su nombre Charles por el más enigmático Tod (“muerte” en alemán) y que también canjeó un hogar familiar acomodado para unirse a circos y ferias ambulantes de fenómenos (freakshows), donde desempeñó todo tipo de tareas, notablemente la del “cadáver hipnótico viviente”. Así llegó al vaudeville y de allí al cine. La carrera de Browning como director incluye numerosos films perdidos y unos cuantos olvidables, pero su feliz unión con Lon Chaney es una de las mejores cosas que le pasaron al Hollywood mudo. Tod no era el típico director de estudio, ya que solía impregnar sus películas de cierto universo personal y autobiográfico, generalmente conectado a los freaks. Como muchos otros, era un tirano en el set, temido y manipulador. Casi nunca daba entrevistas y jamás hablaba de su vida privada. Además, bebía como un maníaco y tenía amores clandestinos con actrices aspirantes menores de edad. Con Dracula llegó a la gloria, y con la shockeante Freaks le mostraron la tarjeta roja. Dejó de dirigir en 1939 y sobrevivió un par de años como guionista por el sueldo mínimo, hasta que lo echaron definitivamente en 1942. De ahí en más, sobrevino la caída. Primero la muerte de su mujer, luego el encierro y un cáncer de laringe que lo asfixiaba frecuentemente y lo terminó dejando mudo, como si el destino le hiciera una broma de mal gusto y lo obligara a revivir sus días de cadáver viviente. Cuando murió su hermano, Bowning regresó por primera vez a Louisville en 50 años para asistir al velorio, pero se hizo armar una especie de cámara privada junto al féretro para estar a solas con el cadáver y evitar el contacto con familiares. Cuando un vecino lo encontró muerto en 1962, llevaba varios días sin vida.

Puede que el encierro y el aislamiento hagan que florezca el loco de la barcaza, el gris oficial de aduanas o el masón enmudecido que llevamos dentro. Por eso más que nunca impera refugiase en las películas, para las que aplica aquella frase que dice el doctor de El ángel exterminador, tal vez el más grande film de cuarentena que se hizo, cuando encuentra la cajita con drogas: “Lo que sirvió para el placer puede servir ahora para aliviar el dolor”.


Fotogramas: Pharos of Chaos; 2) Tod Browning en el set de Freaks

Koger Roza / Copyleft 2020

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