DESPUÉS DE LANGLOIS

DESPUÉS DE LANGLOIS

por - Entrevistas
23 Mar, 2020 11:51 | Sin comentarios
Unos años atrás mantuvimos una conversación telefónica con Costa-Gavras. Se publicaba en Argentina un extraordinario libro de Henri Langlois y por esa razón se realizó el encuentro con el cineasta griego y director actual de La La Cinémathèque française.

Para los jóvenes politizados de la década de 1970, el nombre de Costa-Gavras no era uno entre otros. En 1972, el director nacido en Grecia estrenaba Estado de sitio, película controversial y símbolo de un cierto cine político narrativo que en su momento adquiría un valor extracinematográfico debido a la temática elegida. En aquella película interpretada por Ives Montand, un oficial del gobierno de los Estados Unidos, enviado a Uruguay con fines castrenses, era secuestrado por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. El realizador había elegido filmar la actualidad candente del continente.

Diez años después, Costa-Gavras volvía a tomar como centro de un relato un tema difícil y delicado: la instauración de la dictadura cívico militar del general Augusto Pinochet. Missingfue otra película que hizo ruido y provocó incomodidad en el continente y más allá de él. La razón de sus elecciones temáticas de aquel entonces Costa-Gavras la recuerda sin titubeos: “Lo que sucedía en Latinoamérica me parecía inadmisible”.

Pero el realizador de y Amén fue también un funcionario del cine. En 1981, el director griego fue nombrado por François Mitterand presidente de la Cinemateca francesa, la mítica institución que había sido creada por el cineasta Georges Franju y el coleccionista Henri Langlois en 1936.

Unas dos décadas y media después de su primer mandato, Costa-Gavras, que siguió haciendo películas y en la actualidad está escribiendo un nuevo guión, volvió a tener el mando de la noble institución cuya misión es coleccionar, conservar, restaurar y proyectar películas. A sus 83 años, Gavras sigue al frente de la Cinemateca, en este segundo período que arrancó hace ya más de diez años.

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Roger Koza: Cuando en la década de 1930 Henri Langlois funda la Cinemateca, tiene dos objetivos en mente: el primero consiste en coleccionar películas; el segundo, en proyectarlas. Era otro tiempo y eran otras las coordenadas tecnológicas para pensar una cinemateca. ¿La misión de una cinemateca es la misma o hay nuevas metas centrales para este tipo de instituciones?

Costa-Gavras: En principio, una cinemateca debe intentar abarcarlo todo: conseguir películas, trabajar con las fichas, reunir manuscritos e incluso resguardar las máquinas con las que se hace cine. En este mes, por ejemplo, tenemos una exposición sobre las máquinas con las que se hacían las películas. Vamos a exhibir desde el cinematógrafo de Lumière hasta las cámaras digitales de nuestro tiempo. Por supuesto, lo más importante es tener películas y pasarlas. Pero hoy la situación ha cambiado. Se puede ver películas en cualquier lado, hasta en un teléfono; pero nosotros tenemos que insistir en la experiencia de ver cine en una pantalla grande. Porque un film se concibe para ser visto así.

La materia del cine ha cambiado. La película ha sido sustituida por el archivo digital. ¿Cómo resguarda la Cinemateca una película cuyo “negativo» es digital, ya que sabemos que lo digital en sí es inestable y menos seguro que el material fílmico?

Es nuestro problema más acuciante. ¿Cómo conservamos hoy las nuevas películas? Es verdad que la digitalización ha permitido que se conozcan más las películas antiguas, ya que la calidad que se obtiene de los transfers es muy buena y parecen originales al proyectarse, al menos los espectadores jóvenes no consiguen ver la diferencia, aunque sí los más maduros, como yo. Sin embargo, el soporte digital desaparece; un film dura entre 10 a 15 años. Conservar películas que han nacido digitales es un problema enorme. Unos tres años atrás organizamos un coloquio internacional para entender qué hacer con este nuevo desafío.

¿Cuál fue la conclusión?

Pasarlas a fílmico. Con el fílmico estamos seguros de que un film puede durar unos 30 a 50 años como mínimo. Y en la Cinemateca tenemos varios ejemplos de eso. Si una película solamente se guarda en digital, hay que transmigrarla cada diez años; si todo se digitalizara, el problema sería entonces enorme. Nosotros tenemos 35 000 películas. Imagínese. Es un problema económico, humano y tecnológico.

Usted decía recién algo que es decisivo en la experiencia de cualquier espectador. Hay toda una generación que no ve ninguna diferencia entre una imagen analógica y otra digital. ¿Usted cree que esto obliga a seguir insistiendo con proyecciones en 35 mm? Los sistemas de proyección digitales se imponen.

