MUERE, MONSTRUO, MUERE

MUERE, MONSTRUO, MUERE

por - Críticas
20 Jul, 2019 11:50 | comentarios
La segunda película de Fadel es toda una anomalía respecto del género en el que se inscribe y la procedencia de su responsable.

Las mejores películas de terror, y Muere, monstruo, muere, en la irregular tradición vernácula del cine de ese género, está entre las mejores, sacan provecho de la vulnerabilidad del lenguaje. Todo parece sujeto a la gramática y de lo que ahí se erige; a través del lenguaje se ordenan todas las experiencias, o casi todas, porque el terror comienza cuando este falla o resulta inoperante frente a ciertos hechos. Que el plano inicial de Muere, monstruo, muere esté dedicado a una mujer que pierde su cabeza, y que un poco más tarde el principal sospechoso afirme “estoy en un agujero entre las palabras”, no comporta ninguna inocencia. El terror empieza donde el lenguaje no acierta.

La decapitación es un modus operandi del monstruo o del hombre que alude a su existencia; la trama avanza a medida que se sumanotros casos, y el policía que investiga, amante de la mujer del sospechoso, reúne algunos indicios que pueden darles mayor verosimilitud a las descripciones delirantes del presunto asesino. Un hombre común no pierde sus colmillos ni execra un pegajoso líquido verdoso, evidencias que no despiertan mayor entusiasmo en su superior, un personaje no menos siniestro que el fantasmal monstruo que se divisa a tientas. Todo eso sucede en una zona cordillerana cercana a Mendoza, en nuestro tiempo, pero con algunas sugerencias que remite al pasado, imprecisamente. Sobre estos elementos, el film evoluciona conforme a la resolución del enigma. ¿Lo que sucede es entonces el delirio de un homicida desesperado o es tan solo el sufrimiento traumático de alguien que fue testigo de algo a lo que es imposible darle palabra?

Muere, monstruo, muere, Argentina-Francia-Chile, 2018.

Escrita y dirigida por Alejandro Fadel. 

Fadel conoce muy bien el género elegido y sabe muy bien que dosificar la información y mantener a la bestia en fuera de campo es crucial para la tradición en la que aquí se desempeña y asimismo para el intento estético que se propone. ¿De qué se trata esto último? Enunciado por el hombre sufriente en una conversación con una psiquiatra, aquel sostiene que le interesa “el paso de lo biológico a lo espiritual”. Se podría conjeturar que el terror es justamente un paso fallido de una dimensión a otra, lo que explica el componente sexual y bestial que suelen tener los crímenes relacionados con lo monstruoso. El sexo es siempre la intersección crucial entre esos dos dominios.

Ese pasaje aludido ofrece en el cine de terror un repertorio de sustancias corporales: los fluidos, la sangre, la carne, las vísceras, o simplemente el cuerpo y sus partes y productos microscópicos desmarcados de su funcionamiento orgánico constituyen la expresión de eso biológico que no alcanza a espiritualizarse, y que como tal subsume la materia bajo un aspecto, el de lo ominoso. Fadel trabaja sobre esa dimensión aberrante con precisión. Gradualmente, lo ominoso se patentiza, y llega, incluso, a apoderarse por completo de un plano cuando este devela las fauces del monstruo. El trabajo sobre la escala ascendente de la representación de lo ominoso es una conquista estética, una progresión cinematográficamente insidiosa al servicio de la repugnancia, un requerimiento del género, acaso paradójico, si se considera que el criterio es aquello de lo que suelen apoderarse los guardianes del buen gusto.

Hay signos y guiños que habilitan una lectura como esta, pero no todo es dominio de la interpretación. Hay toda una física cinematográfica en Muere, monstruo, muere que justifica ser un oyente y un observador en sala. La consistencia cromática del film es apabullante: en varias secuencias, los rojos, los amarillos y los verdes se lucen en el trayecto de la luz sobre la oscuridad, y los sonidos del interior de la criatura tienden a volverse íntimos en el propio oído. Hay aquí un cineasta, un organizador estético de la materia, cuyas ideas tienen siempre una traducción escénica: los motociclistas que irrumpen sin explicación alguna en momentos decisivos de pavor, o el travelling hacia atrás para observar el goce de la bestia en el que se combinan penetración y voracidad al unísono, son buenos ejemplos al respecto.

Muere, monstruo, muere es un film incómodo. A los amantes del género los puede desconcertar, a los creyentes en el cine arte los puede desorientar. Las anomalías (cinematográficas) siempre suman, porque desarreglan lo establecido y permiten volver a pensar. En un género codificado hasta el cansancio, un desvío como este merece atención. La propia película es un monstruo, algo difícil de nombrar.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La Voz del Interior en el mes de julio 2019.

Roger Koza / Copyleft 2019