Nosotros tenemos todos los sistemas que han existido. Proyectamos las películas de acuerdo a cómo las tenemos. También pedimos películas a otras instituciones similares a la nuestra. Llegan películas de Australia, China o Japón. Insisto en que los jóvenes no se dan cuenta de la diferencia entre una imagen analógica y otra digital; la gente de mi generación, incluso, empieza a no distinguir la diferencia. Eso en parte tiene que ver con los esfuerzos de los laboratorios para que lo digital parezca analógico.

Usted fue testigo del momento en que Henri Langlois tuvo que atravesar un intento de destitución en la Cinemateca, en tiempos de André Malraux. ¿Cómo recuerda ese episodio central previo al Mayo francés?

Hubo varias razones o situaciones que llevaron a ese momento. Se trataba de un período histórico y político radicalizado; se quería cambiar todo. Por otro lado, la relación entre Langlois y Malraux, que entonces era el Ministro de Cultura, fue siempre problemática. Malraux tenía una gran admiración por el trabajo de Langlois. Quería hacer un cine especial para él y un laboratorio. Pero la burocracia del Centro Nacional, sumado a la situación política, llevó a que la relación entre ellos se alterara. Mucha gente creía que Malraux quería nacionalizar la Cinemateca, algo que era completamente falso. Lo que quería era darle más poder a la institución, lo que requería más orden y control, y entendía que Langlois la administraba caóticamente. Le quería dar más dinero, pero esa decisión reclamaba un cambio de estilo en la administración. Esto llevó a lecturas encontradas sobre lo que estaba pasando. La burocracia lo vio de una forma; los jóvenes cineastas radicalizados, de otra.

¿Cómo terminó la situación?

Duró muy poco la dimisión de Langlois. Malraux lo tuvo que reincorporar. El tiempo posterior a ese conflicto fue bastante difícil, ya que el gobierno tenía temor de que se diera otro conflicto. Se trató de un escándalo mundial; cineastas de todo el mundo firmaron un petitorio contra el gobierno. Lo que sucedió después es que la Cinemateca empezó a recibir muy poco dinero, algo que duró hasta la muerte de Langlois. Recién con el gobierno de Mitterand y Jack Lang, que fue su Ministro de Cultura, la situación cambio bastante.

Usted tiene dos períodos en su haber. Cinco años en la década de 1980 y su nuevo mandato, que va desde el 2006 al día de la fecha. ¿Cuál cree usted es el legado que dejó Henri Langlois?

Conocí a Langlois cuando yo era todavía un joven director de cine, y debo decir que no teníamos una relación muy linda, aunque lo interesante es que podíamos hablar en griego, porque él había nacido en Izmir, en donde había muchos griegos. Pero el período de Langlois fue esencial: la creó y también resistió en ella frente a las adversidades. Él dejó muy en claro qué tenía que ser una cinemateca. Pero hoy nos encontramos en un período muy diferente. Hoy tenemos que adaptar la idea de la Cinemateca al tiempo actual de lo audiovisual que se define en lo digital. Además, han cambiado los espectadores. En el tiempo de Langlois había un mito del cine; era una época mitológica porque no se accedía a las películas. Eso ya no sucede porque las películas se pueden comprar. Así que tenemos que reinventar cómo mostrar el cine y cómo programar nuestras salas.

Igualmente, ustedes parecen mantener viejos “mitos”, como el de “la política de los autores”. Están por ofrecer una retrospectiva completa de Dreyer , otra de Satyajit Ray. ¿Cuáles son las directrices de la programación?

Pensamos en muchas direcciones. Tratamos de entender cuál es la sensibilidad de hoy y en ocasiones vemos que el público más joven se interesa y llena las salas. Es lo que sucedió curiosamente con la retrospectiva de Josef von Sternberg.

La Cinemateca también fue una especie de templo de los cinéfilos. ¿Cómo ve usted hoy la pretérita idea de cinefilia?

Siempre pasará por el placer de entrar a una sala y ver en una pantalla un universo que ha sido creado para ser visto ahí. La dificultad que tenemos hoy es que los cines son caros y solamente dan un tipo de películas. En parte, una cinemateca es un museo en el que están las obras importantes de un arte, películas que ayudan a que la idea de cinefilia persista y que a su vez se reinvente esa idea.

*Fotos: Cinémathèque française; 2) Costa-Gavras; 3) Henri Langlois.

Esta entrevista fue publicada por Revista Ñ en el 2016.

Roger Koza / Copyleft 2020